El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, en su intento por defender a la institución que Franco decidió que debía sustituirle, ha rozado el absurdo al asimilar dos conceptos que son antitéticos: Democracia y Monarquía. Para el líder del PP la actual Jefatura del Estado es el «pilar de nuestra convivencia y de nuestro futuro».

La Monarquía jamás puede ser asimilada a la democracia porque, principalmente, está sustentada en principios genéticos y no en la voluntad del pueblo. El bloque de la Transición, defensores a ultranza, y sin ningún cuestionamiento, de la Casa Real, olvida que la Monarquía en España fue impuesta, en primer lugar, por un dictador y, en segundo término, por los dirigentes de los primeros años de la transición a través de manipulaciones y mentiras a la ciudadanía. Los españoles y las españolas no han votado, no han elegido a la Monarquía como institución que represente sus intereses. Y ya ha llegado el momento de que lo hagan.

Para Casado, abrir el debate sobre la Jefatura de Estado es suicida. Sin embargo, olvida claramente que la democracia española está incompleta por la falta de legitimidad del rey. Nadie le eligió, nadie le votó. Quien diga o defienda lo contrario demostraría una falta de conocimientos muy peligrosos cuando se tienen responsabilidades políticas.

Por otro lado, el líder del PP sigue indicando que al rey emérito no se le ha acusado aún de nada. ¿Cómo se le va a acusar si en cuanto la Justicia quiere realizar algún tipo de movimiento se encuentra con el blindaje de la inviolabilidad? ¿Para Casado es correcto que haya ciudadanos impunes a la ley? ¿Eso es democracia?

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