Cercados por nuestra conducta, e inmovilizados por funesta incapacidad que a menudo las tretas de la moral imponen, lo cierto es que cada vez con mayor frecuencia vienen a repetirse en la historia de nuestro mal llamado estado de las cosas, acontecimientos que no hacen sino poner de manifiesto las debilidades que en realidad hacen mucho más que secundar el supuesto orden en el que siempre de manera relativa basamos nuestra ilusoria sensación de seguridad.

Nos movemos así pues en un universo oscuro. Un Universo en el que los señores de la obscuridad se conducen con tamaña soltura que, ebrios de lo que supuestamente habría de ser su destino; no hacen sino promoverse desde las atribuciones que les proporciona el saberse dominadores de las ventajas que a priori estaban destinados para los hijos de la luz. “La Trampa de hoy se esconde en el hecho de que Los Hijos de la Noche se mueven mejor que los Hijos de la Luz” (Rosa DÍEZ).

Es la oscuridad el elemento igualador por excelencia. Proporciona la oscuridad el último de los refugios, aquel en el que hasta la sensación propia de la nada se reduce, el llamado a privarte hasta de uno de los distintivos propios del ser humano: su sombra.

Cuando todo lo demás ha fallado, puedes reconocer a un hombre por su sombra. Pero en la noche no hay sombras. El lobo pasa por cordero, y ni siquiera necesita disfrazarse.

Por eso necesitamos de otro elemento identitario. El nombre.

Sumidos en un presente como el que nos ha tocado vivir, bien podría resumirse la actual incapacidad no solo para identificar las causas que lo originan, también incluso la imposibilidad para determinar con exactitud los marcos contextuales que definen el espacio y el tiempo por ellos contenidos, en la imposibilidad que el Hombre acusa no ya para seguir tendiendo hacia algo, sino más bien en la absoluta incapacidad que hoy por hoy existe para responder con un mínimo de solvencia a las cuestiones básicas tales como quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.

Respecto a las cuestiones vinculadas a nuestra identidad y procedencia, el dilema queda resuelto a partir de nuestro nombre. Como concepto propio, nuestro nombre, en principio una incidencia, se revela como el más eficaz de los prodigios a la hora de redundar desde su semántica la certeza de nuestro carácter irrepetible, único y novedoso. Además, y paradójicamente, la evolución del concepto a lo largo del mapa semántico que la Historia nos regala sirve para permitirnos trazar un esquema que sin lugar a dudas nos predispondrá para saber quién somos, quién vamos a ser, a través de la comprensión de quién hemos sido.

Pero queda responder a la consideración vinculada a nuestro destino. El adónde vamos ha sido siempre motivo de grandes especulaciones, ha provocado desinencias, y su supuesto conocimiento, vinculado casi siempre al cuidado ardid de taimados y fulleros, ha redundado siempre en hipotéticos procederes vinculados casi siempre al poder en sus diversas formas cuando no acepciones.

Y sin embargo la respuesta ha estado siempre ahí, agazapada a nuestros pies, a nuestra espalda para más seña.

Es nuestra sombra mucho más que un accidente vinculado al caprichoso comportamiento de un electrón que se excita en tal o en cual longitud de onda. Es nuestra sombra el catalizador perfecto para indicar a cualquiera con la valentía suficiente, cuál va a ser nuestro próximo paso.

Sin embargo viene a ocurrir con nuestra sombra lo mismo que hoy por hoy acostumbra a pasar con todo aquello que no puede ser definido, explicitado o en el peor de los casos conceptualizado, por medio de los procederes más alejados de la metafísica.

Nuestra sombra nos refleja, su perímetro nos delimita, y su movimiento y acción son el único anticipo real que de nuestro devenir puede esperarse. Pero ocurre con la sombra como con la mayoría de las cosas importantes, como con la mayoría de las cosas que nos definen…A base de darlas por supuesto hemos llegado a ignorarlas.

Nos miramos así pues el espejo, y ya no es que no nos reconozcamos, es que nos resulta difícil identificar la naturaleza del ente cuya imagen nos devuelve (o no) el espejo.

A base de dar por sentado las cosas, de pensar que la justificación de nuestros actos, la esencia de nuestros comportamientos, está implícita en sí misma, hemos dejado de ser coherentes con el hecho en base al cual un acto es humano porque procede de un humano. A partir de ahí, los humanos hemos dejado de identificarnos entre nosotros. Que no podamos ni identificarnos a nosotros mismos (reconocer la imagen que el espejo nos devuelve) es solo cuestión de tiempo.

Así que cuando el dinamismo implícito en tu sombra tienda en una dirección enfrentada de manera necesaria al estatismo propio al estado de shock que en nosotros genera el ser conscientes de nuestra incapacidad para reconocernos en nosotros mismos, sencillamente porque hemos renunciado a nuestra esencia; entonces y solo entonces habremos de considerar la posibilidad de que efectivamente hemos sido derrotados, y no porque el enemigo no haya vencido, sino porque ya somos incapaces de diferenciarnos de él.

Así que cuando os crucéis con un espejo, en lugar de dar por sentado que sois vosotros realmente, tened la valentía de miraros. Si no hay imagen, o si ésta no responde a lo que vuestra ilusión os había regalado, recordad: el metal, la madera, el cristal que en definitiva componen el espejo, no están sujetos a la paradoja del cambio. Vosotros, al contrario, sí.

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Natural de La Adrada, Villa abulense cuya mera cita debería ser suficiente para despertar en el lector la certeza de un inapelable respeto histórico; los casi cuarenta años que en principio enmarcan las vivencias de Jonás VEGAS transcurren inexorablemente vinculados al que en definitiva es su pueblo. Prueba de ello es el escaso tiempo que ha pasado fuera del mismo. Así, el periodo definido en el intervalo que enmarca su proceso formativo todo él bajo los auspicios de la que ha sido su segundo hogar, la Universidad de Salamanca; vienen tan solo a suponer una breve pausa en tanto que el retorno a aquello que en definitiva le es conocido parece obligado una vez finalizada, si es que tal cosa es posible, la pausa formativa que objetivamente conduce sus pasos a través de la Pedagogía, especialmente en materias como la Filosofía y la Historia. Retornado en cuanto le es posible, la presencia de aquello que le es propio se muestra de manera indiscutible. En consecuencia, decide dar el salto desde la Política Orgánica. Se presenta a las elecciones municipales, obteniendo la satisfacción de saberse digno de la confianza de sus vecinos, los cuales expresan esta confianza promoviéndole para que forme parte del Gobierno de su Villa de La Adrada. En la actualidad, compagina su profesión en el marco de la empresa privada, con sus aportaciones en el terreno de la investigación y la documentación, los cuales le proporcionan grandes satisfacciones, como prueba la gran acogida que en general tienen las aportaciones que como analista y articulista son periódicamente recogidas por publicaciones de la más diversa índole. Hoy por hoy, compagina varias actividades, destacando entre ellas su clara apuesta en el campo del análisis político, dentro del cual podemos definir como muestra más interesante la participación que en Radio Gredos Sur lleva a cabo. Así, como director del programa “Ecos de la Caverna”, ha protagonizado algunos momentos dignos de mención al conversar con personas de la talla de Dª Pilar MANJÓN. Conversaciones como ésta, y otras sin duda de parecido nivel o prestigio, justifican la marcada longevidad del programa, que va ya por su noveno año de emisión continuada. Además, dentro de ese mismo medio, dirige y presenta CONTRAPUNTO, espacio de referencia para todo melómano que esté especialmente interesado no solo en la música, sino en todos los componentes que conforman la Musicología. La labor pedagógica, y la conformación de diversos blogs especializados, consolidan finalmente la actividad de nuestro protagonista.

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