En la última sesión de la Comisión de Medio Ambiente de la Federación de Municipios y de la Red de Ciudades por el Clima, los representantes de Izquierda Unida elevamos una propuesta para que ambas plataformas condenasen el negacionismo de la administración Trump sobre el cambio climático y las decisiones del gobierno estadounidense sobre este aspecto, como el abandono de EEUU de los acuerdos de París. 

En la Red de Ciudades por el Clima la propuesta la elevó nuestra representante Eva Jiménez, teniente de Alcalde de la ciudad de Toledo. En la Comisión de Medio Ambiente, soy yo quien actualmente represento a Izquierda Unida. Ambos somos militantes de Izquierda Abierta, donde es también prioritaria la batalla para frenar el cambio climático, implantar y fomentar modelos de producción y consumo más sostenibles y ecológicos porque sabemos que nos jugamos la vida futura.

¿Por qué creemos necesario hacer esta extensiva, y masiva, esta condena? 

Según el quinto informe del IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático) “el calentamiento en el sistema climático es inequívoco, y desde la década de 1950 muchos de los cambios observados no han tenido precedentes en los últimos milenios… Se ha podido comprobar que la atmósfera y los océanos se han calentado, los volúmenes de nieve y hielo han disminuido y el nivel del mar se ha elevado”. 

A pesar de ello, se ha producido no sólo una disminución del interés público e institucional en los últimos años a este respecto, además se está poniendo en cuestión su propia existencia y la necesidad de combatir un problema de dimensiones globales y consecuencias dramáticas.

Mientras tanto, los niveles de CO2 parece que se están estabilizando de forma definitiva por encima de los 400 ppm. Que el exceso anual (alrededor de 2 ppm) atrape cada vez más calor en la atmósfera de la Tierra significa un aumento de la temperatura global en 0.9°C desde el comienzo del siglo XX. En los últimos tiempos, esas temperaturas se han acercado a 1.5°C por encima de la temperatura global de finales del siglo XIX, hito que los negociadores internacionales están trabajando para poder evitar.

Es por ello que el Quinto Informe de Evaluación (2014) del IPCC, en comparación con informes previos, hacía más hincapié en la evaluación de los aspectos socioeconómicos del cambio climático y sus consecuencias para el desarrollo sostenible, los aspectos regionales, la gestión de riesgos y, sobre todo, la elaboración de una respuesta mediante la adaptación y la mitigación de sus consecuencias. “Las emisiones antropógenas de gases de efecto invernadero han aumentado desde la era preindustrial, en gran medida como resultado del crecimiento económico y demográfico, y actualmente son mayores que nunca. Como consecuencia, se han alcanzado unas concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso sin parangón en por lo menos los últimos 800.000 años. Los efectos de las emisiones, así como de otros factores antropógenos, se han detectado en todo el sistema climático y es sumamente probable que hayan sido la causa dominante del calentamiento observado a partir de la segunda mitad del siglo XX.” {1.2, 1.3.1} “En todos los escenarios de emisiones evaluados, las proyecciones señalan que la temperatura en superficie continuará aumentando a lo largo del siglo XXI. Es muy probable que las olas de calor ocurran con mayor frecuencia y duren más, y que los episodios de precipitación extrema sean más intensos y frecuentes en muchas regiones. El océano se seguirá calentando y acidificando, y el nivel medio global del mar continuará elevándose.” {2.2} “La eficacia de las respuestas de adaptación y mitigación dependerá de las políticas y medidas que se apliquen en diversas escalas: internacionales, regionales, nacionales y subnacionales. Las políticas que apoyen en todas las escalas el desarrollo, la difusión y la transferencia de tecnología, así como la financiación para las respuestas al cambio climático, pueden complementar y potenciar la eficacia de las políticas que promueven de forma directa la adaptación y la mitigación.” {4.4}

Con conclusiones como estas, y en este contexto, Donald Trump ha accedido a la Presidencia de Estados Unidos, la mayor potencia económica, productiva y consumista del planeta. Ya desde que se postuló como candidato, Trump mostró su escepticismo y rechazo ante la existencia del cambio climático, la influencia que el hombre haya tenido y la utilidad de las políticas de mitigación previas, condenando al ostracismo a la Agencia de Protección Ambiental (EPA) estadounidense o firmando una serie de memorandos ejecutivos para impulsar la producción y el consumo de combustibles fósiles. Del mismo modo, prometió retirar a EEUU del acuerdo de París, que propone reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2 ) -principal causante del calentamiento global– a valores que permitan que el calentamiento esté por debajo de 2ºC, en relación a las temperaturas de tiempos preindustriales, y que suscriben y siguen de forma decidida las propias políticas de desarrollo de la UE y la práctica totalidad de países europeos.

Muchos han sido los esfuerzos que la Unión Europea viene realizando desde la firma del Protocolo de Kioto para integrar al mayor número de países en los compromisos contra el cambio climático, pero incluso si Washington no se retira formalmente, su acción contraria y mensajes contra él pueden suponer una piedra importante en el camino del acuerdo de París. En primer lugar, porque el propio texto recoge que los esfuerzos pactados no bastan para lograr los objetivos de reducción de gases y compromete a los firmantes a revisar al alza los programas de mitigación en 2018. Y en segundo lugar porque los próximos cuatro años han de ser clave para definir el control de las emisiones y la financiación de las políticas de adaptación al cambio climático. Y Washington, primera potencia mundial y segunda emisora de CO2, podría bloquear unas negociaciones basadas en el consenso.

Tal y como se recoge en los Objetivos de Desarrollo Sostenible “el cambio de actitudes se acelera a medida que más personas están recurriendo a la energía renovable y a otras soluciones para reducir las emisiones”, algo para lo que la implicación de las entidades locales es esencial. Pero, además, “el cambio climático es un reto global que no respeta las fronteras nacionales. Las emisiones en un punto del planeta afectan a otros lugares lejanos. Es un problema que requiere que la comunidad internacional trabaje de forma coordinada y precisa de la cooperación internacional para que los países en desarrollo -y todos los demás- avancen (avancemos) hacia una economía baja en carbono”. Existe financiación disponible: la UE ha destinado el 20% de su presupuesto a ayudar a las ciudades y a los países a prevenir y adaptarse al cambio climático.

Sin embargo, muchas ciudades desconocen este hecho. Una de las mayores dificultades que tienen las ciudades a nivel práctico es la organización de sus actuaciones en los niveles administrativos y el conocimiento y conciencia social y ciudadana sobre esta problemática. La mitigación y adaptación al cambio climático implica establecer conexiones entre fronteras tanto administrativas como simbólicas, institucionales y ciudadanas. Y ante todos estos retos, entre todas estas enormes dificultades, el Presidente de EEUU se yergue como la personificación del negacionismo del cambio climático. 

Es por todo ello por lo que propusimos a la Comisión de Medio Ambiente y al Consejo de Gobierno de la Red de Ciudades por el Clima, sin que se haya podido debatir de momento, que los municipios y provincias españolas adoptasen estos sencillos pero simbólicos acuerdos. En primer lugar, que muestren su rechazo al fomento de políticas públicas, sean cuáles sean su ámbito o la jurisdicción de las administraciones en cuestión, encaminadas a potenciar modelos energéticos que limiten el consumo, explotación e investigación de energías renovables en pos del impulso al consumo de combustibles fósiles. En segundo lugar que muestren su rechazo a declaraciones o posicionamientos públicos que, contraviniendo el consenso de la comunidad científica y de la gran mayoría de la comunidad política internacionales, nieguen o menoscaben el impacto global del cambio climático tanto en términos medioambientales como en términos sociales. Y por último hacerle llegar tales acuerdos a todos aquellos organismos, de carácter nacional o internacional, competentes en la puesta en marcha de políticas que mitiguen el cambio climático de modo que promovamos de manera masiva y global, porque global es el problema y globales deben ser las soluciones, una condena de tales actitudes.

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