La mayoría de los países europeos, menos España, tuvo “su revolución” a lo largo del S. XX y esto como consecuencia, entre otros elementos, de otra “revolución”, en este caso la industrial. La impuesta convivencia de las entonces tecnologías de última generación, como se dice ahora, con unos modos de explotación laboral, incluidos niños, propios de siglos anteriores, no se pudo mantener mediante la fuerza. Era un equilibrio imposible y el error de los grandes industriales de aquella época fue el creer que los “productores” no eran personas que sienten, piensan y procesan lo que ven. Los trabajadores del campo, entonces, por la lejanía de las ciudades en las que se comenzaban a desarrollar las nuevas ideas desconocían lo que ya se empezaban a denominar derechos de los trabajadores. Por ello fue en las ciudades, con las nuevas fábricas y la incipiente transformación de la minería, los lugares en donde se extendió la marea de esas nuevas ideas.

Rusia en octubre de 1917, con el advenimiento inmediatamente posterior del sistema soviético, y Alemania en noviembre de 1918, movimiento en el que por primera vez participaron millones de trabajadores, son dos ejemplos de lo que ocurrió en aquel período.

Más tarde, en 1968, se producía un fenómeno contestatario y revolucionario, con diferentes intensidades, en casi todo el Planeta.

En aquel momento fue la generación nacida tras la II Guerra Mundial la que se levantó contra unos gobernantes que venían directamente del conflicto. Reclamaban y exigían que la política les tuviera en cuenta y que las políticas contemplaran la nueva realidad que ellos representaban. París fue el lugar en el que este  movimiento se hizo más visibles por la protestas de estudiantes y trabajadores que actuaron ciertamente ni juntos ni revueltos.

Pero lío hubo en la entonces Checoslovaquia con la Primavera de Praga, seis meses de libertad y protestas que fueron aplastados por los militares soviéticos. Ese año también se registraron reclamaciones en Polonia por parte de intelectuales y estudiantes que acabaron con en Praga. Como ocurrió años antes en 1956 en Hungría. Intervención militar contra ciudadanos.

Pero ese año y en México también hubo protestas que en ese caso con resultado dramático. Miles de estudiantes algunos, con sus familias, y que se encontraban el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las tres culturas de México D.F., fueron tiroteados por ejército, incluso desde helicópteros, falleciendo, según los cálculos que generan más consenso 250 personas.

En Estados Unidos, para concluir, ese año se produjeron igualmente protestas muchas de ellas contra la Guerra en Vietnam y para reivindicar, como en París, otros políticos, otra política. Eso sí, de manera un tanto más pragmática: “Haz el amor y no la guerra” acompañado todo ello de los cigarritos de la risa. Que para eso el pragmatismo se inventó precisamente en ese país.

China y su revolución pendiente: no todo es la pasta

A propósito de los sucesos revolucionarios o de protesta antes expuestos todos ellos, salvo quizá el caso mexicano, lograron incorporar a la sociedad mejoras y ventajas en cuanto a las libertades, los derechos humanos y de los trabajadores, la mujer y las condiciones de vida y el bienestar de las personas. Es lo que todos debemos a aquellos que se enfrentaron el calle con el sistema y sobre todo a aquellos que perdieron la vida en ello.

Actualmente, año 2020, existe un país, China, que ha experimentado una auténtica revolución pasando de ser, en muy pocos años, una economía agrícola y rural a ser una de las tres primeras potencias industriales y financieras del mundo. Sobran comentarios porque es generalmente conocido lo ocurrido en el país que fue denominado hace un siglo como “peligro amarillo” e incluso “raza cruel y despiadada”.

La revolución china llevada a cabo en las últimas dos o tres décadas, en cuanto a potencialidad industrial, desarrollo tecnológico o capacidad financiera es indiscutible pero esa revolución no se ha tenido el necesario reflejo en cuanto a lo que se denominan usos y normas sociales. En Europa las revoluciones y los movimientos de protesta modernizaron también los países y sus sociedades, la cultura y el arte, la educación, la sanidad, la protección a los consumidores y medidas que tiene que ver con los derechos mujer, y otros muchos más.

Está bien eso de ser uno de los más ricos, pero también son necesarios los derechos de las personas porque forman parte de su libertad. Y si la riqueza no mejora las condiciones de vida de todas las personas, no solo los que son ricos entonces está fallando y tarde o temprano tendrán su revolución. Los chinos ven a diario objetos, bienes que saben que  nunca tendrán, especialmente los cientos de miles que llegan desde el campo, donde antes por lo menos tenían un sustento, a las nuevas ciudades.

En los días anteriores hemos visto como se han apagado las protestas en Hong Kong. A palos. Y los habitantes de ese territorio autónomo chino, -no con los criterios de autonomía de las comunidades españolas-, estaban acostumbrados a la libertad con la que vivían cuando eran parte del Reino Unido.

Cinco ejemplos, uno actual y otros cuatro ubicados en el tiempo en los últimos años, reflejan suficientemente ese desfase que existe en China en la actualidad entre un enorme desarrollo económico y un deficiente desarrollo social.

En 2008 se produjeron dos sucesos alarmantes. Por un lado 294.000 niños, mayoritariamente en zonas rurales pobres,  resultaron intoxicados por tomar leche que contenía melanina.

Ese mismo se informó de la retirada de lotes de medicamentos envasados en cápsulas fabricadas con gelatina industrial que contenía un nivel de plomo más elevado que la gelatina comestible.

En 2011 dos casos de alimentos en mal estado y agua contaminada afectaron a unas trescientas personas, la mayoría niños.

Y en cuanto a enfermedades contagiosas, en 1994 se registró Hong Kong el primer caso de Gripe aviar y diez años después otros nuevos en Anhui.

Y así llegamos a la actualidad con el alarmante coronavirus que ha puesto patas arriba a medio mundo.

No todo es dinero, hay que crear estructuras administrativas y sociales potentes al servicio de los ciudadanos y su protección porque el trabajador chino actual no es ese pobre agricultor ignorante de antes. El contacto con las tecnologías y los nuevos usos en el trabajo le han abierto los ojos, como a los trabajadores europeos a principios del Siglo XX.

Y sí, en España, también ocurre. El envenenamiento por aceite de colza adulterado en 1981. Pero aquel terrible suceso dio paso a una nueva legislación de consumo de la que España carecía.

Y hace poco también, con la carne mechada, pero los sistemas de alerta alimentaria lo detectaron y se pudo retirar el producto. El nuestro no es un  país perfecto, ni mucho menos, pero en algunos aspectos existe la horizontalidad.

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