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Coacciones gubernamentales

José María Asencio Gallego
José María Asencio Gallego
Juez y escritor. Ingresó en la Carrera Judicial en el año 2013. Ha ejercido de juez en las ciudades de Salamanca, Torrevieja, Mollet del Vallès y Barcelona. Miembro de la asociación Juezas y Jueces para la Democracia, habiendo sido coordinador de la sección territorial de Cataluña entre los años 2017 y 2019. Doctor en Derecho por la Universidad de Salamanca. Profesor de Derecho y Criminología de las Universidades de Barcelona, Autónoma de Barcelona, Abat Oliba CEU y del Institut de Seguretat Pública de Catalunya. Consultor internacional. Actualmente es Jefe del Área de Relaciones Externas e Institucionales de la Escuela Judicial del Consejo General del Poder Judicial.
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análisis

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Lo más sorprendente de la prensa son los titulares. Si el periodista en cuestión escoge uno bueno, conseguirá que su reportaje sea leído por miles de personas. Pero si, por el contrario, en el momento de escribirlo, las musas no revolotean a su alrededor, el estímulo del lector no llegará a germinar y nadie o muy pocos osarán aventurarse más allá de la primera línea.

Hace unos días, un periódico por todos conocido rezaba lo siguiente en su segunda página: “El pasaporte covid logra convencer a 83.000 reacios a la vacuna en la Comunidad”. Gran titular. Desde luego te veías abocado a continuar leyendo. Y conforme lo ibas haciendo y al mismo tiempo dejabas trabajar a tu intelecto, llegabas a la conclusión de que las palabras utilizadas por el periodista habían sido elegidas con suma cautela para tratar de encubrir la elemental contradicción de que adolecía aquella primera frase.

El pasaporte covid no ha convencido prácticamente a nadie para que se vacune. Basta con salir a la calle, retirarse la sobrante mascarilla y conversar con aquellos que ya han perdido el miedo a relacionarse para llegar a esta categórica conclusión.

Y es que convencer, según el Diccionario de la Real Academia, consiste en “mover con razones a alguien a hacer algo o a mudar de dictamen o de comportamiento”. Y en el caso que nos ocupa ni el Gobierno central ni los Ejecutivos autonómicos han invertido ni un segundo de su tiempo en proporcionar a la población una información concisa, completa e inteligible sobre la vacuna y sus consecuencias. Lo único que han hecho es diseñar e implementar coloridas campañas de marketing dirigidas a que los ciudadanos se inoculen. En vez de salir a la palestra y hablar con sinceridad sobre los pros y los contras de la vacuna, especialmente en los niños, sus posibles efectos secundarios a corto, medio y largo plazo, el contenido de los contratos firmados con las farmacéuticas, las exenciones de responsabilidad y muchas otras cuestiones de relevancia para formarse un criterio, unos y otros han recurrido a lo fácil, a prohibir e imponer, como si nosotros, los ciudadanos, fuéramos indefensos impúberes necesitados de tutela. La imposición ha sido la nota característica de los dos últimos años. Algo impropio de un Estado que se autodefina en su Constitución como democrático.

Miguel de Unamuno, poco después de comenzada la Guerra Civil, en aquel episodio tan recordado en la Universidad de Salamanca, se dirigió a un auditorio lleno de exaltados y dijo: “venceréis, pero no convenceréis”. Una sentencia que, por desgracia, ha recobrado una vigencia inusitada ochenta y cinco años más tarde. Porque hasta el momento han vencido quienes limitan y restringen derechos, quienes desean una ciudadanía sumisa que no proteste por las tropelías a que se les somete a diario. Han vencido, pero no han convencido.

El pasaporte Covid, tal y como se ha implantado, se parece mucho a una coacción perpetrada por los Ejecutivos de determinadas comunidades autónomas para engordar las estadísticas de vacunados en sus respectivos territorios. Todo ello mientras aprueban sucesivos recortes en sanidad que se resumen en menos hospitales, menos médicos y menos camas. Eso sí, la culpa de saturar las UCIs la tiene el ciudadano. Y por ello, para que lo tenga bien presente, si usted no se vacuna no podrá ir a restaurantes, ni a bares, ni a gimnasios, ni al cine, ni al teatro, ni a conciertos. Es decir, si usted no se vacuna ya puede ir despidiéndose de su ocio y prepararse para consagrar su vida al trabajo, que no pueden prohibir por cuestiones meramente presupuestarias (las únicas y verdaderas).

Es por ello que me resulta chocante que el periodista mencionado al inicio utilizase el verbo “convencer” (y lo hiciese sin comillas) y no el que realmente corresponde: coaccionar. Pues dada la ausencia de argumentos podría concluirse que no se ha convencido a nadie, a ningún rezagado, como decía el titular. Simplemente se han introducido tantas prohibiciones absurdas a quienes rechacen la vacuna que muchos han decidido pasar por el aro para que, de una vez por todas, “les dejen vivir en paz”.

No es de extrañar que, conforme pasa el tiempo, la desafección política se extienda más y que, cuando llegan las elecciones, cada día más ciudadanos apliquen la misma máxima que han manejado con la implantación del pasaporte covid, lo cual, en el día de la fiesta de la democracia, se concreta en quedarse en casa durmiendo o en salir a pasear mientras los apoderados e interventores de uno y otro partido conversan sobre el tiempo en una sala vacía.

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3 COMENTARIOS

  1. Grandioso artículo. Ojalá algún día algún Juez proceda a juzgar a todos estos políticos autores de estas coacciones a la ciudadanía. Creo que sería necesario un instructivo a los ciudadanos coaccionados sobre cómo denunciar este delito que están padeciendo y cómo saber plasmar en la respectiva denuncia penal quien es el autor de la coacción en cada caso. Supongo que lo sería el sujeto respectivo que firma el decreto u orden de aplicación del pasaporte QR que tanto les gusta, pero el problema es que hay juzgados que lo han avalado, quizás esos jueces, que no han debido ni estudiar ni leer la constitución y tratados internacionales, también tengan gran responsabilidad penal en la coacción.

  2. Es todo tan burdo que, para mi, es invivible una sociedad que traga con todo este circo desde hace 2 años. Jueces – salvo honrosas excepciones – médicos, profesores, currantes en general, jubilados, jóvenes, da igual. Y, dada la deriva que está tomando esto, cuando digan los medios, serán capaces de cualquier cosa contra sus conciudadanos que han decidido – en su legítimo derecho- no inocularse un suero experimental del que nadie da cuenta. Da miedo.

    La pregunta que me hago es porqué no modifican la legislación para obligar a la vacunacion. Dado el caldo de cultivo generado, sería abrazado cual bálsamo de fierabrás por la población. Como tampoco entiendo porqué una sociedad con una piel tan fina permite que se insulte directamente al 10% de la población desde los medios, mientras la fiscalia, tan operativa para según que cosas, mira para otro lado. Se está socavando la convivencia a ojos vista, y los que deberían apaciguar las cosas son los pirómanos, ni siquiera bomberos. Sin remordimientos.

    Gracias, José Maria. Voces sensatas y valientes son más necesarias que nunca.

    • Yo estuve pensando eso mismo, podría ser por los efectos secundarios que pueda llegar a tener los vacunado. Como es «voluntario» asumes el riesgo, pero si se volviese obligatorio, la responsabilidad recaería sobre el gobierno que ha aprobado la vacuna obligatoria

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