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Casado, sin un proyecto de país, ya solo trabaja para conspirar contra Sánchez en Europa

El líder del PP se suma a una conspiración tras otra para derrocar al Gobierno de coalición mientras no aporta ni una sola idea a problemas como el necesario cambio del modelo productivo, el escudo social y la transición ecológica

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análisis

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“Con los 27 embajadores de la UE he recordado mi propuesta ignorada por Sánchez de pactar el plan de reformas y una agencia independiente para los fondos”. Con este tuit, publicado a finales de septiembre, Pablo Casado ratificaba implícitamente su intención de torpedear los 140.000 millones de euros que Bruselas ha adjudicado a España como fondos oficiales contra la pandemia. Está claro que, lejos de ir de la mano del Gobierno en el asunto de las ayudas europeas (clave para la recuperación económica y el futuro del país) el líder del PP sigue optando por la propaganda y las maniobras arteras de desestabilización. La estrategia de Casado es clara y diáfana: acusar al Gobierno español de querer malversar las ayudas de la UE (ha llegado a insinuar que Sánchez pretende financiar el PSOE con el Plan Marshall europeo) y obligarlo a pactar el paquete de inversiones de la UE mediante una especie de agencia independiente de control que fiscalizaría la distribución de los fondos para que no terminen en el pozo de la corrupción. No deja de resultar curioso que el líder del partido de la corrupción, la cabeza visible de una formación política que ha sido declarada por la Justicia como una “organización criminal”, se preocupe ahora por que el dinero de las ayudas sociales no se pierda por el camino. Como si la cleptomanía grave del PP se hubiese curado de la noche a la mañana y sin medida alguna de regeneración.

La última de Casado es llevar a Bruselas una denuncia contra la histórica reforma del Poder Judicial que prepara el Gobierno de coalición para evitar los bloqueos sistemáticos del PP a la renovación de la cúpula de la judicatura. En realidad la iniciativa del jefe de la oposición es una operación más de propaganda con la que convencer a la Comisión Europea de que Sánchez es el Nicolás Maduro de Europa, un oscuro personaje que pretende implantar el comunismo bolivariano en el viejo continente. La patraña no se sostiene ni por un minuto. No hay más que ver a quién tiene Sánchez de ministra de Asuntos Económicos: Nadia Calviño, una convencida de las bondades del libre mercado más próxima al liberalismo que al socialismo real. Hoy mismo, Calviño ni siquiera ha sido capaz de pronunciarse sobre la persecución judicial que sufre Pablo Iglesias, con quien mantiene serias discrepancias económicas, y se ha limitado a acogerse al manido mantra de que ella “respeta las decisiones judiciales”, que es tanto como no decir nada.  

Y mientras Casado sigue urdiendo tramas y conspiraciones contra España, Pedro Sánchez hace pedagogía explicando a la opinión pública, punto por punto, su Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que piensa sufragar con esos 140.000 millones en ayudas de la UE y con lo que salga de los Presupuestos Generales del Estado, pendientes por cierto de aprobación. Según el presidente del Gobierno, se crearán 800.000 puestos de trabajo (aquí cruza los dedos para tener algo más de suerte en el empeño que aquel Felipe González que lanzara la misma promesa allá por 1982); se incrementará el PIB en dos puntos y medio en tres años; y la economía se modernizará para reducir su dependencia del turismo y la construcción. Todo ello junto a un mayor gasto en inversión ecológica, en transformación digital, en Sanidad y Educación y en prestaciones sociales. En definitiva, una revolución económica silenciosa con vistas a los próximos seis años que hace temblar a las élites de este país.

A nadie se le escapa que España se encuentra ante la peor encrucijada económica desde la Guerra Civil, por lo que se impone un cambio en el modelo productivo. De ahí que quepa preguntarse cuáles son las dos ideas de España encima de la mesa, los sueños de país de los dos hombres fuertes con aspiraciones de gobierno. Por un lado sabemos que Pedro Sánchez apuesta por más Estado de Bienestar, más intervencionismo estatal y un sector público potente donde la economía sostenible respetuosa con el medio ambiente juegue un importante papel. Es el New Deal Sánchez. Mientras tanto, en el lado contrario, está el proyecto de Casado. ¿Qué idea de futuro tiene el líder popular para el país? ¿Qué hoja de ruta ha preparado el máximo responsable del partido conservador para sacar a la nación del atolladero en el que se encuentra? Esa sería una buena pregunta para llevarla a una de esas sesiones de control en el Parlamento que sirven para más bien poco, ya que se terminan diluyendo entre la barahúnda, el ruido y el navajeo político. Resulta curioso comprobar el poco tiempo que le dedica Casado a explicar la economía española del futuro, lo cual lleva a pensar que no sabe por dónde tirar. ¿Cómo piensa afrontar los retos del cambio climático? No lo sabemos. ¿Está dispuesto a acometer una reforma del obsoleto sistema productivo nacional basado en el turismo y el ladrillo o piensa aplicar las mismas recetas fracasadas de siempre, o sea más liberalización del suelo en el sector de la construcción, como pretende hacer su delfina madrileña Díaz Ayuso, para realimentar la burbuja inmobiliaria hasta que vuelva a explotarnos en la cara como en el 2008? Tampoco se sabe. Y la pregunta del millón: ¿piensa seguir privatizando sectores esenciales como la Sanidad, con los efectos letales y devastadores que se están comprobando en esta pandemia? Se desconoce por completo.

Casado no desvela su plan de futuro sencillamente porque no lo tiene. Casado es un hombre que se dedica a otras cosas: a maquinar oscuras conspiraciones judiciales para derribar al Gobierno; a aliarse con la extrema derecha de Santiago Abascal para hacer retroceder el país más de cuarenta años, hasta lo peor del franquismo; y a torpedear el más importante plan de ayuda económica que la Unión Europea haya puesto en marcha para rescatar a España de la peste del covid y el colapso económico. Eso sí, a falta de una idea de Estado, el presidente del PP se ha encerrado en su despacho con sus asesores para estudiar cómo rentabilizar políticamente el culebrón del Caso Dina y la reciente investigación abierta contra Iglesias. Como si a los españoles, inmersos en un espantoso apocalipsis sanitario y económico, les interesara mucho lo que pudo pasar con el teléfono robado de una señora a la que hasta hace un cuarto de hora no conocía nadie.    

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