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Catalanes y el 11 de septiembre

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Voy a ser muy escueto, así que no se asusten por el principio, por favor.
Si bien los territorios feudales catalanes, hacia el siglo X, ya están bajo la autoridad de los condes de Barcelona, no es hasta finales del siglo XII que el nombre de Cataluña aparece por primera vez en un documento. Sin embargo, sí que por el siglo X ya abundaban escritos en catalán. En el Principado, los condes (y luego reyes) tenían cierta debilidad, pues aristocracia y burguesía también tenían su poder. Esto les obligaba, a todos, a un continuo sistema de pactos. Por ejemplo, a finales del siglo XIII, Barcelona acuñaba su moneda, el “croat”, un derecho, el control de la moneda, que solía ser de las monarquías, como, por ejemplo, en Castilla. En este mismo siglo, las Cortes catalanas, que reglaban el poder de la política del rey, se fijaron temporalmente (una vez al año), algo que en ese momento todavía no realizaba ninguna legislación europea.

La expansión catalana por el Mediterráneo hasta Sicilia y Malta, básicamente fue una oportunidad de comercio, más que política y territorial. Cortadas las rutas de Asia Central por la expansión Mogol, sirvió a los comerciantes catalanes para importar especies de los puertos de Alejandría o Beirut, y exportar productos propios. Así, en siglo XIV se crea una red de consulados, hasta más de 70, para defender los intereses comerciales de los catalanes en el extranjero. Se poseía un propio sistema fiscal, deuda pública garantizada y no gestionado por la monarquía, sino por una Diputación del General o Generalitat, que asumía la representatividad de todo el país (con las limitaciones del contexto social histórico).

La falta de descendencia del último rey nacido en Cataluña, dio paso por matrimonio a la dinastía castellana de los Trastámara (nacidos en Medina del Campo). A partir de aquí, empiezan los problemas, pues los reyes castellanos se topan con ese poder alternativo a la monarquía, que protesta, entre otras, ante el nombramiento de funcionarios castellanos en Cataluña. Las tensiones, pequeñas guerras civiles, que se producen en el Principado, culminan con la “Capitulación de Vilafranca”, según la cual, por ejemplo, el rey no podía entrar en Cataluña sin la autorización de las instituciones, o la administración de justicia Real debía jurar las leyes del Principado.

Pero, poco a poco, la monarquía castellana fue ganando terreno. A fines del siglo XV, Fernando II, controla el sistema de insaculación, es decir, escoger previamente quién podía ser elegido, aumentando su poder. También se instaura la inquisición castellana en Cataluña, otro medio de control muy dirigido a las clases populares.

Hay un cambio de dinastía: por matrimonio de la última Trastámara, entra la casa de Austria. La política de los Austrias en el mediterráneo fue más territorial (aumentar sus posesiones) que comercial, afectando negativamente los intereses de los catalanes, cuyo peso en el Reino no era significante: a mediados del siglo XVI, los habitantes en Cataluña eran unos 270 mil, frente a los 6’3 millones de la Corona de Castilla. Así, los Austrias marginaron los intereses del Principado a favor de otras políticas encaminadas a expandir un imperio hispánico respondiendo a sus ambiciones familiares. Venían a Cataluña básicamente a coronarse y pedir “donativos” a las Cortes para sufragar sus expediciones militares. Y se encontraban, en el Principado, una estructura institucional que los forzaba a negociar, algo que les exasperaba, y acababan vulnerando las leyes que habían jurado respetar. Añadiéndo que la monarquía castellana no disponía de una estructura para controlar el territorio catalán, que estaba en manos de una red de diputados locales de la Generalitat y el Consell de Cent en Barcelona. Instituciones que, además, despreciaban al virrey enviado y querían dirigirse directamente al rey para tratar las cuestiones de tú a tú. En Barcelona, los gremios tenían mucha fuerza, y constituían la mayoría de miembros de la Coronela, una milicia municipal civil de hasta 10 mil hombres, con lo cual, el “Conseller Primer” disponía de más hombres armados que el propio virrey.

La catástrofe política y económica de los Austrias, con el desastre fiscal castellano que comportó, afectó de soslayo la economía catalana, punto de recaudación. Se envió un nuevo virrey para actuar contra la Generalitat. Hubo conflictos violentos, “turbaciones”, que acabaron con exiliados y condenados a prisión o galeras. Y, ya en el siglo XVII, a Felipe IV se le dirige el Conde Duque de Olivares diciéndole que no se contente con ser rey de sus territorios, sino que los reduzca <<al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia>>. Entre las vías que le propone para hacerlo, hay una que igual les resulta familiar: <<ir en persona (…) y hacer que se ocasione algún tumulto popular grande, y con este pretexto (…) como por

nueva conquista, asentar y disponer las leyes>> de Castilla. Otra vía era la castellanización de la iglesia catalana, nombrando obispos castellanos en las diócesis catalanas.

Olivares quería que los catalanes contribuyeran a costear un ejército de 140 mil hombres, pero las Cortes catalanas se negaron, puesto que su ley solo les obligaba a hacerlo si era para defender el territorio catalán, que no era el caso. Harto de la Generalitat, Olivares tuvo la suerte que Francia declaró la guerra a España el 1635, llevando el conflicto a la frontera catalana (que, por entonces, estaba por encima de los Pirineos, incluyendo el Rossellón y otras tierras en el Principado). Con las tropas ya en Cataluña, se pudo cargar un impuesto para el mantenimiento del ejército Real, pues los ejércitos tenían que pagarse, alojarse y mantenerse. En 1640, el presidente de la Generalitat, Pau Claris, ya avisaba al virrey del comportamiento de las tropas (robos, asesinatos) que, además, eran pagadas y mantenidas por los catalanes. Los conflictos desembocaron en pequeñas revueltas, y encarcelamientos de diputados catalanes contrarios a la política monárquica. Ante el auge del conflicto, Madrid no podía utilizar gran parte del ejército cercano a la frontera, por si atacaban los franceses. Envió a Jacinto de Valonga, regente en Aragón, para que informase de la situación, y este advirtió que <<los tercios (…) hazen grandes daños aun a los más pobres y viudas, de que naze tanto sentimiento que (…) no ay sino un odio grande>>. Y estalló la “Guerra dels Segadors”, que acabó con el ejército castellano entrando por Tortosa y llegando hasta Barcelona. Los catalanes, mientras tanto, empezaron a flirtear con los franceses como posibles aliados. Los castellanos fueron derrotados en Barcelona y, paralelamente, empezaron a entrar tropas francesas en Cataluña. El comportamiento del ejército francés respecto a la población catalana, fue similar al de los tercios castellanos; y la negociación con los franceses, un desastre. En aquel caos, al final Barcelona cayó ante los Austrias y, por la debilidad de éstos ante tantos frentes europeos, firmaron el Tratado de los Pirineos cediendo a Francia los condados del Rossellón y Cerdaña, hasta entonces catalanes.

El rey decidió que mejor no celebrar más cortes en Cataluña, dado el riesgo que comportaban. El ejército castellano se quedó en el Principado (pagado con impuestos, “donaciones”, de la Generalitat) y volvieron los excesos, atribuyéndose incluso el derecho a ejecutar ciudadanos sin juicio previo. Y, en algunos años, volvieron a surgir las revueltas.

Será importante de cara al futuro lo siguiente: las guerras entre Francia contra holandeses e ingleses, empujó a estos a comerciar por el mediterráneo. Esto benefició mucho el comercio catalán que, por ejemplo, les vendían el aguardiente que se producía en el sur de Cataluña o el textil que salía de Barcelona. Así, llegamos a los albores del 1700 con una economía progresando gracias, en parte, al comercio con Holanda e Inglaterra. (En 1695 los franceses atacaron Barcelona que fue defendida con el soporte de la flota holandesa e inglesa).

Y se muere el rey español sin sucesor. Y Cataluña pendiente de los debates en Madrid y las opciones de sucesión. El rey acabará siendo Felipe V, nieto del borbón francés Luís XIV, que le aconsejó contentar a los catalanes. Así, el 1701 se celebraron, nuevamente, cortes en el Principado. En estas, Felipe V hizo concesiones para adaptarse al sistema representativo catalán, pero se creaba una combinación improbable de mantener: un territorio (Cataluña) con un sistema político representativo en el interior de una monarquía absoluta. Con el riesgo que esa libertad se contagiase al resto de españoles.

También pretendía el trono el archiduque Carlos, coronado como Carlos III de España en Viena el 1703, y que tenía como aliados, entre otros, a Inglaterra y Holanda. La guerra que estalló (de Sucesión) llevó a Felipe V a prohibir comerciar con el enemigo, condenando el modelo de crecimiento comercial catalán, basado en el exterior, y muy ligado a Holanda e Inglaterra. Para complicarlo, Felipe V empezó a incumplir lo aceptado en las Cortes Catalanas, y regresaron las confrontaciones, antes las cuales el rey respondió con mano dura. Entonces, el 1705, los catalanes sellan en Génova un pacto con los ingleses, justificando romper la fidelidad a Felipe V porque éste ha roto el juramento a sus Cortes. Y empieza la revuelta.

Por un lado, los partidarios del archiduque Carlos (que llegó a venir a Barcelona), formado por ciudadanos, burguesía comercial, eclesiásticos y propietarios rurales. Por el otro (los “butiflers”), los obispos castellanos, la burocracia ligada al virrey y miembros de la aristocracia y clases altas conservadoras que veían excesiva la libertad que permitían las cortes. Tal como decía en 1711 el marqués de Valdecañas: <<no hay nadie en este país que nos sea favorable>>. Y, en el primer sitio de Barcelona, Felipe V cayó derrotado: la flota aliada había ayudado a los catalanes.

Ese 1711 el archiduque Carlos es coronado en Viena como Emperador Carlos IV, cambiando el equilibrio europeo y empezando negociaciones con Francia, que culminan en Utrecht el 1713. Las cesiones de Felipe V son sabidas (renunciar a los territorios de Italia y Países Bajos), pero es reconocido como rey de España. Inmediatamente, las fuerzas borbónicas ocupan Tarragona. Cataluña es un parlamento sin rey, que cree en su alianza con los ingleses, ante un rey con sed de venganza. Hasta el último momento, los catalanes pensaron que recibirían ayuda del, ahora, gran emperador europeo Carlos.

En abril de 1714 empieza el asedio de 90 mil soldados borbónicos y el bombardeo de Barcelona durante cinco meses. Se le añadió un bloqueo por mar que cortaba el suministro de alimentos a la ciudad. El ataque final empezó la madrugada del 10 al 11 de septiembre, con luchas calle por calle. El gobierno catalán firmó la rendición el 12 de septiembre por la mañana (no el 11).

La instrucción de Felipe V a su comandante Berwick fue: <<y en cuanto a la forma de gobierno que se ha de dar a la ciudad, la reglaréis y pondréis inmediatamente en el mismo pie y planta que el de Castilla, y sin la menor diferencia y distinción de nada>>. Así desaparecieron todos los órganos de gobierno, las cortes catalanas, el Consell de Cent, la Generalitat, por derecho de conquista. Un militar español, Pedro de Lucuce, que era también científico y que se estableció en Barcelona hacia 1730, escribió: <<el amor a la libertad y la repugnancia a todo serbicio forzado, no solo consta por la historia que es el carácter de los nacionales, sino que ellos mismos lo confiesan en el día (…) de donde se sigue que jamás olvidarán los privilegios que (…) perdieron, y que tendrán los ánimos dispuestos a recobrarlos con el más leve motivo que se presente>>.

Leemos o escuchamos muy a menudo que la historia se repite, y hay quienes imaginan una clonación de los acontecimientos pasados. Sin embargo, las sociedades cambian, y se adaptan a los contextos del momento, de otras formas y maneras, generando acontecimientos que parecen nuevos.

Así, aquella fe en la ayuda del emperador europeo Carlos, ¿no podría ser la fe de los independentistas en las instituciones europeas? Los tercios castellanos, ¿los más de 10 mil efectivos de la Guardia Civil y Policía Nacional saliendo de España coreados con el “a por ellos”? Los incumplimientos de Felipe V a las cortes catalanas juradas, ¿el cepillado e incumplimiento del Estatut? Los Decretos de Nueva Planta, ¿el 155 o la intervención económica? La aristocracia partidaria de los borbones, ¿las empresas que quitaron sus sedes de Cataluña tras las llamadas de la Casa Real? El asalto del 11 de septiembre de 1714, ¿el asalto a los votantes del 1 de octubre?

El 11 de septiembre, los catalanes no celebran una derrota, como tanto se dice, incluso por muchos catalanes. Recuerdan la historia. Para saber de dónde venimos y por qué se producen las cosas. Porque, las razones de fondo, no han cambiado tanto, cada una en su contexto.


La lección de Historia no es de un servidor: está tomada del historiador J. Fontana, de su “La formación de una identidad”, en Eumo Editorial. La aconsejo, porque yo lo dejo en 1714, pero el libro continúa hasta nuestros días, siendo más de lo mismo, con las diferencias lógicas de cada momento histórico: hasta cómo la transición permite que los jueces de la democracia sean los mismos que lo fueron durante la dictadura (los que después decidirán, en el TC, cargarse un Estatut refrendado por la población y rubricado por un parlamento, siendo un perfecto “golpe de Estado judicial”. Atado y bien atado).

Aunque es cierto que, de la historia, solamente queremos ver las respuestas a las preguntas que le formulamos, y que todo ejercicio de reduccionismo (como el mío) suele ser tendencioso, ello no niega una cosa: o se acepta tratar una reivindicación, que supone un conflicto cíclico, de una manera profunda, pacífica y democrática (como se presupone que es la sociedad de hoy en día), o lo único que hacemos es lastrar nuestro futuro, y el de nuestros hijos.

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