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Casado, deja ya de joder con la pelota

Eduardo Luis Junquera Cubiles
Eduardo Luis Junquera Cubiles
Nació en Gijón, aunque desde 1993 está afincado en Madrid. Es autor de Novela, Ensayo, Divulgación Científica y análisis político. Durante el año 2013 fue profesor de Historia de Asturias en la Universidad Estadual de Ceará, en Brasil. En la misma institución colaboró con el Centro de Estudios GE-Sartre, impartiendo varios seminarios junto a otros profesores. También fue representante cultural de España en el consulado de la ciudad brasileña de Fortaleza. Ha colaborado de forma habitual con la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón y con Transparencia Internacional. Ha dado numerosas conferencias sobre política y filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, en la Universidad UNIFORM de Fortaleza y en la Universidad UECE de la misma ciudad. En la actualidad, escribe de forma asidua en Diario16; en la revista CTXT, Contexto; en la revista de Divulgación Científica de la Universidad Autónoma, "Encuentros Multidisciplinares"; y en la revista de Historia, Historiadigital.es
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análisis

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Aznar es un hombre menor en el sentido espiritual. Esa ausencia de grandeza que nace de despreciar la bondad al considerar que solo alguien implacable puede sobrevivir en el mundo de la política que, precisamente por ser un hábitat mezquino, necesita personas virtuosas. También porque la clase política debería estar formada por los más competentes, no por los más leales. ¿Se imaginan a Ana Mato dirigiendo el Ministerio de Sanidad en esta crisis? De eso hablamos cuando lo hacemos de competencia y no de lealtad. Esa miseria del expresidente también está definida por la velocidad de crucero que llevan los muy ambiciosos, que no suelen detenerse a recoger a los heridos, ni aun a sus amigos, si es que los tienen. Y se necesita un poco de calma para ver con los ojos del corazón-lo estamos comprobando ahora, aunque sea con dolor-, ese contacto con lo sacro del que hablaba Dostoievski, que no necesariamente ha de tener un carácter religioso.

Pero Aznar fue también un político inteligente con un notable sentido de la estrategia, que entendió en semanas lo que Fraga no supo comprender en años (lo pagó con la renuncia más dolorosa de su vida, que consistió en confiar a otro el partido que había creado): que para alcanzar el poder resultaba imprescindible blanquear a políticos como Cascos, Rato, Trillo, Isabel Tocino o Mayor-Oreja, moderando su incontinente discurso hasta que la sociedad española llegó a percibirlos como si fueran democristianos, muy al estilo alemán. Aznar también llevó a la práctica, en ocasiones de manera perfecta y tal vez insuperable, la estrategia descrita por Sun Tzu en “El arte de la guerra” de no atacar “Mientras el enemigo sea tan fuerte que no existan posibilidades de victoria”. Pitágoras dijo: “No desprecies a nadie, hasta un átomo produce una sombra”. La insoportable soberbia de Felipe González, que creyó ciegamente que el formidable aparato clientelista y corrupto del PSOE de finales de los años 80 y principios de los 90, unido a una RTVE secuestrada por los comisarios políticos del partido serían suficientes para impedir el avance del PP, provocó también que Aznar fuese ignorado y despreciado durante un tiempo precioso que aprovechó para hacer el trabajo más difícil: el que se hace en la sombra, que sirvió para sentar las bases de su triunfo en 1996. En el PSOE entendieron demasiado tarde el error estratégico de González, y es que cuando ignoras a alguien no sueles combatirlo sino con palabras de desprecio, y la palabra es menos eficaz que los hechos.

Necesitamos tiempo para conocer a nuestros políticos, aunque lo más inquietante es que muchos de ellos poseen una habilidad asombrosa para ocultar su maldad o sus aviesas intenciones. Al respecto, Antonio de Senillosa decía que los políticos más peligrosos son aquellos que sin serlo parecen honestos. Pablo Casado no tiene nada que ver con Aznar y es mucho más transparente en el peor de los sentidos. Con los años, parece uno de esos niños que “hombrea”: que se pone la chaqueta y la corbata de su padre, se pinta un bigote para parecer mayor y frunce el ceño y los labios imitando el gesto de los adultos, pero sigue siendo un niño al que le queda grande la ropa. Nada más. Pero no le subestimemos: incluso así puede ganar unas elecciones porque quien lidera un partido no está solo y tiene un mundo detrás que suma mucho, aunque él reste y tropiece. Churchill le dedicó una de sus frases mordaces al hombre que le sucedió en Downing Street semanas después del final de la Segunda Guerra Mundial: “Llegó un taxi vacío y de él salió Clement Attlee”. Un día de estos, el espejo de Casado ni siquiera reflejará su imagen, de tan vacuo, frívolo e insustancial como es el líder del PP. Su oposición es desleal e irresponsable porque el objetivo es alcanzar el poder, no servir a los ciudadanos.

Una de las decisiones que más me han sorprendido de Casado en los últimos meses, aunque va en la línea tozuda del actual PP de dispararse en el pie, es la de nombrar a Carlos Iturgaiz como candidato del PP a lehendakari. Yo aprecio de verdad a Iturgaiz porque me impone mucho respeto el coraje que pusieron sobre la mesa quienes salían de casa cada mañana sin saber si volverían a ver a sus hijos. Y creo que jamás seremos del todo conscientes de cuánto debemos a un puñado de gente decente y valiente como él o como los recientemente desaparecidos, José María Calleja y Enrique Múgica, porque fueron ellos los que se enfrentaron a ETA cuando la banda terrorista era más fuerte y cuando hacerlo podía costarte la vida, simplemente. Pero ser decente no es lo mismo que ser lúcido, y aquí es donde el actual PP hace aguas por todas partes: desde Maroto, a García Egea, Andrea Levy, Suárez Illana, Isabel Díaz Ayuso o Pablo Montesinos, pasando por Cayetana Álvarez de Toledo, que cumple ese demencial papel de mamporrero que en el pasado hicieron Luis Ramallo también en el PP o Jesús Caldera en el PSOE, todos ellos han visto como VOX les adelantaba y en vez de reducir velocidad para que la ultraderecha destaque por sí misma han decidido ponerse en paralelo, perdiendo por unos años la batalla del centro, que es donde en España se ganan las guerras políticas. Yo aprecio de verdad a Iturgaiz, repito, pero hay que entender que alguien con ese perfil no puede ser el futuro del PP en el País vasco, que allí y en Cataluña se enfrenta a la desaparición. El niño Casado ha escogido con esmero a sus compañeros de aventura, y en el recreo, entre chillidos ensordecedores y cambio de cromos, han diseñado una máquina infernal para perder las elecciones.  

El PP ha asumido las prácticas de la ultraderecha mundial para llegar al poder porque los estrategas del partido han visto que han dado resultado en países como Estados Unidos, Brasil, Italia o Hungría, y el precio a pagar es que se queden fuera del proyecto personas como Borja Semper, como se quedarán todos aquellos que, sin tener la fuerza de un Alberto Núñez Feijóo, intenten centrar el rumbo de la nave. Entre los populares hay poca talla moral y poca altura de miras, pero no se acercan a VOX por eso, ni siquiera por el parentesco ideológico, sino porque en su ingenuidad creen que un día, al menos por mimetismo, podrán absorber a la formación de Abascal. Craso error, la trayectoria de las personas que dirigen VOX muestra a las claras que vivirán de las subvenciones a los partidos hasta que el infierno se hiele y algún día más. Para ellos es un chollo dirigir su propio chiringuito, y antes muertos que perder esa bicoca.

Para terminar, una de las características del tiempo que nos ha tocado vivir es la permanente ocultación de la realidad tras un discurso político centrado en lo simbólico, lo propagandístico y lo visceral en vez de en los problemas reales del ciudadano. Por eso, antes de que apareciera el Covid-19, en el parlamento de un país como España con gravísimos problemas de precariedad laboral, desigualdad y emergencia habitacional se hablaba de Venezuela y no de estas cuestiones. Esa manipulación del discurso encuentra acogida en una parte de la población que, sorprendentemente, se alarma e inquieta más por esa realidad paralela creada por sus políticos que por los problemas que de verdad les afectan. La emergencia del Covid-19 muestra a las claras cuáles son las verdaderas prioridades hoy: España necesita equipos de protección individual para el personal de los hospitales, no banderas. El mejor regalo que podemos hacer a nuestros sanitarios es salvaguardar sus vidas ante esta catástrofe, no lucir una corbata negra ni guardar un minuto de silencio ante su muerte, y eso requiere de más y mejores inversiones en su sector, algo que no está en los programas del PP y de VOX ni a nivel nacional ni en las comunidades donde gobiernan. Necesitamos también una derecha responsable que busque soluciones creativas para los problemas de España, no formaciones broncas cuya única prioridad es radicalizar la política para llegar al gobierno. La próxima foto de Casado será rompiendo el espejo que le dice que no es Adenauer.

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