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Censura y desprestigio en la era de la posverdad

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análisis

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Hace unos días, se produjo una curiosa polémica televisiva en el programa de Iker Jimenez, en la que un mediático inmunólogo de Valladolid, Alfredo Corell, criticaba que se hubiese aludido al currículo del profesor Joan-Ramón Laporte Roselló, para explicar su importante y controvertida comparecencia en la Comisión de Investigación sobre las vacunas de la Covid-19  en el Congreso de los Diputados. Corell, visiblemente molesto, dejó caer frases como estas: «Esto se llama utilizar la falacia de autoridad, es decir, darle por todo ese maremágnum de cosas más autoridad que al resto», «Pero yo también puedo leer mi currículum y no lo he hecho ni lo hago habitualmente».

Si realizamos una comparativa sencilla sobre las citas de cada uno en google scholar (el número de veces que otros investigadores han citado sus publicaciones), el profesor Laporte tiene  más de 8.000 citas, mientras Alfredo Corell tiene algo más de 3.000. Por tanto, podríamos decir sin temor a equivocarnos, que Corell tiene menos de la mitad del currículum científico que Laporte.

Por otra parte, y esto es muy importante resaltarlo, a Laporte no se le conocen conflictos de intereses. Sin embargo, es difícil afirmar lo mismo del tertuliano Corell, ya que pertenece a la red de colaboradores de SaludSinBulos, organización impulsada por la empresa Sandoz (una división del Grupo Novartis). Según la explicación contenida en su web, el objetivo de estos “cazabulos” es: “colaborar en erradicar las fake news de la red, y en contribuir a la difusión de una información de salud de calidad”. Estos “cazabulos” participaron en el II Congreso Bulos de Salud celebrado el 27 de octubre de 2020, e intervinieron en los debates, además de Alfredo Corell, una redactora del equipo de fact-checking de Newtral y la responsable de EFE Verifica, viejos conocidos “verificadores de noticias”, entre otros. Como puede comprobarse en la web oficial, ese congreso lo apoyaron conocidas multinacionales farmacéuticas, como Novartis, Chiesi, GSK, o Janssen.  

Desde hace algunos años, el discurso oficial, la difusión mediática e incluso la propia presión social, han dejado al margen otras formas de ver las cosas, poniendo arbitrariamente a las numerosas personas que interpretan la situación actual de otra manera, en un extraño limbo: el de individuos excluidos por sus ideas o su forma de pensar, lo que va en contra de los principios fundamentales de la democracia y recuerda peligrosamente a tiempos oscuros. No se entiende si no, de otra manera, la constancia de que cualquier video alternativo sobre el espinoso tema de las vacunas, desaparezca en breve tiempo de plataformas como YouTube, dejando un lacónico mensaje de que su contenido se consideraba inadecuado. ¿Quién lo considera así?

Desde las instituciones oficiales y los medios de comunicación se ha infundido tal miedo a las personas respecto de la COVID, que una gran  mayoría de los españoles ha permitido que inoculen en su cuerpo unas sustancias elaboradas en tiempo record por las empresas farmacéuticas, con tecnologías no experimentadas adecuadamente. Si esta circunstancia se piensa detenidamente y con una adecuada reflexión, es fácil concluir que dicho permiso no se ha dado en las circunstancias más idóneas para que exista un perfecto consentimiento informado.

Llamar negacionista a una persona con el curriculum del profesor Joan-Ramón Laporte, como han hecho algunos medios, es indicativo de los derroteros que ha tomado la información interesada, que ha conseguido el discurso único sobre la pandemia, con la muy honrosa excepción de Diario 16.

Como cada uno lleva su cruz, yo mismo  tuve alguna experiencia de este tipo, cuando propuse en un episodio del programa “Natural” de Jalis de la Serna que la desaparición de los gorriones podría estar vinculada, conjuntamente con otros factores, al aumento de la contaminación electromagnética en las ciudades. A las pocas horas de emitirse el capítulo, un profesor de una universidad pública lanzó una andanada de “tweets” poco respetuosos y fatuos, como si una hipótesis seria, con muchos años de trabajo detrás, propuesta también por otros autores, publicada en una revista científica revisada por pares, sólidamente fundamentada y madurada, pudiera desmontarse sobre la marcha con cuatro ocurrencias.

No hará falta decir que, el profesor autor de esos tweets, resulta ser vocal del autodenominado Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud (CCARS), organismo directamente dependiente del colegio oficial de ingenieros de telecomunicaciones, que se dedica  a hacer informes absolutamente sesgados para proteger a las empresas del ramo. Estos informes no podrían pasar el filtro de ninguna revista científica seria revisada por pares, pero, aun así, desgraciadamente los siguen a pies juntillas los Ministerios con competencias en la materia, desoyendo las advertencias de más de doscientos científicos especialistas, publicadas en revistas científicas

Y ya que estamos con anécdotas personales, también tuve otra experiencia con el mismísimo Alfredo Corell, con el que empezábamos el artículo. Allá por el año 2018, a raíz de una campaña del gobierno contra las “pseudociencias” capitaneada por el exministro Pedro Duque, publiqué un artículo pidiendo el respeto a la diversidad de los medicamentos y a la libertad de elección por los consumidores, que obtuvo una poco respetuosa respuesta de Corell, arremetiendo contra mi artículo en tono jocoso, con otro titulado: “gazpacho de gamusinos”, que también publicó en el twitter.

Pero incluso lo que comentábamos que le ha sucedido al profesor Laporte, ha sido superado con lo acontecido al Doctor Peter A McCullough en EEUU. Él es el Presidente de la “Cardiorenal Society of America”, editor jefe de la revista científica “Reviews in Cardiovascular Medicine”, y editor asociado de “American Journal of Cardiology”. Por si fuera poco, el profesor McCullough tiene en su haber más de 60.000 citas en Scholar, pero eso no ha impedido que en un artículo publicado en The New York Times le hayan calificado de “vendedor de aceite de serpientes”. Y eso, por haber intentado por todos sus medios abogar por los tratamientos tempranos para reducir los tiempos de infección y propagación, así como la reducción de los ingresos por coronavirus en los hospitales y evitar de esa manera su saturación. La Wikipedia no se queda atrás y le acusa de haber difundido desinformación sobre la COVID-19, las vacunas y los tratamientos tempranos.

Si contradices la narrativa oficial, no es suficiente siquiera con ser un premio Nóbel como el gran Montagnier. E incluso aquí, rompiendo con la más consolidada tradición hispana del sagrado respeto a los muertos y el panegírico postmortem, algunos nunca le perdonarán haber sido fiel a sus principios y a su conocimiento.

Miguel Delibes contaba en vida como tuvo que sortear con inteligencia la censura franquista, que en aquellos tiempos era algo cutre y pedestre. Actualmente, en la supuesta era de la información, el desprestigio de las personas que mantienen postulados que no interesan tiene otro nivel. Esto demuestra, una vez más, lo importante que es para la educación de las personas y el avance de la sociedad, fomentar el espíritu crítico. Que cada uno saque sus propias conclusiones.

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