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Si Cervantes levantara la cabeza, vería molinos de viento

El Día del Libro se celebra marcado por la excepcionalidad política de Cataluña, motor de la industria editorial española

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Pocos días más necesarios de celebrar que este Día del Libro. Incluso el de la Paz o el de la Mujer o el de la lucha contra los malos tratos o el cáncer, o el de la concienciación sobre el autismo o cualquier otro del extenso calendario fijado anualmente por Naciones Unidas cede gustosamente su protagonismo al libro, ese invento dotado de una mala salud de hierro que aplaca guerras, cura enfermedades, destapa la imaginación de cualquiera, fomenta el amor o prende la llama de rupturas apoteósicas. El libro, ese invento.

La media de lectores en España continúa cinco puntos por debajo de la europea

No les quepa duda: si Cervantes levantara hoy la cabeza, no tendría manos para luchar contra los molinos de viento que vería por doquier. Uno de ellos, la excepcionalidad política que vive Cataluña, la comunidad de referencia de la industria editorial en España, que este día de Sant Jordi celebra su fiesta del libro y la rosa con el color amarillo en el centro de todas las metáforas posibles. Unos la asociarán sin dudarlo a libertad y democracia, otros a independentismo, ruptura e ilegalidad.

Lean, lean, lean sin parar para curar o al menos amortiguar los efectos de esos males de obcecación que nos atenazan y mantengan siempre como referencia la pasión que Borges ponía en la lectura, por encima incluso de la escritura, y algún día llegaremos a tener la estremecedora sensibilidad del autor de un libro mágico como es Farenheit 451. Ray Bradbury reconoce con un aplomo que emociona: “Tenía nueve años cuando me enteré de los tres incendios de la biblioteca de Alejandría y me eché a llorar”.

El número de lectores que leen todos o casi todos los días desciende del 31% al 29% en solo un lustro

Las frías estadísticas en torno a este mágico invento son mareantes, pero pulsan una realidad en España más de pose que de efectos reales sobre la ciudanía. Libros se compran, sí, sin duda, cada vez más. ¿Quién no tiene un mueble biblioteca en su casa? Pero se lee poco, como casi siempre, y en ocasiones hasta mal, con lecturas cuya calidad literaria es indirectamente proporcional al grado de aceptación de los lectores. Pero mientras haya lectores hay vida en el mundo editorial. Las etiquetas se colocan después.

El porcentaje de lectores de libros en España mayores de 14 años se ha incrementado desde 2012 hasta situarse en el 65,8% de la población, apenas un incremento de 2,8 puntos porcentuales en cinco años. En el país de Cervantes aún se lee menos que en la media europea, cuyo porcentaje de lectores en esta franja de edad se sitúa actualmente en el 70% de la población, según los datos publicados el pasado enero en el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros 2017, elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), con el patrocinio de la Dirección General de Política y de Industrias Culturales y del Libro del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

Acotando sólo a la población que afirma leer en su tiempo libre, al margen de la lectura por motivos de estudio o trabajo, se observa también un crecimiento, aunque menor (0,6 puntos porcentuales), hasta situarse en el 59,7%. Es decir, un 40,3% de la población no lee nunca o casi nunca por ocio.

Las mujeres superan a los hombres en diez puntos en los índices de lectura en general

Mientras tanto, el porcentaje de lectores frecuentes, aquellos que se sientan delante de un libro por gusto al menos una vez a la semana, se ha incrementado desde 2012, y representan en la actualidad el 47,7% de la población mayor de 14 años. Este dato esperanzador de lectores frecuentes contrasta con otro que destapa todas las alertas: el número de lectores que leen todos o casi todos los días desciende del 31,2% al 29,9% en solo un lustro.

Este barómetro es la primera encuesta de hábitos de lectura y compra de libros que se realiza desde el año 2012. Desde esta fecha, se ha producido un crecimiento de la lectura de libros en general y de contenidos digitales, mientras se detecta un descenso en el número total de lectores de publicaciones periódicas (prensa y revistas) y cómics.

La lectura de libros en tiempo libre sigue siendo mayor entre las mujeres (64,9%), que en los hombres (54,4%), diez puntos porcentuales de diferencia. Las mujeres también son más lectoras de revistas y redes sociales que los hombres. Las mayores diferencias entre hombres y mujeres se producen en el tramo de edad entre 45 a 54 años (21 puntos). Las menores diferencias se dan entre los jóvenes de 14 a 24 años (solo tres puntos porcentuales).

La lectura de libros durante el tiempo libre se reduce con la edad. Así, los jóvenes entre 14 y 24 años siguen siendo el grupo de población más lector. Pese a todo, se aprecia en el citado estudio un alarmante abandono del hábito entre la población de 25 a 34 años. Entre la población femenina se recupera el hábito entre los 35 y los 54 años. Es importante destacar que, desde 2010, se observa un incremento continuado de la lectura de libros entre la población de mayor edad.

El hábito de lectura desciende de manera alarmante entre la población de 25 a 34 años

El nivel de estudios es un factor determinante para calibrar el hábito lector. El 80,7% de la población con estudios universitarios se declara lectora, aunque se detecta una caída en el número de lectores con respecto a 2012 (84,2%). Mientras tanto, el barómetro destaca la mejora registrada en los últimos cinco años en la tasa de lectura de la población con estudios primarios.

El tiempo libre y la ocupación profesional de los lectores también condiciona la lectura. La población estudiante es tradicionalmente la más lectora (75,7%) y, hasta 2012, era seguida por la población ocupada. Sin embargo, el Barómetro de 2017 refleja un descenso en este grupo de población (61,5% en 2017 frente a 63,4% de 2012). La población en situación de desempleo muestra un mayor interés en la lectura, el 63,2. La lectura de libros en tiempo libre parece estar mejorando en los grupos de población con índices de lectura tradicionalmente más bajos, como son las mujeres que trabajan en el hogar y los jubilados.

El Día Mundial del Libro que se celebra este 23 de abril fue una iniciativa española, pero en sus primeros años no se celebró en esta fecha. La primera vez que se conmemoró fue el 7 de octubre de 1926, después de que el rey Alfonso XIII firmara un Real Decreto que estipulaba esta fecha como día elegido para conmemorar la Fiesta del Libro ya que entonces se creía que Miguel de Cervantes nació en esa fecha. La idea original partió del escritor valenciano Vicente Clavel, que la presentó en la Cámara Oficial del Libro de Barcelona en 1923.

La Exposición Internacional de Barcelona y la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 fueron determinantes para darle visibilidad internacional a la efeméride. Sólo un año después se decidió cambiar la fecha al 23 de abril, en la que existían pruebas documentales de la muerte exacta del autor del Quijote, que a su vez coincidía con la del inglés William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. Varias décadas después, en 1995, la Unesco, a instancias del gobierno español, fijó definitivamente el 23 de abril como Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor.

También promovió el nombramiento anual de una ciudad como Capital Mundial del Libro, cuyo objetivo principal es el impulso de las celebraciones hasta el 23 de abril del año siguiente, designada junto a la Unión Internacional de Editores, la Federación Internacional de Libreros y la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas. En el año 2001 se eligió Madrid como primera ciudad. Este 2018 la suerte le ha correspondido a Atenas.

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