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Casado exige más flexibilización laboral, más precarización y una bajada de impuestos que llevaría la Sanidad a la quiebra total

El líder del PP presume en el Congreso de los Diputados de haber hecho una “oposición leal” al Gobierno

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análisis

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Pablo Casado ha acusado a Pedro Sánchez, desde la tribuna de las Cortes, de vivir en una realidad paralela. El líder del PP lo tiene cada vez más fácil en su habitual ejercicio de carroñerismo político para devorar al presidente del Gobierno. Con el virus rebrotando con fuerza y campando a sus anchas por todo el país, con un millón de parados más solo en el último trimestre del año y con los ingleses xenófobos de Boris Johnson torpedeando nuestros hoteles y nuestro turismo, la Armada Invencible de nuestra industria nacional, ser presidente del principal partido de la oposición no tiene ningún mérito. No hace falta un máster en relaciones internacionales por el Harvard madrileño para acabar con el Gobierno. Es cuestión de sentarse a esperar a que el coronavirus haga su trabajo y poco más.

Casado se ha debido convencer a sí mismo de que el covid-19 es su mejor aliado y vota al PP; aún no ha comprendido que estamos ante un agente patógeno que acabará con todos nosotros si no permanecemos unidos y remamos en el mismo sentido. El sucesor de Rajoy sigue en la misma estrategia execrable de rentabilizar al máximo los muertos de la pandemia. Y ahí se ha quedado, en su siniestra contabilidad. Si Juan Carlos I tenía una máquina de contar billetes en Zarzuela, él tiene otra, pero de contar cadáveres. Cuantos más fallecidos más cerca se ve de La Moncloa. No va a dejar de ponerle zancadillas a Sánchez, así estalle el país en un atracón de coronavirus. Cualquier lugar es bueno para dañar la imagen de España. Lo ha hecho en Europa, donde se ha puesto de lado de los países “frugales”, a los que ha pedido que controlen el destino de los 140.000 millones de euros en ayudas y préstamos del plan de reconstrucción para nuestro país. Y si es preciso se vestirá de lord inglés con peluca, o con bombín y bastón, y se pondrá codo con codo con Boris Johnson en su guerra contra los galeones hoteleros españoles.

Casado confunde el patriotismo bien entendido con el patrioterismo. Y son conceptos diferentes. El amor a la patria exige hacer cualquier cosa, incluso ayudar a tu rival político si es preciso, con tal de que tu país y tus compatriotas salgan adelante y superen la ruina, el hambre y la crisis. El patriotero, por el contrario, es un vocinglero que está todo el rato malmetiendo, urdiendo planes secretos y jugando a las conspiraciones. El patriota colabora; el patriotero entorpece según sus intereses siguiendo una única máxima: quítate tú para ponerme yo. Su programa político para sacar a España del atolladero, el que le ha puesto a Sánchez encima de la mesa, hoy en el Parlamento, es sencillamente aterrador: más flexibilidad laboral para que los trabajadores cobren menos y trabajen más; bajada de impuestos para terminar de liquidar la Sanidad y los servicios públicos del Estado de Bienestar; menos burocracia (en eso es en lo único que acierta el sempiterno aspirante a presidente); formación y educación en la escuela privada; y una apuesta por la vieja industria contaminante de siempre que ha llevado al mundo al borde de la destrucción. Ni una sola palabra de energía verde y renovable; ni una sola referencia a la nueva economía sostenible para frenar el cambio climático, que como buen liberal, le tiene sin cuidado.       

Hoy en las Cortes, Casado ha vuelto a dar un magnífico ejemplo de político mediocre, oportunista, insolidario y tramposo. Cuando acusa a Sánchez de ser el responsable de que Europa nos haya metido en la “lista negra” de países turísticos, no dice que él, precisamente él, estuvo trabajando en la sombra con Holanda y los demás xenófobos para alimentar la leyenda negra de España como nación gastiza, derrochadora, vaga y aprovechada. Cuando responsabiliza al jefe del Ejecutivo de la nueva oleada de rebrotes en comunidades autónomas como Aragón, Murcia y Cataluña omite dolosamente y con mala fe que él, como buen ultraliberal, nunca vio con buenos ojos eso del confinamiento y lo de proteger la salud de los españoles antes que la economía (las primeras prórrogas del estado de alarma las apoyó, eso es cierto, pero las últimas ya se descolgó de forma miserable y dejó el país tirado y exigiendo la reanudación inmediata de la actividad industrial). Y cuando pide al presidente socialista que refuerce el sistema de salud pública, guarda un vergonzoso silencio y pasa por alto que precisamente por culpa de las políticas de austeridad y recortes de los últimos años de corruptos gobiernos del PP hemos llegado a este punto en el que la Sanidad, antes orgullo patrio, es hoy un solar desmantelado y privatizado. La última de su contradictorio y antitético discurso es esa frase hilarante con la que ha cerrado su intervención en el Congreso: “Hemos sido leales como oposición”. En ese momento hasta los leones de las Cortes se tronchaban de la risa y se partían el peludo pecho a carcajadas.

Ya no cabe ninguna duda: Casado no es el hombre que necesita España sino un actor secundario (el papel protagonista en su partido lo ejerce ya Núñez Feijóo). Casado es un maestro en decir una cosa y la contraria en el mismo párrafo. Casado es el rey de la paradoja patética. A decir verdad, el líder del PP es un oxímoron en sí mismo, ya que se ha convertido en un patriota traicionero que solo hace política para las encuestas y no para sus paisanos. Casado es un fraude político. Casado ha fracasado.     

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