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Casado opta por más Ana Pastor y menos Cayetana Álvarez para aparentar un enésimo giro al centro

La escenificación de la rueda de prensa de ayer revela que el PP recurre a los rostros más moderados de cara a la Comisión de Reconstrucción del país

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análisis

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Pablo Casado volvió a arremeter ayer contra el Gobierno, esta vez a cuenta de la “desescalada”, un plan por comunidades autónomas que tiene por objetivo que los españoles vayan recuperando una cierta normalidad en sus vidas y se reactive la economía tras el impacto del covid-19. Tampoco esta medida parece haberle gustado al líder de la oposición, que la ha calificado de “caótica y partidista”, pese a que nada tiene que ver con Pedro Sánchez, puesto que las normas y fases las está fijando un comité científico experto en virus y epidemias, como no podía ser de otra manera.

Sin embargo, aunque Casado volvió a mostrarse inflexible con Moncloa, algo ocurrió en la rueda de prensa que no pasó inadvertido a los periodistas. En efecto, las personas que el presidente del PP había elegido como acompañantes en la videoconferencia decían mucho sobre la situación que vive el partido. Al lado del candidato popular no estaban ya Cayetana Álvarez de Toledo o Teodoro García Egea, las nuevas caras de esta legislatura en las que Casado había depositado su confianza para poner en marcha la táctica de la crispación y el acoso y derribo contra Sánchez. ¿Dónde estaban los duros aznaristas, los implacables mamporreros oficiales, los dóbermans y perros de presa encargados de imprimir al discurso del PP el tinte ultra que Casado cree necesario para no perder votos por el flanco derecho de Vox? Ni rastro de ellos.

Por contra, durante la comparecencia ante la prensa el líder conservador se dejó ver junto a los viejos rostros del PP de siempre, las efigies clásicas, los nombres de aquel PP homologable que hoy parecían definitivamente defenestradas. Allí estaban la vicesecretaria sectorial, Elvira Rodríguez (estrecha colaboradora de Mariano Rajoy como secretaria de Política Económica y Empleo) y sobre todo la exministra de Sanidad y vicepresidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, un referente de aquellos tiempos plácidos y marianistas en los que el Partido Popular aún se conformaba con seguir ocupando el centro derecha político, sin descaradas e impúdicas ostentaciones ultras ni sociedades secretas con Vox. Lo cual hace pensar que algo o alguien ha hecho reflexionar al presidente del PP sobre la conveniencia de levantar el pie del acelerador y adoptar un perfil algo menos fiero, más amable y conciliador.  

El momento de inflexión que ha dado lugar al enésimo intento de conversión de Casado en un centrista moderado fue la última sesión parlamentaria, en la que el PP decidió abstenerse en la votación de la cuarta prórroga del estado de alarma. El apoyo de Inés Arrimadas y de Ciudadanos al Ejecutivo y el anuncio de Santiago Abascal de que tenía en mente presentar una descabellada moción de censura contra el Gobierno de coalición dejaron a Casado descolocado, en tierra de nadie, fuera de juego. De pronto se vio solo, votando contra el Gobierno junto a partidos independentistas y antisistema (a fin de cuentas la abstención fue un “no” encubierto). Su discurso, en el que fue capaz de batir un infame récord de 3 insultos por minuto, sonó desafinado, demasiado histriónico, y no gustó a muchos en el partido. Las alarmas se dispararon. El soñado proyecto de Casado de reunificar a las derechas en un “trifachito” nacional se disolvía como un azucarillo y el líder del PP esta vez sintió inquietud, quizá algo de miedo. Miedo del presente, miedo del futuro y miedo de sí mismo. Por primera vez notó el frío de la Cámara Baja y no solo porque allí había cuatro gatos sometidos a las medidas de distanciamiento social. Vio que en su festín de insultos e improperios sin medida –llegó a calificar a Sánchez de “chamán” y “curandero”− se le había ido la mano hasta pasarse tres pueblos. La locomotora echaba humo y corría serio riesgo de gripar, así que era la hora de echar mano del freno de emergencia antes de que el tren descarrilara irremediablemente. Incluso recibió algunas filtraciones que hablaban de que ciertos barones del PP no estaban para nada de acuerdo con la estrategia heavy y destroyer que se había elegido.

Ayer Casado trató de mantener el tono algo menos duro en las formas (que no en el fondo) pero al rodearse de las figuras familiares del PP de antes, del PP aún sin abascalizar, se vio que algo había cambiado. Incluso anunció que en la Comisión de Reconstrucción del país Ana Pastor jugará el papel de portavoz del PP, confiando en que las reuniones con las demás fuerzas políticas logren “llegar a un pacto de estado por la sanidad” que cuente con financiación suficiente, centralización de la investigación y una potente industria nacional para la fabricación de material sanitario de protección. También planteó crear una Agencia Nacional de Salud Pública y Calidad Asistencial que cuente con una unidad para el seguimiento de pandemias (formada por un representante de cada comunidad autónoma). Medidas concretas e interesantes que hasta ahora Casado −totalmente entregado al berrinche y el escarnio permanente de Sánchez por las presiones de Vox−, no se había atrevido a proponer. ¿Por fin ha llegado el esperado giro al centro? Habrá que verlo, pero de momento, dos meses después del estallido de la pandemia, parece claro que para los grandes asuntos de Estado el PP apuesta por más Ana Pastor y menos Cayetana. O lo que es lo mismo: más sensatez y menos circo.

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