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Casado está en manos de Ayuso y de la extrema derecha de Vox

Intenso debate entre los barones del PP, cuyo futuro ahora mismo está en el aire

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análisis

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La Operación Murcia supone la ruptura de facto del PP con Ciudadanos y el final del Trío de Colón. La formación naranja estaba cayendo de forma alarmante en todas las encuestas y la sombra de la disolución se acercaba peligrosamente. Inés Arrimadas tenía que tomar decisiones y tras meditarlo mucho se lo ha jugado todo a una carta al optar por la moción de censura junto a los socialistas para desalojar del poder a su socio de Gobierno murciano, el popular López Miras. Seguramente, la medida llega tarde. Ciudadanos se equivocó con el cordón sanitario: en lugar de colocárselo a la extrema derecha de Vox se lo puso a Pedro Sánchez, y ahí perdió su función de partido bisagra.

La jugada a la desesperada de Arrimadas probablemente ya no podrá frenar el proceso de descomposición de su partido ni la sangría de votos. En Génova 13 se frotan las manos con la defunción del proyecto naranja, tal como demuestra el llamamiento de Teodoro García Egea, secretario general de los populares, que ha invitado a dirigentes y militantes de Ciudadanos a darse al transfuguismo descarado y a fichar por el PP. La ruptura entre Pablo Casado e Inés Arrimadas es un hecho y va a obligar al líder del Partido Popular a reconfigurar toda su estrategia política a corto y medio plazo. De entrada, el efecto dominó del terremoto murciano ha tenido una primera réplica en Madrid, donde Isabel Díaz Ayuso ha roto con sus socios de gobierno de Ciudadanos, ha convocado elecciones y ha empezado a coquetear con Vox.

IDA estaba deseando acabar con el partido fundado por Albert Rivera. Para ella, su vicepresidente naranja, Ignacio Aguado, era una mosca cojonera, un Pepito Grillo que un día le reventaba una rueda de prensa sobre las medidas contra el covid y al siguiente le afeaba sus formas arrabaleras, trumpistas y ultras. Porque el envarado Aguado será lo que se quiera, pero él va de liberal aseado y a la europea y no comulga con el estilo cheli, poligonero y macarra de la señora presidenta.

De modo que ayer, en cuanto IDA se enteró del sismo político de grado 9 en la escala Richter de Murcia, vio el campo abierto, dio un respingo en su trono de la Puerta de Sol y pensó aquello de “esta es la mía”. Las ocasiones las pintan calvas, hacía tiempo que la lideresa trumpita rumiaba un adelanto electoral para quitarse lastre naranja de encima y pactar con la extrema derecha de Vox, que es lo que a ella le motiva. Así que le faltó tiempo para firmar el decreto de disolución del Parlamento regional y empezar su plan de coalición con Rocío Monasterio y las huestes neofranquistas.

Ayuso lleva una hooligan dentro sí, una chulapa del falangismo, y el proyecto de Santiago Abascal le viene seduciendo desde hace tiempo. Esa consigna que lanzó ayer tras anunciar la convocatoria electoral, “socialismo o libertad”, va en la mejor tradición joseantoniana. Por esa razón, porque no se siente cómoda al lado de un socio de gobierno que todo el rato le está hablando de moderación, de centrismo y de las milongas democráticas de la derechita cobarde, ha dado el paso que llevaba meditando desde que comenzó la pandemia hace un año.

Durante los meses de crisis sanitaria, Ayuso se ha estado trabajando al lobby de tapas y cañas de Plaza Mayor, o sea el sector hostelero; ha reducido a papel mojado todas las normas sanitarias que iba dictando el Gobierno central a través del Ministerio de Sanidad; y ha practicado una suerte de negacionismo del virus, un todo vale por salvar la economía y un discurso guerracivilista contra el rojo comunista y masón que tiene tirón entre miles de madrileños. Es decir, ha abonado el terreno de populismo fangoso para reventar las urnas en su aventura de elecciones anticipadas.

Hoy mismo se publican varios sondeos que dan a Ayuso un importante subidón en número de votos y escaños, aunque no llegaría a la mayoría absoluta. Ahí entra Vox, la nueva muleta de la señora presidenta. Abascal está deseando dar el salto de mayordomo puntual del PP a socio en pie de igualdad con consejeros de facto en la Comunidad de Madrid. De esa manera, sus delirios sobre el pin parental en las escuelas, el nacionalcatolicismo antifeminista de nuevo cuño y el borrado de la memoria histórica (retirada de murales republicanos, placas, estatuas y callejeros) se harán finalmente realidad.

Pero el plan de Ayuso pone en serios aprietos a Pablo Casado. En el Partido Popular hay un intenso debate entre partidarios de girar al centro-derecha (feijoístas) y aquellos que piden pactos de sangre y hermandad con la ultraderecha (aguirristas). El líder del PP lleva tiempo tratando de marcar las diferencias con Abascal, al menos de cara a la galería y en los debates parlamentarios como el del pasado mes de octubre, cuando Casado dijo “no” a la moción de censura voxista y le recordó a Abascal: “Hasta aquí hemos llegado; no somos como usted porque no queremos ser como usted”.

Sin embargo, desde aquel día todo en Casado ha sido puro postureo. Lejos de romper con los franquistas ha estrechado lazos de amistad y ha sacado adelante retrógradas leyes autonómicas en Madrid, Andalucía y Murcia. ¿Qué piensa hacer Casado con IDA? Evidentemente nada. La convocatoria de elecciones en Madrid cuenta con el visto bueno del jefe, que se ve con las manos atadas ante el éxito y el auge populista de su delfina. Y ahí está la trampa para el líder del PP: si desautoriza a la presidenta se pone en contra a una masa de madrileños que están con ella como la nueva Juana de Arco de la derecha en una cruzada sin cuartel contra la supuesta invasión comunista; si le da patente de corso para que pacte cómo y con quien quiera, liga su futuro político al del dúo Ayuso/Abascal.

El monstruito que ha creado Casado, la novia frankensteniana del facherío hispano, se le ha vuelto en su contra, mientras Núñez Feijóo y otros barones están cada día un poco más cabreados con la musa castiza, que siempre ha ido por su cuenta en las políticas sanitarias contra la pandemia y que, bien promocionada por la caverna mediática, va ganando en poder y en carisma. Al final, en definitiva, lo que se está debatiendo aquí no es el futuro de la derecha española, sino el futuro del Partido Popular.          

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