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Las elecciones de Casado solo sirven para alimentar a Vox

El líder del PP no consigue la mayoría absoluta que esperaba en Castilla y León y su liderazgo sigue en entredicho

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análisis

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El plan de Casado para Castilla y León consistía en borrar del mapa a Ciudadanos, evitar una posible moción de censura de la izquierda, hacer acopio de votos por el centro (erosionando al PSOE), y afianzar su poder autonómico antes de lanzarse al asalto final por la Moncloa en las próximas elecciones generales que están a la vuelta de la esquina. Y aunque es cierto que ha ganado los comicios, solo ha conseguido sus objetivos de forma muy parcial. Es verdad que Ciudadanos pasa al vertedero de la historia, pero al PP le sale un competidor mucho más duro, beligerante y peligroso por la derecha, Vox, que irrumpe con fuerza en el tablero político castellanoleonés. Podría decirse que el Partido Popular liquida al partido naranja, sí, pero pasa a ser rehén de la extrema derecha, que es casi peor noticia para Génova 13. Anoche, un exultante Santiago Abascal celebraba los buenos resultados electorales y presentaba al “nuevo vicepresidente regional”, su hombre en “Castilla La Vieja”, Juan García Gallardo. Una vez más, Vox marcando la agenda del PP.

Es evidente que Casado no ha logrado su propósito de alcanzar la mayoría absoluta. No ha habido efecto arrollador Ayuso y puede hablarse de pírrica victoria. Así que por ahí, la jugada del presidente popular es como para hacérselo mirar. Lo que queda de estas elecciones regionales es que Vox tendrá la llave del Gobierno en la comunidad autónoma. Ni los más optimistas del partido de Abascal esperaban unos resultados tan satisfactorios. Falta por saber si los ultras entrarán finalmente en el Ejecutivo regional, si lo respaldarán desde fuera con apoyos puntuales o se limitarán a influir en la agenda desde la sombra. Dependerá de los acuerdos que se firmen, pero todo apunta a que García Gallardo tendrá su parte de la tarta, tocando poder con un cargo relevante, en vista de que Mañueco cuenta con escaso margen de maniobra para trenzar alianzas con otras fuerzas parlamentarias.

En cualquier caso, las consecuencias en clave de política nacional son demoledoras. Casado le regala un gran triunfo a Vox –que afianza su proyecto posfranquista, anti-autonomista y recentralizador–, pero no consigue reforzar su liderazgo. Si los comicios de este domingo tenían una finalidad estratégica esa no era otra que consolidar la figura del jefe. Inmerso en un duelo fratricida con Isabel Díaz Ayuso, Casado soñaba con emular en Castilla y León una victoria aplastante como la lograda por su delfina y oponente en Madrid. Pero el líder de la oposición ni siquiera ha conseguido culminar esa gran operación de mercadotecnia diseñada para dar un puñetazo en la mesa y poner en su sitio a los ayusistas. El presidente del PP gana los comicios castellanoleoneses por la mínima, pidiendo la hora y en una apurada foto finish con el PSOE. Y no es que el pobre resultado no se viera venir. La campaña electoral del PP ha sido de todo menos sólida y coherente. Casado ha cometido gruesos errores de cálculo. Siempre se ha movido entre la hipérbole más exagerada y el esperpento más ridículo (demasiados disfraces en sus viajes por los campos de la España Vaciada), por momentos se le ha visto nervioso y nunca ha acertado con el tono adecuado para cautivar al votante conservador de Castilla y León, que al final ha dudado entre el PP y Vox.

Por tanto, las urnas dejan una radiografía perfecta sobre un partido debilitado y cada vez más acechado por la ultraderecha. Y ahí surgen unas cuantas incógnitas que pueden quitarle el sueño a Casado en lo que queda de legislatura de Pedro Sánchez. La primera de todas tiene que ver con la hegemonía en la derecha española. Es indudable que a partir de mañana habrá menos PP y más Vox. Abriendo la puerta de las instituciones a la extrema derecha (algo que horroriza a los partidos conservadores clásicos europeos) Casado ha hecho grande al competidor hasta confundirse con él. Durante la campaña electoral, el líder popular ha querido aparecer como más facha que los propios voxistas y al final muchos ciudadanos han puesto ambos proyectos en la balanza y han optado por el partido de Abascal como posibilidad de cambio tras 35 años de gobiernos populares. Una vez más, se cumple el viejo axioma de que entre el original y la copia el votante siempre opta por el primero.

Pero hay más incertidumbres por aclarar encima de la mesa de Casado. Por ejemplo, ¿qué pasa en Andalucía? ¿Va a seguir la directiva casadista con la estrategia de ir a elecciones autonómicas anticipadas siguiendo el arriesgado modelo de las fichas de dominó, o sea tratar de conquistar, uno tras otro, los feudos regionales como experimento previo a las generales? Si bien es verdad que la apuesta de convocar comicios en Madrid salió redonda, no es menos cierto que esta segunda cita electoral en Castilla y León ha salido de aquella manera y no satisface las expectativas ni de la militancia ni de los barones (el enfado de Mañueco es público y notorio desde que se desmarcó de Casado en plena campaña electoral). Por tanto, la próxima jugada a la desesperada, Andalucía, es una carta a cara o cruz. Desde luego, a Juanma Moreno Bonilla le tiemblan las piernas solo de oír que tiene que jugarse un póker a ciegas en unas elecciones diabólicas con la única finalidad de salvarle el pellejo al jefe. La lectura que extraen en San Telmo, sede de la Junta andaluza, es que aunque el PP haya salvado los muebles sobre la bocina en tierras castellanas quizá en Andalucía termine consumándose una desagradable sorpresa. Así las cosas, Moreno Bonilla no es de los que han brindado con champán este domingo.

Y queda por despejar una última incógnita también importante. ¿Con quién va a pactar el PP finalmente? Ayer, algunas voces de Génova deslizaron el mensaje de que hay vida más allá de Vox, tratando de desmarcarse de pactos obligados con la extrema derecha y apuntando a la posibilidad de negociar con fuerzas minoritarias de la España Vaciada como Soria ¡Ya! o Unión del Pueblo Leonés. A esta hora se desconoce cuáles son las tendencias de estas formaciones emergentes que basan su existencia en reivindicaciones territoriales, no ideológicas, y si están dispuestas a pactar con el Partido Popular. Mientras tanto, el líder de Ciudadanos, Francisco Igea, último superviviente de la debacle naranja, ya ha dicho que apoyará al PP a la hora de formar un Gobierno siempre que Mañueco no sea el presidente, de modo que Casado tampoco puede estar seguro de poder completar ese complicado puzle. Sea como fuere, 31 escaños no son como para sacar pecho. Podría decirse que ganando, pierde el líder popular. La tormenta perfecta sigue gestándose sobre su cabeza, aunque él parece insistir en su errática estrategia. Acaba de escribir un tuit, tal que hace cinco minutos, en el que habla de “cambio de ciclo en España”. Delirante.

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