Durante los ocho años de Dick Chaney fue vicepresidente de los dos gobiernos de George W. Bush (de 2001 a 2009), una chascarrillo corría por los pasillos del poder en Washington: “No te molestes en vigilar a Bush, pero no le quites el ojo a Cheney”, y eso es decir mucho de un cargo que habitualmente es motivo de burla, al resultar tan simbólico e inútil como el de un rey. Pero eso fue antes de Chaney. La historia de aquellos años llega ahora a los cines de la mano de Adam McKay, quien ha dirigido a un irreconocible Christian Bale en el papel de este ambicioso político y empresario estadounidense. Ácida, con buen ritmo y con un lenguaje que por momentos parece introducirnos en un clima de documental, El vicio del poder es una película tan recomendable como necesaria para animarnos a mantener siempre la guardia alta ante todo el animalario político. Amy Adams, Steve Carell, Sam Rockwell o Bill Pullman son otros de los actores participantes en esta cinta en la que McKay vuelve a dejar constancia de su buen pulso para teñir de sátira historias realmente duras, como ya hiciera tres años atrás en La gran apuesta.

Este estreno viene a recordarnos que el cine político es un género que se refresca de tanto en tanto. De hecho, cuanto peor huelen las cloacas del poder, más inspirados parecen sentirse los cineastas para reflejar de forma directa o a través de alegorías históricas las perversiones de este otrora noble arte cívico. En España, sin embargo, el cine político goza de tan pocos títulos que ni siquiera puede hablarse de un género autóctono. No faltan excelentes cintas de cine social con trasfondo político (como El Diputado, Siete días de enero o El disputado voto del señor Cayo), pero son anecdóticas las películas o series que han mostrado la trastienda de la vida política nacional.

No ocurre así con la producción audiovisual de diversos países europeos, y por encima de todos, la británica y especialmente la estadounidense. Y lo de hablar de audiovisual es por no dejar fuera producciones televisivas tan destacables como las británicas Sí, ministro y Castillo de naipes (la versión original de House of Cards, de 1990), la danesa Borgen, la italiana 1992 o el clásico estadounidense El ala oeste de la Casa Blanca.

Aprovechando el estreno de El vicio del poder, hemos seleccionado diez títulos (con trampa, son doce en realidad) que nadie debería perderse, tanto por su calidad artística como por su interés para comprender el funcionamiento de la maquinaria y la mentalidad política, en todos ellos.

Caballero sin espada (Frank Capra, 1939)

James Stewart interpreta a un ingenuo senador que tiene que hacer frente a toda la ‘jauría’ de Washington y acaba descubriendo una trama de corrupción. Puro Capra, con su dulce ingenuidad y la confianza en que un mundo mejor es posible.

El político (Robert Rossen, 1949)

En las antípodas de la anterior, dura amarga y descarnada. En este caso el hombre honrado e idealista al que da vida un genial Broderick Crawford sufre una dramática transformación al convertirse en gobernador y tomar conciencia de su poder, incapaz de sobreponerse a la corrupción que le rodea. En 2006 Sean Penn protagonizó un remake titulado como el original en inglés, Todos los hombres del rey (Steven Zaillian).

El último hurra (John Ford, 1958)

Un profundo y magistral retrato de la política local estadounidense a cargo del maestro Ford, con un Spencer Tracy en su habitual estado de gracia interpretando a un viejo alcalde que se presenta a la reelección frente a un candidato más incompetente pero con más apoyos. Para ganar, el veterano debería actualizar sus métodos, pero como es de prever en cualquier obra de Ford, decidirá seguir fiel a la tradición.

Tempestad sobre Washington (Otto Preminger, 1962)

Obra maestra y quizás la mejor película jamás rodada sobre el universo político. Contra todo pronóstico, el presidente de Estados Unidos nombra secretario de Estado al independiente Robert Leffingwell (Henry Fonda), que no convence a demócratas ni a republicanos. Antes de ser ratificado debe someterse a una investigación del Senado dirigida por un inflexible senador encarnado por Charles Laughton (al que debieron darle aquel año hasta el premio Nobel por este papel). Un guión tenso y fascinante al servicio de un elenco de actores memorable.

El mejor hombre (Franklyn J. Schaffner, 1964)

Henry Fonda y Cliff Robertson interpretan en esta cinta a dos candidatos a la presidencia de posturas y caracteres tan distintos como lo son también los estilos de sus respectivos equipos. Un trabajo más que solvente sobre los entresijos y el juego sucio en las campañas presidenciales.

El candidato (Michael Ritchie, 1972)

Robert Redford recogió el testigo de Fonda en esta película, que viene a ser una puesta al día de la anterior, aunque sin profundizar tanto en el antagonismo entre ambos candidatos. Además, en la línea de otros de sus papeles de la época, Redford da vida a un joven un punto ingenuo e idealista, en la mejor tradición de los héroes de Capra, que se resiste a caer en los usos viciados de la clase política.

JFK, Nixon y W. (Oliver Stone, 1991, 1995, 2008)

No es fácil elegir una, así que citaremos esta trilogía política firmada por Oliver Stone a lo largo de casi dos décadas. Si bien la primera no tiene al propio Kennedy como protagonista, la investigación llevada a cabo por Jim Garrison (Kevin Costner) sobre el magnicidio sí que permite conocer muchas sombras del poder, especialmente los sutiles acuerdos entre el Gobierno y el crimen organizado a través de la CIA o el FBI. Respecto a las otras dos cintas, aunque resultan más biográficas que estrictamente políticas, es indudable el valor que atesoran como crónicas de hechos históricos, tamizados a través de la mirada de un siempre beligerante Stone.

La cortina de humo (Barry Levinson, 1997)

Con guión de David Mamet, esta película es una ácida sátira sobre la falta total de ética de la que en muchos casos han hecho gala diversos políticos para desviar la atención de un tema personal determinado. En este caso, y con una clara referencia a Bill Clinton, se cuenta la historia de toda una guerra inventada para tapar un escándalo sexual en el que se ha visto envuelto el presidente de EE UU días antes de la reelección.

La guerra de Charlie Wilson (Mike Nichols, 2007)

Aaron Sorokin firme un guión fresco y dinámico que adapta la novela de George Crile sobre la historia real de una rica heredera de Texas, convencida anticomunista, que logró convencer a un congresista para ayudar a los muyahidines afganos, plantando cara con fondos y armas a los soviéticos de Afganistán. Julia Roberts y Tom Hanks encabezan el reparto junto a un deliciosamente excesivo Philip Seymour Hoffman como el agente de la CIA que puso en marcha la operación sobre el terreno.

Los idus de marzo (George Clooney, 2011)

Planteada en clave de thriller, la historia coloca a un joven idealista (Ryan Gosling) en el centro de una polémica que está en su mano destapar. A su lado, George Clooney es el veterano político al que admira y para el que trabaja y que le tiene reservada la lección definitiva si quiere sobrevivir y crecer en los intrincados caminos de la alta política.

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