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Cizaña

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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El matrimonio entre Gelsumina y Esiquio no empezó con buen pie. A Gelsumina no le gustaba Esiquio, y el mozo estaba enamorado de su vecina Ilora. Los padres de Esiquio y Gelsumina, habían decido que se casaran por el bien de ambas familias. Ilora era hija de un pastor que no tenía ni dónde caerse muerto y un mozo hijo de un carbonero con una prole de doce hijos, se veía a escondidas con Gelsumina.

Así las cosas, ambas familias, decidieron que para proteger su patrimonio, lo mejor era que sus hijos se casaran. El amor vendría después, o no, pero no era lo importante.

El matrimonio empezó su vida en común labrando una finca de veinte hectáreas que ambas familias les habían cedido a partes iguales, juntando dos fincas colindantes. Para que los comienzos no fueran difíciles y agraciarse con ellos, además les regalaron dos toneladas de trigo de siembra, con el que podrían realizar la sementera en los próximos años.

La cosecha del primer año fue bien. La simiente tenía algunas trazas de cizaña pero nada que no pudiera solucionarse con una batida antes de la siega, arrancado el cominillo.

Así fueron transcurriendo los años. Esiquio sembraba la semilla heredada, y cuando el trigo empezaba a espigarse, entre él y su mujer en un par de semanas acababan arrancando todas las borrachuelas. Luego, en octubre, el fuego acababa con el rastrojo y con las malas semillas que pudieran haber quedado.

Los hijos del matrimonio se fueron haciendo adultos. Cuando llegó su hora, la gran finca de veinte hectáreas fue dividida en cuatro de cinco y repartida entre los vástagos. Tres mujeres y un hombre. Igualmente les dieron en herencia aquella semilla que tanto progreso económico había producido a la familia.

Las cosas siguieron sin mayor contratiempo hasta que el hijo menor de Gelsumina y Esiquio, Teopisto, el único que no había salido del pueblo y que guardaba estrictamente sus tradiciones, decidió que dejar de quemar los rastrojos y sembrar trigo obtenido de la cosecha anterior, era una forma de mejorar el producto familiar.

Ya con la segunda cosecha sus hermanas observaron que las matas de cizaña, en la tierra de Teopisto, eran en número superior a lo que venía siendo habitual. No obstante, como el terreno de siembra se había reducido drásticamente y las plantas de trigo, aumentado en su densidad, fueron capaces sin mayor problema de arrancar las matas de cominillo.

Pasaron los años, y en cada mes de mayo, el problema se incrementaba. Cada vez había más plantas de borrachuela y eran más difícil de extirpar. Además, el problema se iba incrementando porque, a pesar de que ellos si quemaban los rastrojos, las simientes de cizaña cada vez cubrían más extensión de tierra de las hermanas.

Llegó un momento en que en la parcela de Teopisto, el trigo apenas se distinguía de la codeta y que las hermanas, plantearon a Teopisto la necesidad de que este volviera a la quema del rastrojo y a la siembra de la semilla primogénita heredada de sus padres. Este, desposeído hacía tiempo de razón, se negó en rotundo. Insistía en que lo heredado de sus padres debía ser guardado como oro en paño y que de ninguna manera iba a cambiar sus principios.

Una noche del mes de julio, en la que se sudaba al raso, apareció en el horizonte una luminosidad amarilla que rompía la negrura del horizonte. Las tierras de los hermanos estaban en llamas. Acudieron todos prestos al campo a intentar salvar parte de la cosecha. Cuando llegaron a las tierras quemadas, la desolación se apoderó de ellos. Todo se había perdido. Una mirada al horizonte, hacia el pueblo, les devolvió la inquietud. Numerosas chispas se elevaban desde una parte de la villa hacia el negro cielo. Se temieron lo peor y estaban en lo cierto.

Sus vecinos les habían quemado los campos y el granero dónde guardaban las simientes.


 

Cizaña

 

“El Tribunal Supremo […], sufre de nepotismo, de amiguismo, se ha convertido en un coto de familias judiciales y de individuos que se deben favores, el primero de ellos el de haber sido promovidos a él.” Elisa Beni.

En cualquier democracia mínimamente consolidada, la separación de poderes es el garante de que el estado funciona y de que ni el gobierno, ni el poder legislativo, pueden extralimitarse en sus funciones o acabar ejerciendo su poder de forma despótica.

El Régimen del 78, se desmorona. No por la presión de un pueblo manso, aborregado y sumido en un estado de embriaguez permanente como consecuencia del excesivo número de horas que el populacho se planta frente al televisor y del mundo irreal y paralelo que los deformativos de los falsimedia de turno crean a ese pueblo incauto, sino por la propia decadencia de quiénes se han empoderado dentro del régimen convirtiéndolo en un estado nepótico, donde impera la irresponsabilidad y la impunidad de quienes se saben a salvo de cualquier castigo hagan lo que hagan.

Como venimos denunciando hace tiempo, desde el momento que Aznar y sus secuaces se convirtieron en los dirigentes de este país, ayudados por el cansancio y hartazgo adquiridos por el pueblo como consecuencia de la lacra corrupta de los sucesivos gobiernos de Felipe González, un punto de inflexión apareció en el régimen, comenzando a desmontar lo poco que hasta entonces habíamos conseguido en materia democrática. Porque de lo que este individuo ególatra y quiénes le auparon se dieron cuenta desde el primer momento es que podían utilizar una Constitución pactada para que el nuevo régimen fuera continuación del anterior y no una ruptura, para controlar políticamente todos los poderes y ponerlos al servicio de sus intereses.

Cunado sucedió aquello de que el PP se negaba sistemáticamente a renovar los cargos del CGPJ y del TC, casi nadie le dio importancia, quizá porque pensaron que solo era una forma de hacer oposición. De lo que muchos nos quejamos entonces y ahora se dan cuanta la mayoría es que aquello, el único propósito que perseguía era la de que esos puestos fueran ocupados por aquellos que podían cumplir con sus preceptos ideológicos y que, más tarde, si venían mal dadas, pudieran garantizar, si no su impunidad, al menos unas sentencias benévolas que pudieran pasar como independientes y aceptables en un estado de derecho.

Puede que como dice Elisa Beni, el Tribunal Supremo sea ahora mismo un “comando liberado”. Ella sabe casi más que nadie de eso. Pero para que un comando pueda liberarse, primero debe de haber estado sometido a la férrea disciplina ortodoxa de sus creadores.

Lo que resulta irrefutable es que el poder judicial en España, parece estar caracterizado por el nepotismo, el pago de favores y las irregularidades que van desde el nombramiento de los cargos hasta alguno de sus procedimientos más “populares” como el procedimiento político contra los cargos catalanes del 1-O.

Y puede ser casualidad que una instrucción sea derribada y echada por tierra por un tribunal ajeno a este nepotismo como pueden ser los tribunales de Bélgica, Alemania o el Reino Unido. Pero cuando todos los sistemas judiciales que tienen oportunidad dejan en evidencia al español, el último, acaba de pasar en USA, dónde como cuentan en este diario la Corte de Nueva York ha dictado sentencia en favor de Antonio del Valle y los fondos de inversión y obliga al Santander a entregar a las partes toda la documentación sobre lo ocurrido en la operación del Caso Banco Popular, mientras que aquí siguen mareando la perdiz sin hacer absolutamente nada sobre un bochornoso caso, que nuevamente afecta al Banco de Santander y a la familia Botín (acuérdense ustedes de la famosa doctrina Botín, que impide seguir con un procedimiento contra una persona si la acusación solo es ejercida por la acusación popular y no por el ministerio fiscal o una acusación particular), entonces, a pesar de lo que diga la justicia en España, lo que aquí sucede no es un problema de interpretación de la ley sino de funcionamiento de la justicia. Cuando los beneficiados por esos errores son siempre los mismos, el poder judicial deja de ser el garante de la democracia y de la ley, para convertirse en el “brazo lagalizador” de esos beneficiarios.

Lo que está pasando en el Tribunal Supremo con las hipotecas y los impuestos, no es una vuelta atrás de una decisión que casualmente beneficia al débil contra el poderoso, ni tampoco la corrección de una medida tomada, como decía Joaquim Boch “por seis magistrados competentes en tributos que dictaron sentencia que protege derechos de los consumidores frente a las entidades bancarias.” Lo que ahora se pretende no es dar marcha atrás sino proteger a los bancos en nombre de una supuesta «enorme repercusión económica y social». Repercusión económica y social que beneficia a los clientes en lugar de a los todopoderosos banqueros. Y si como dicen en este artículo de ara.cat resulta que Lesmes controla el tribunal a base de poner “amigos”, si el único magistrado que presentó voto particular a lo decidido por la sección segunda del TS de que sean los bancos los que paguen los impuestos de las hipotecas, es Dimitry Berberoff, del Grupo de Amigos de Lesmes, suponemos que este le iría “con el cuento” antes de presentarse la sentencia. Y si tanto peligro “económico y social” había y no se paró a priori, ¿Qué explicación hay para que después quiera “revocarse” esta jurisprudencia?

Lo primero que pensé, cuando me enteré de la decisión y a la vista de la caída estrepitosa que el día anterior había tenido la bolsa, es que cualquiera con información sobre esta decisión incomprensible podría haberse forrado comprando acciones del Santander, del Sabadell o del BBVA antes de que se diera a conocer. Si resulta que la Jefa de Gabinete de Lesmes, la fiscal Ana Murillo, es esposa de uno de los vicepresidentes del Santander y este banco no pasa por sus mejores momentos de liquidez, como lo prueba la catástrofe de la cuenta 1,2,3, que ha provocado pérdidas millonarias a la entidad, pues que quieren que les diga, blanco y en Tetra Brick no suele ser cola de carpintero.

Esperemos que la CNMV abra una investigación y llegue al fondo de esta cuestión.

Puede que, al contrario de lo que la gente piensa, este no sea un problema arrastrado del franquismo. No creo que haya jueces en activo que ya tomaran decisiones judiciales en plena dictadura. Lo que si es innegable es que esta institución es heredada de aquella época. Si no en las personas, si en su comportamiento, ideología y en los estamentos (conviene aquí recordar que muchos de estos señores son miembros del Opus Dei). Y desde que el control de esos estamentos que gobiernan a los jueces por los “convenientes” al régimen del 78, el sistema se ha convertido en un coto en al que únicamente pueden acceder aquellos que pasen el “filtro” de Lesmes. Lo que convierte al Poder Judicial en un problema para la democracia, para el pueblo y para el estado social. Quiénes debieran ser los garantes de los derechos reconocidos en la Constitución, se convierten en los “blanqueadores” del deterioro de esos derechos.

Como digo, quizá no sea un problema heredado del franquismo, pero su solución pasa por finiquitar este régimen continuista, dónde la corrupción es un sindios y la impunidad de algunos, una tremenda carga para el pueblo.

La cizaña se ha apoderado del sembrado.

 

Salud, república y más escuelas.

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