Como jugador de baloncesto que fue, Pedro Sánchez sabe la importancia que el tiempo tiene en el juego, no solo en el deportivo, sino también en el político. Cada segundo puede ser crucial, cada bote bien dado o en falso puede suponer la diferencia entre ganar o perder un partido. Así, al designar a Pepu Hernández candidato por Madrid, el presidente cometió una doble falta: la primera fichar al entrenador a dedazo sin contar con el club; la segunda no revisar si su expediente estaba limpio de sanciones federativas y asuntillos fiscales.

Más tarde, cuando dio un ultimátum a Maduro para que convocara elecciones libres en Venezuela, Sánchez se saltó el reglamento, o sea que se pasó por el forro el derecho internacional. Eso fue, si no juego sucio, sí al menos juego subterráneo. Y cuando, para completar una semana nefasta se filtró que había pactado un relator con los independentistas, cometió “pasos” por querer ir demasiado deprisa y no calcular el tiempo que le quedaba de posesión, o sea el tiempo que le resta en la Moncloa.

Ayer, el base Sánchez volvió a recuperar el control del partido al anunciar que rompía las negociaciones con los soberanistas catalanes. Fue un triplazo espectacular sobre la bocina que sorprendió a todos sus rivales. Con ese canastón medio cayéndose, a la remanguillé y desde mitad de la cancha, el jefe del Ejecutivo empató un partido que tenía totalmente perdido y forzó la prórroga en el último segundo. Fue una jugada maestra por dos razones principales: primero porque con un solo movimiento de muñeca desarboló la manifestación facha del próximo domingo, cuando los autocares (los de Alsa y los de Hazte Oír), los bocadillos de chorizo rancio y los banderones españoles de todo a cien ya estaban preparados. ¿Contra qué protestarán ahora Casado, Rivera y Abascal? Si ya no hay relator, si la negociación con Torra/Puigdemont se ha dado por liquidada, si la relación con Cataluña está igual de enquistada y envenenada que siempre, que es lo que pretenden las derechas por los siglos de los siglos, ¿contra quién van a disparar ahora sus mentiras y su bilis patriótica? Es evidente que Sánchez no ha traicionado a España ni es un “felón”, como decía el pedante Casado en un castellano antiguo sobreactuado propio de La Venganza de Don Mendo, sino solo un político que intenta resolver problemas. Con su jugada de pizarra (no sabemos si Iván Redondo tiene algo que ver en esta táctica) el líder socialista le ha aguado su 12 de Octubre particular al ‘trifachito’, su día de la españolidad exclusivo y private, es decir solo para gente decente, de orden y de derechas, nada de rojos, feminazis ni abortistas.

Pero es que además, con su canastón imposible en el último suspiro, Sánchez consigue poner la bola en el aro de los independentistas. Su mensaje ha sido claro y directo: ya está bien de marear a un país y a un Gobierno con vuestras butifarradas y vuestro victimismo cerril e ingobernable. Y añade: si despreciáis los 2.000 millones en infraestructuras, unos presupuestos vitales para los que más sufren y un nuevo Estatut generoso; si no estáis por la labor de la mesa de negociación para abandonar la senda de la unilateralidad, de la desobediencia y la rebeldía; si seguís empeñados en construir media República en contra de la mitad del país y de Tabarnia, adeu y bon viatge. Ya os veréis las caras con las derechas, no solo las españolas (que son duras y malas de llevar) sino las europeas (que todavía son peores).

Al bloque secesionista no le queda otra que entender de una vez por todas que la construcción nacional catalana aún no se ha conseguido, que el 1-O  fue una ensoñación sin base real, que han faltado otros 25 años y un par de gobiernos más del PP. Eso lo sabe desde Junqueras, que está en la cárcel, hasta Puigdemont, que está en su lujosa mansión de Waterloo como un bon vivant, pasando por Anna Gabriel que no se sabe dónde está. De modo que o se moderan, ceden y negocian, o volvemos a las andadas: 155 aún más duro (cuando llegue Abascal), una Cataluña de posguerra y los CDR quemando neumáticos en las autopistas. O sea, como en Venezuela pero con Torra, un “madurito” menos moreno y sabrosón.

Con su jugadón in extremis, Sánchez ha demostrado que no piensa claudicar, y menos ahora que está subiendo en el CIS. Es como esos reboteadores bragados que nunca dan una bola por perdida, o mejor, como aquel boxeador que encajaba todo lo que le daban. James Braddock, también conocido como Cinderella Man, de quien Russell Crowe hizo una interpretación magistral. Acuérdense los enemigos de Sánchez, tanto los del PP como los del PSOE (que son más y más encarnizados), cómo se levantó de la lona apoyándose en su manual de resistencia el día de las cuchilladas traperas en el Comité Federal. El que lo dé por muerto cometerá un grave error. Que nadie le dé el KO a Cinderella Sánchez antes de tiempo.

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