Catalunya no es el eslabón más débil

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Aunque en medio del fragor nadie compra teorías, durante las madrugadas blancas los interrogantes siguen subiendo de precio sin descanso. Verdaderamente, algo importante debe estar pasando cuando tampoco funcionan las leyes del mercado.

En las movilizaciones catalanas de estos días, a las que acuden con ilusión y ganas miles de personas contra los siempre peligrosos autoritarios, se producen encuentros entre viejos conocidos que hacen brotar debates antiguos. Aunque vigilados por las fuerzas represivas de nuestra particular democracia, entre bromas y risas por la alegría de que no haya víctimas irreparables circula por las bocas aquella frase que afirma que “cualquier cadena se rompe siempre por el eslabón más débil”. Tal aserto se hizo famoso durante la revolución soviética, pero algunos autores citan a Maquiavelo, pues es lugar común que el florentino dejó escrito casi todo lo que había que saber sobre las luchas de poder.

Entra dentro de lo normal que en Podemos analicen el conflicto catalán desde el esquema del eslabón endeble de una cadena que podría romperse a favor de un cambio radical. Pero sospecho que Pablo Iglesias no ha sabido contextualizar a Maquiavelo con el acierto con que lo hizo un tal Vladimir I. Ulianov.

En primer lugar, la sociedad actual no se organiza en base a cadenas reales e imaginarias como las que funcionaban en la Rusia de principios del siglo XX. Ahora son complejas interacciones que se construyen y reconstruyen cada día con millones de decisiones tomadas en múltiples niveles. Estos “materiales” tejen una tupida red de redes en la que las roturas, en condiciones normales, se reparan casi espontáneamente por la tendencia natural de todo organismo vivo a cerrar los huecos por donde podrían penetrar los peligros.

Esas redes sociales, que como ha quedado dicho no son las de Internet, renuevan cada cierto tiempo a los encargados de su gestión mediante la participación coyuntural de toda la sociedad en la política. En mi opinión, es con estas fechas, las de las elecciones, con las que sí podemos construir cadenas de acontecimientos que serían sus eslabones, cada uno de los cuales será fuerte o débil según los resultados de las urnas, impidiendo o creando ocasiones para cambiar las cosas o romper con el pasado. Podemos afirmar que si los nuevos actores, empoderados con los votos, saben aprovechar los escasos eslabones débiles que aparecen para romper la cadena, los cambios políticos necesarios podrán llevarse a cabo sin que se produzcan rotos irreparables en las redes sociales. De lo contrario, Catalunya. Por ejemplo.

El conflicto actual con los independentistas crecientes no es un eslabón débil, sino un inmenso roto en el plano del entramado político de la red que se tejió hace ya demasiado tiempo con nudos apresurados por un miedo que sólo era amenaza. Un roto ya irreparable que se podría haber evitado si los diputados de Podemos hubieran comprendido que las elecciones del 20D en 2015 fueron las que crearon el único eslabón realmente débil desde la muerte de Franco, y que había que romper a cualquier precio. Destruirlo era sacar al PP del gobierno. Lo tuvieron en sus manos el 4 de marzo de 2016, pero votaron al unísono con los de Rajoy con tal de que Sánchez no fuera presidente del gobierno.

Nadie con dos dedos de frente puede defender que cualquier español que no fuera del PP, y aún así estuviera instalado en La Moncloa, habría sido capaz de llevar lo de Catalunya hasta el nivel de tensión en que se encuentra hoy. Pero nada más ajeno a esta reflexión sobre cadenas y redes que responsabilizar a Pablo Iglesias de todo lo que 18 meses después de aquel aciago 4 de marzo está ocurriendo. Si en Catalunya sucede alguna desgracia irreparable, los únicos culpables serán Rajoy y su gobierno, que han desplazado fuerzas con armas a una Comunidad Autónoma en la que ninguna vida corría peligro antes de que llegaran sus policías. Por cierto, en un número que debe ser tan abultado que anoche, en La Sexta, y al margen de vergüenzas de categoría mundial como la de los barcos de recreo convertidos en cuarteles, el Secretario de Estado de Seguridad, un sospechoso para Anticorrupción de haber dado a Ignacio González el chivatazo de la Operación Lezo, no se atrevió a declarar ante Lucia Méndez, la periodista que le estuvo preguntando con mucho más respeto del que se merece. No es de extrañar el silencio del alto caro, pues con tanto guardia al norte del Ebro han dejado a merced de los ultras de derechas ciudades importantes como Zaragoza, que no quiere independizarse de España pero donde españoles que quieren que Catalunya vote para que gane el no a la independencia han sufrido la agresión directa de los neo franquistas.

Los únicos responsables directos de la situación más inestable para el dibujo interior de la península Ibérica desde que los ingleses se quedaron con Gibraltar están en el Partido Popular, una organización que solo consiguió salir del pozo de la gran mentira sobre los autores de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004 cultivando en todas partes el odio hacia los catalanes, no es necesario recordar la recogida de firmas contra el Estatut, la campaña contra el cava catalán, y mil excesos más, convenientemente vociferados por sus adalides mediáticos. Nadie recuerda que, por aquel entonces, los independentistas estuvieran convocando referéndums separatistas ni declaraciones unilaterales de nada.

Son las siete de la mañana del 24 de septiembre y debo abrir un paréntesis -continuará- en este intento de reflexión, que se ha terminado convirtiendo en inevitable dedo acusador que señala a los únicos beneficiarios del miedo que cultivan contra cualquier alegría colectiva que les rompa esquemas, negocios y tics autoritarios. No me atrevo a encender ni la luz porque no quiero disgustos que me impidan cerrar este artículo y enviarlo a publicar. Cuando usted lo lea se habrán vuelto a movilizar en todas las ciudades y pueblos de Catalunya miles de personas para ocupar las plazas centrales de cada ciudad en defensa de su voluntad mayoritaria. Solo quieren votar, aunque sepan que nadie reconocerá lo que salga de esas urnas.

Pero el monotema nos está absorbiendo y tanto usted como yo merecemos un momento de descanso. Acabo de darme cuenta de que hace días no escucho más música que la que suena en la radio del coche, y aún así menos que nunca. Permita que le invite a enamorarse de setenta personas vestidas de blanco mientras le dicen a Jack que tome la carretera y se largue para siempre. Es una versión muy poco conocida de aquella maravilla de Ray Charles que, si no lo es todavía, merecería convertirse en el himno de un orgullo necesario. Pase, escuche, mire, no se pierda los gestos y disfrute. Es aquí, en:

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