Pablo Casado se esfuerza en aparentar que es el gran líder moderado de la derecha española, pero aunque él intenta ocultar su auténtica condición, el halcón o aguilucho que lleva dentro, de una forma o de otra siempre le acaba aflorando el tic reaccionario. El líder del PP no es precisamente una ursulina de la política ni un centrista atemperado, por mucho que se empeñe en demostrar lo contrario. Ayer mismo dio una nueva muestra de su conservadurismo exacerbado cuando trató de elaborar un análisis sesudo de los últimos acontecimientos en Estados Unidos. Es cierto que ha condenado de forma “rotunda” el asalto al Capitolio por parte de los partidarios de Donald Trump, como también es verdad que ha calificado de “inaceptable” que una democracia “antigua” como la yanqui, con “250 años de Estado de derecho”, tenga que soportar un ataque tan brutal a la sede de la soberanía nacional. Sin embargo, acto seguido no ha desaprovechado la oportunidad que le brinda el golpe de Estado en USA para arremeter contra sus enemigos irreconciliables, de tal manera que por un lado condena el trumpismo populista ciego y violento y por otro, al practicar la guerra civil dialéctica contra la horda roja de Pablo Iglesias, al que niega el pan y la sal, termina cayendo de lleno en él.

No se puede estar con la democracia y al mismo tiempo deslegitimar al adversario político hasta convertirlo en un felón o traidor a la patria, tal como hace el mandamás de Génova 13 todo el rato. A Casado le indigna el extremismo populista que practican partidos como Vox y Podemos, pero curiosamente con el primero pacta y al segundo lo quiere fuera y bien lejos de las instituciones. Eso no es ni medianamente democrático. La esencia del Estado de derecho consiste en que una vez gobierna un partido y luego gobierna otro, la alternancia, el pluralismo, el respeto, todas esas cosas que distinguen a un auténtico demócrata, no a un nostálgico camuflado y obsesionado con frenar la invasión comunista, que a fin de cuentas es lo que es Trump. Casado entiende la política como el arte del exterminio, la limpieza del rival a toda costa, incluso organizándole montajes, conspiraciones, querellas y el lawfare judicial al más puro estilo trumpista. Casado dice despreciar a los bárbaros de Yellowstone Wolf que han trepado por los muros del Capitolio en una nueva edición de la caída del Imperio romano o toma de la Bastilla, pero en no pocas ocasiones recurre al manual del buen neocon, como ya demostró en aquel infame discurso en el Congreso de los Diputados en el que batió su propio récord de insultos por minuto contra Pedro Sánchez. De haber estado en el hemiciclo aquel día, Trump se hubiese sentido orgulloso de él.

Mal que le pese, no puede Casado quitarse el disco rayado marca Tea Party que lleva en la cabeza y que también ha instalado, como un peligroso software, en la mente de Isabel Díaz Ayuso, su delfina trumpita a la que ha encomendado la dura misión de hacerle la guerra populista al Gobierno central a todas horas. El líder del PP cree que los tristes sucesos de Washington son calcados a aquella manifestación de indignados que bajo el eslogan “Rodea el Congreso” fue convocada por militantes de Podemos en tiempos de Mariano Rajoy, allá por 2012. En realidad ambos hechos se parecen tanto como la noche al día. Para empezar, los Proud Boys de Trump no se andan con chiquitas y van armados hasta los dientes, mayormente con fusiles de guerra. Hablamos de aguerridos comandos de la nueva ultraderecha supremacista nazi norteamericana, gente bragada que ha estado en Irak, Afganistán y otras carnicerías yanquis por todo el mundo. ¿Qué demonios tendrá esa gente que ver con los manifestantes de la izquierda española que tomaron parte en aquella protesta pacífica en el legítimo derecho a la libertad de expresión y de reunión? Los pocos activistas que se fueron de madre y se enfrentaron a la Policía tirando alguna valla, pedrada o adoquín fueron severamente ajusticiados. Pero hablamos de una minoría, diez o doce personas a lo sumo, no los vastos ejércitos ultraderechistas cien por cien Marines que ayer trataron de tomar el Capitolio para quemar las papeletas de Georgia que daban la victoria a Joe Biden. Sin embargo, Casado los mete a todos en el mismo saco, todos extremistas, todos radicales y ultras, cuando quizá sea él quien tenga que hacerse mirar el hooliganismo crónico. Cualquier día va y nos dice que una manifa de sufridos obreros de Alcoa en lucha por sus puestos de trabajo es terrorismo laboral de baja intensidad o una reunión hitleriana.

“Nosotros somos el partido que está en la moderación y en la centralidad. Los extremismos tanto a la izquierda como a la derecha se retroalimentan y polarizan la política para intentar sacar réditos en un descontento social a base de populismo”, dice Casado. Un discurso brillante propio de un alumno de Harvard-Aravaca, pero no hay más que analizar este argumento pueril para concluir que algunos aspectos de su análisis sobre el golpe de Estado trumpista no distan demasiado de las arengas ultras de Santiago Abascal y los suyos, que ayer mismo defendieron el asalto al sagrado templo de la democracia estadounidense por parte de las hordas nacionalpopulistas de Trump y advirtieron ante una conspiración bolchevique y judeomasónica que solo está en sus mentes calenturientas.

Del líder de un partido antisistema como Vox cabe esperar ese discurso montaraz, agreste y guerravicilista contra la izquierda antifa podemita, a la que trata de demonizar por socialcomunista, antimonárquica y antiespañola. A fin de cuentas el proyecto verde marciano es la gran sucursal de Trump en España (hasta Steve Bannon ha reconocido que les dio unos cursillitos de trumpismo acelerado para principiantes). Pero de alguien como Casado, que en teoría debería representar a la derecha convencional, democrática, europeísta y aseada cabría esperar una posición mucho más matizada, tolerante y respetuosa con el adversario rojo. “Todos los demócratas tienen que condenar este tipo de actuaciones. Y no entiendo cómo en España hay aún partidos que lo tratan de justificar”, ha asegurado enviándole un recadito a Abascal. Que se lo diga a la cara cuando le estreche la mano y firme con él uno de esos ignominiosos trifachitos autonómicos.

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