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China-Rusia: ¿Alianza coyuntural o irreversible?

La reciente cumbre entre los presidentes de China y Rusia, Xi Jinping y Vladimir Putin, respectivamente, en el marco de la visita del mandatario chino a Moscú, revela que las relaciones entre los dos países avanzan hacia la conformación de un verdadero bloque euroasiático como contrapeso a Occidente

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análisis

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La actual luna de miel entre los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y China, Xi Jinping, y el descarado apoyo chino -con algunos matices- a la invasión y ocupación rusa de Ucrania, no deben de hacernos perder de vista que las relaciones entre ambos países en el siglo pasado han atravesado períodos muy difíciles, graves crisis e incluso confrontaciones militares.

El actual acercamiento entre ambos países, fruto de la soledad de Rusia en la escena internacional y el enfrentamiento de China con los Estados Unidos, tiene mucho de coyuntural y refleja el triunfo de la realpolitik en ambas cancillerías, es decir, la adopción de una diplomacia basada principalmente en consideraciones de circunstancias y factores dados, en lugar de nociones ideológicas explícitas o premisas éticas y morales.

Cuando ambas potencias eran países socialistas, la extinta Unión Soviética apoyó con cuantiosos fondos y ayudas a la China comunista, sobre todo en la década de los cincuenta y hasta el año 1961, en que los soviéticos ya habían condenado el estalinismo y mantenían una política de coexistencia pacífica con los Estados Unidos, algo que enervaba a los comunistas chinos, que todavía defendían la pureza socialista de los tiempos de Stalin y que demandaban una política de mayor agresividad militar hacia los norteamericanos.

En la década de los sesenta, esas tensiones y diferencias entre ambos países se agravaron por las diferentes percepciones que tenían con respecto a varias crisis, entre las que destacan la de Berlín, en 1962, y la de los misiles con Cuba, en el mismo año, y también por la orientación estalinista del régimen albanés, que llegó a romper sus relaciones con la URSS, y que era apoyado claramente por China. Sin embargo, la gota que desbordó el vaso fue la breve guerra entre China y la India, en noviembre de 1962, por el control de una zona fronteriza en el extremo suroccidental del país, conocida como Aksai Chin. La URSS se negó a apoyar a China y el régimen chino se sintió traicionado por los camaradas soviéticos, que se negaron a invocar la solidaridad entre los distintos países socialistas para auxiliar a los chinos en esta contienda. 

El despertar de China como potencia global

En esos gélidos años sesenta del siglo pasado, inmersos en plena Guerra Fría entre el bloque occidental liderado por los Estados Unidos y el socialista conducido por la URSS, China comienza su larga marcha para convertirse en una potencia global y competir en la escena internacional en igualdad de condiciones con las dos superpotencias reconocidas globalmente como tales. 

China quería exportar su modelo revolucionario al resto del mundo y convertir su vía al socialismo como el referente político y económico para todos los partidos comunistas y movimientos de liberación nacional de todo el planeta. El máximo líder chino, Mao Zedong, preconizaba en esa época que el «modelo revolucionario» del Partido Comunista Chino (PCCh) debería ser seguido por todos los grupos comunistas y que su experiencia era absolutamente válida para el Tercer Mundo. Para Mao, la experiencia comunista china habría resultado al poner el énfasis en el campesinado como “agente revolucionario”, en vez de otorgar este rol al proletariado urbano, que resultaba minoritario en los países tercermundistas.

Poco a poco, las diferencias entre ambos países se hacían cada vez más evidentes y quedaba claro que ambos competían por el liderazgo del mundo comunista y del emergente Tercer Mundo. Mientras que la Unión Soviética contemplaba como algunos antiguos aliados se le escapaban de su esfera de influencia, como eran los casos de Yugoslavia y Albania, los ideólogos chinos del PCCh proclamaban abiertamente que las experiencias de la revolución rusa de 1917, que dio paso a la URSS, no eran aplicables a nivel universal, sino para apenas un puñado de países industrializados y desarrollados, mientras que el modelo de la revolución china de 1949 era el adecuado para el tercer mundo y sus incipientes movimientos de liberación nacional. 

Las relaciones entre ambos, pese a tímidos escarceos y fallidos intentos de aproximación, discurrieron por malos momentos en esos años, como cuando China se negó a apoyar la intervención militar de la URSS con sus satélites en la “Primavera de Praga”, ahogada en sangre por los tanques rusos en 1958, y también por la descarada aproximación de Vietnam del Norte a la URSS, desdeñando el peso de la ayuda china a los comunistas vietnamitas. 

Fruto de estas malas relaciones y diferencias sustanciales, ambas potencias llegaron a las armas por la posesión de una isla fluvial que se ubica en el río Ussuri y que los chinos llaman Zhembao y los rusos Damanski. El conflicto chino-soviético tuvo lugar a lo largo de los siete meses transcurridos entre el 2 de marzo y el 11 de septiembre de 1969 y murieron centenares de soldados de ambos bandos. La frontera definitiva entre los dos países, después de algunas concesiones rusas a China, quedó definitivamente delimitada en el año 2008.

Acercamiento a los Estados Unidos

En 1972 ocurrió un hecho trascendental en la historia de China: el presidente norteamericano Richard Nixon visitaría Pekín y se reuniría con Mao Tsé Tung, comenzando una nueva era en las relaciones internacionales y abriendo un periodo de cooperación entre ambos países desconocido hasta entonces. China escapaba definitivamente de la tutela soviética y se afianzaba en la escena internacional como una potencia global, soberana y dueña de su propio destino.

 A la muerte de Mao, entre 1976 y 1997, China pasó por varios periodos de crisis, abierta lucha entre conservadores y modernizadores en el interior del PCCh, convulsiones internas y el destacado liderazgo de Deng Xiaoping. Deng fue el motor e impulsor de la China moderna, promoviendo reformas económicas de corte capitalista, enterrando los ideales maoístas inamovibles hasta entonces, acabando con el culto a la personalidad impuesto por Mao e imponiendo grandes cambios en las estructuras chinas. 

Hasta su desaparición, en 1997, Deng siguió ejerciendo el poder en la sombra y sin su figura no se puede entender la historia de la China del siglo XX. Algunos, sin embargo, le han criticado su carácter autoritario y el papel decisivo en el uso de la fuerza contra los manifestantes de la plaza de Tian’anmen en 1989. Pese a todo, el balance de Deng es espectacular en todos los sentidos, habiendo convertido al país en la segunda potencia económica del mundo, compitiendo ya abiertamente con los Estados Unidos, y habiendo sentado las bases para el desarrollo y la modernización de China tal como la conocemos hoy.

En lo que respecta a las relaciones con Rusia, una vez disuelta la URSS, en 1991, y desaparecida la competencia en el terreno ideológico por el control del movimiento comunista a nivel planetario, las relaciones entre ambos países han discurrido con menor tensión y mayor normalidad que en el pasado, aunque hay que destacar que el mejor momento en todos estos años ha sido el que ha coincidido con las presidencias de  Vladimir Putin, en Rusia, y Xi Jinping, en China. 

De la era Trump a la guerra de Ucrania

La presidencia de Donald Trump (2017-2021) estuvo caracterizada por una guerra comercial con China, imposición de aranceles a las importaciones chinas incluida, y una cierta tensión por la retórica antichina del máximo mandatario norteamericano tras la aparición de la pandemia a raíz del COVID-19.

Durante una buena parte de su mandato, Trump acusó a China de estar detrás de la propagación de la pandemia y cuando padeció la enfermedad dijo sentirse liberado de ese “maldito virus chino”. El presidente de Estados Unidos llegó a utilizar la Asamblea General de la ONU, en el año 2020, para criticar el manejo de China de la pandemia de coronavirus, al decir que el gigante asiático debe rendir cuentas por haber “desatado esta plaga en el mundo”.

Las tensiones entre los Estados Unidos y China no amainaron con la llegada del demócrata Joe Biden a la presidencia, sino que el clima se enrareció aún más a cuenta de la “isla rebelde” de Taiwán, un país no reconocido por la diplomacia china y que las autoridades de este país pretenden anexionarse en el futuro. 

Desde la llegada de Biden a la presidencia se han incrementado las visitas de autoridades norteamericanas a la isla, lo que ha aumentado el enojo de China, y también las ventas de armas, siendo los Estados Unidos el primer proveedor de pertrechos militares a Taiwán. China, por su parte, ha reaccionado organizando varias maniobras militares alrededor de Taiwán para coaccionar a las autoridades de la isla, sobrevuela habitualmente e ilegalmente este pequeño país y mantiene una permanente presencia de sus buques en el espacio marítimo taiwanés. Las incursiones marítimas y aéreas chinas han sido denunciadas repetidas veces por Taiwán y China ha hecho caso omiso a las mismas.

En medio de estas tensiones y presencia militar china en los alrededores de Taiwán, tanto la Unión Europea (UE) como los Estados Unidos y sus aliados en la región, como Japón, han cerrado filas en la defensa de la causa taiwanesa y han condenado la desproporcionada exhibición de la fuerza militar por parte de China. Esta toma de posición por parte de Occidente hacia la independencia y el respeto a la soberanía de Taiwán enerva a la diplomacia china, cada vez más en una línea de reivindicación nacionalista más que socialista.

Rusia mira hacia Rusia

En este contexto, la agresión rusa a Ucrania, en febrero de 2022, alejó aún más las posiciones de China con respecto a Occidente, al negarse a condenar la invasión rusa y adoptar sanciones contra Moscú, y acercó al gigante asiático a Rusia. China ha presentado un plan de paz para poner fin a la guerra que aboga por el respeto a la soberanía de todos los países,  defiende el fin de las sanciones occidentales, el regreso de Rusia a la escena internacional, la apertura de negociaciones directas entre rusos y ucranios y el final de lo que considera por parte de Occidente un cierto  espíritu de la Guerra Fría, entre otras propuestas. Sin embargo, vista la escasa voluntad negociadora de Putin y la determinación rusa por aplastar a Ucrania, no parece que este escenario que sugiere la diplomacia china se vislumbre en el corto plazo.

¿Será esta nueva relación entre China y Rusia una alianza coyuntural o, por el contrario, se consolidará y será determinante en un nuevo marco de relaciones internacionales muy volátil y cambiante? Mas que una alianza porque ambos países compartan los mismos objetivos estratégicos, la relación entre China y Rusia tiene mucho que ver con que los dos países comparten una misma cosmovisión del mundo, la política y las relaciones internacionales. En la política interna, ambos tienen una misma visión y una concepción autocrática del poder, desdeñando los modos democráticos y los hábitos occidentales, mientras que en las relaciones internacionales el uso de la fuerza y la intimidación al adversario, tal como lo practica Rusia con sus vecinos y China con Taiwán, es una moneda corriente de pago y que cotiza al alza en esta nueva relación. 

Aparte de estas consideraciones, la guerra de Ucrania y la cuestión de Taiwán les enfrentan a ambos con Occidente claramente y la conformación de este bloque euroasiático tiene mucho que ver con esta coyuntura. Sin estos elementos coyunturales, que han sido más determinantes que razones de índole estratégica, seguramente esta alianza no se hubiera manifestado con la fuerza y robustez como se está mostrando ahora mismo al mundo. Pero también en la forja de esta nueva alianza ha pesado, por parte de Rusia, la necesidad de buscar nuevos mercados y socios en Asia, una vez rotos todos los puentes con Occidente, y tanto la ambivalente Turquía, como Irán, India y la misma China por ahora le ofrecen una salida natural a sus exportaciones de armas y materias primas.

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