Era lunes, 18 de octubre de 1976. El soniquete de “Libertad sin ira”, la canción de Jarcha que arropó el nacimiento de Diario 16, tenía pillado al taxista en el estribillo: libertad, libertad sin ira, libertad…

Al llegar a la puerta del bar-restaurante-fiestódromo, lo que fuera aquello, eso que llamaban Mayte Commodore, me quedé pensativo. Aquello era muy gordo. Por fin un periódico que hablaría claro y criticaría lo criticable. ¡Casi nada! Y yo iba en la sala de máquinas. Fui el primer viñetista junto al editorial y las tribunas de opinión de peso. Un momento histórico en el que, sólo faltó la pregunta que nadie se hace por temor a que te llamen gafe: ¿cuánto durará esto?

Si en esos momentos,  -ya casi llegando al primer piso en el que tenía lugar la presentación del periódico- me dicen que 44 años después estaría dibujando y satirizando en el mismo periódico, nadie se lo creería. Pero se hizo realidad a pesar de que el periódico, en esencia empresarial, ya no fuera el mismo.

Y estaba allí, en octubre de 1976, y el mismo día que nació Pablo Iglesias (Posse) porque el espacio de mi viñeta se lo ofrecieron a un colega/maestro que dijo “imposeibol, yo voy a seguir en el mismo periódico en el que estoy ahora, en Informaciones”  Y sin más adornos,  recomendó a un jovencísimo pintamonas de reciente aparición que firmaba como sir Cámara. Un peculiar seudónimo que le inspiró su abuela para que se diera importancia. Firma en inglés hijo, que es lo que valoran. Y así fue.

Unos números de Diario 16 más allá, descubrí que somos crueles, muy crueles. De las esperanzas sin argumentos palpables con las que adornamos a Suárez, pasamos a denostarle ferozmente. Una viñeta argumentada sobre un mitin de la CNT en la plaza de toros de san Sebastián de los Reyes,  propició que llegara a la redacción un anónimo ce-ene-tero que empezaba diciendo: “Queridísimo sir Cámara, grandísimo hijo de puta”. Al poco tiempo llegó otra carta, el correo era postal, con sellos, con el membrete del diario El Alcázar; órgano de los excombatientes de aquella barbaridad a la que llamaron guerra civil, que firmaba el director y, entre otras bobadas, me llamaba “paleto anglosajón”.

El tiempo avanzó hasta que se produjo el relevo del director, Ricardo Utrilla por otro al que el tiempo y el oficio han clasificado como gran periodista.  Algo, no sé, alguna poción mágica, le alteró los recursos expresivos, tanto que, una cosa lleva a la otra, a mí me llevaron a la puerta de la calle. Gracias a un letrado laboralista amigo, arreglamos aquel triste asunto en la Magistratura del Trabajo. Allí se hizo justicia y obtuve recursos para seguir viviendo; continué dibujando y, de no haber sido por aquél percance,  jamás habría conocido a la mujer de mi vida en la redacción de otro periódico.

Como decía al comienzo, la tarea diaria era criticar lo criticable. Era más bien periodismo gráfico, opinión, análisis… Siempre muy pegadito a la información.  Atrás quedaba esa vieja esencia del humor gráfico que descansaba sobre aspectos tan genéricos como intemporales. Había que criticar lo que era criticable, aunque en ese ejercicio estuvieran los representantes de tus ideales. Y así fue, tras años de militancia, el 28 de octubre de 1982, me preguntó una compañera cerca del hotel  Palace, por qué no saltaba de alegría. Y contesté lo clásico ¿cuánto durará esto? ¿Funcionará? Mira que si no saben hacerlo o no tienen la gente adecuada para hacer algo sensato… Delante tenía una opción clarísima, renunciar al carné para ser libre y hacer  lo que ya parecía tener muy claro: criticar a aquellos que dieran motivos para ello.

Ya con menos pelo, pero más aerodinámico, puede que de ahí surgiera mi trazo rápido, descubrí  otro recurso de expresión: la radio. Empecé hablando de animales domésticos los sábados por la mañana en una radio elitista que consideraba una ordinariez anunciar botes de comida para perros y sugería, a esas horas y en ese espacio, anunciar Moët & Chandon.

 Mi escapada al medio rural, ya como autónomo, me puso ante un micrófono integrado en la red de emisoras de una comunidad. El esquema no funcionó. La radio, sí. Los sábados en el programa infantil conté con la valiosa colaboración del que años después fuera el líder del grupo  the crazy Stone, un crio con soltura y desparpajo, puede que hasta cara dura sana, ante el micrófono.  Luego llegaron muuuchas, muuuchas horas ante el micrófono haciendo entrevistas telefónicas a ilustres del momento. Luis Carandell, José María de Areilza, Vallejo-Nágera, Raúl Sender, Gracita Morales, Lluis Llach, Emilio Romero, Micky, Paco Lobatón, Rafaela Aparicio, Ruiz-Mateos, Juan Antonio Bardem, Florinda Chico, Luis Escobar, Lalo Azcona, Mayra Gómez Kemp, Quique Setién, Marcelino Camacho, Luis García Berlanga, Pedro Ocón de Oro, José Luis Coll, Santiago Amón, Amparo Rivelles, Mariano Medina, Alfonso Cabeza, Antoñete, Torrebruno, Juan EChanove, Joaquín Arozamena, Ramón Drake, Ágata Lys, Luis Cobos, Norma Duval, Chumy Chumez, Caco Senante, Manuel Fraga, Forges…

Parecen los créditos de salida de una producción ochentera, pero era algo más. Era lo que en la década de los noventa nos dijeron que estaba de moda en el mundo: la marca España. Era el resultado de los aplausos a una transición civilizada de la dictadura a las libertades que brotó, como por arte de magia, del  bipartidismo. Algo que en aquellos tiempos nos parecía de ciencia ficción y hoy vemos como lo que realmente ha resultado ser: un ejercicio de inevitable ciencia fricción rozando entre sí las fuerzas políticas, mirando hacia atrás con ira y legalizando el insulto en una España en la que todo vale.

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