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Casado abraza el revisionismo histórico como un facha más

El líder del PP perdió una magnífica oportunidad de mostrarse como un auténtico demócrata pero prefirió tragar con los bulos de Camuñas

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análisis

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El Partido Popular sigue en su progresivo, preocupante e imparable proceso de “voxización” política. Con tal de arañarle unos cuantos votos al mundo verde de Santiago Abascal, a Pablo Casado no le duelen prendas a la hora de aparentar que es más españolazo que nadie y ya no le importa que le llamen facha. Tiene asumido que si quiere llegar a la Moncloa tendrá que ser de la mano del fascismo y eso es lo único que le preocupa a él en estos momentos. Ayer lunes volvió a tragarse unos cuantos bulos franquistas sin que se levantara de la silla ni mostrara discrepancia alguna, como hubiese hecho cualquier demócrata de bien.

Esta vez el escenario elegido era Ávila, donde el líder del PP asistía a un acto político bajo el pomposo eslogan de Concordia y Libertad. Casado compartía mesa y tertulia con Adolfo Suárez Illana (el hijo de Suárez El Bueno); el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco; y los exministros de la UCD, Rafael Arias Salgado, e Ignacio Camuñas. Con semejante plantel de nostálgicos del régimen anterior, de esa charla distendida no podía salir precisamente una oda a la democracia real. Y así fue. Dejándose influir sin duda por la proximidad del 18 de julio (día del Alzamiento Nacional) y por el imponente escenario de la Ávila imperial con sus murallas medievales y su pasado glorioso, Camuñas se dejó llevar, se relajó, se vino arriba y le afloró el africanista de Falange que lleva dentro, confirmándose así que muchos de aquellos que hicieron la Transición tenían de demócratas lo que Miguel Bosé de hombre de ciencia.

“En 1936 no hubo un golpe de Estado. La República fue la responsable de la Guerra Civil”, dijo el susodicho, al que solo le faltó levantarse, cuadrarse, dar un taconazo en el suelo con marcialidad, levantar el brazo y soltar aquello de “Arriba España con dos cojones”. Mientras tanto, Casado asistía impertérrito al alegato fascista y por un momento se le vio tragar saliva, aunque sin decir ni mu, como ese niño que ha roto un plato pero no se atreve a confesar su culpa. Era el momento perfecto para tomar la palabra y, en calidad de supuesto representante de la derecha moderada, moderna y a la europea, rebatir semejante truño que en la Alemania de Merkel al tal Camuñas le hubiese costado un disgusto con el juez por proselitismo de lo nazi y negacionismo delictivo de la historia. Un líder democrático bien plantado hubiese puesto los puntos sobre las íes aclarando que el “Francazo” fue un golpe de Estado en toda regla contra un Gobierno legítimo que condujo a una guerra civil con más de un millón de muertos. Pero, ¿para qué iba Casado a rebatir al ponente, para perder los cuatro votos que pensaba llevarse a Madrid esa mañana, para que acto seguido Abascal pusiera un tuit de los suyos acusándolo de jefe de la derechita cobarde? Mejor callar, otorgar y pasar la vergüenza de quedar como lo que va pareciendo que es: un franquista convicto y en vías de ser confeso.

El bochorno del mandamás de Génova 13 pudo haber quedado ahí. Con su ominoso silencio ya había dicho bastante, pero no contento con haber quedado como un aciago blanqueador del nazismo decidió dar un paso más allá y terminar de arreglar el empaste, por si no había quedado suficientemente claro su abierto posicionamiento al lado de los fascistas. El gran tenor de opereta de la derecha española se ajustó el nudo de la corbata, se atusó la barba que se ha dejado para parecer más macho que Abascal, tomó aire y anunció, flemáticamente, que en su primer día de Gobierno derogará la Ley de Memoria Histórica para sustituirla por una supuesta Ley de la Concordia, otro dislate casadista de proporciones cósmicas, ya que esa nueva normativa supondría poner en pie de igualdad a nacionales y republicanos, a fascistas y demócratas, legitimando el totalitarismo nazi. Habrá que ver con qué cara va Casado a Bruselas a defender semejante anacronismo delirante cuando sea presidente. A lado del homófobo Orbán va a parecer una hermanita de la caridad.

Casado anuncia una nueva ley

Pero todavía quedaba tiempo para una ignominia más. Ni corto ni perezoso, Casado lamentó que el Estado haya dado, desde 1975, hasta 16.000 millones de euros en ayudas a las distintas administraciones como parte del fondo de reparación a las familias republicanas represaliadas, un dato que no consta en ningún organismo oficial y que no se sostiene por ningún lado, ya que quienes buscan a sus parientes asesinados y enterrados en cunetas llevan años pagando los gastos de su propio bolsillo. En ese momento, a Casado solo le faltó decir que cuando él llegue al poder todo ese dinero irá a parar a las grandes estirpes fascistas y que el Pazo de Meirás será devuelto a los Franco, pobrecitos ellos que se han quedado con una mano delante y otra detrás y viviendo debajo de un puente, como vulgares rojos desahuciados.

Tal como era de esperar, el anuncio de la futura Ley de Concordia orgasmeó a fondo a los cuatro fachillas y vejetes de Ávila que asistían al acto y que rompieron en encendidos aplausos al presentir que no todo está perdido y que el espíritu del Tío Paco sigue más vivo que nunca. La pequeña claque que había decidido aparcarlo todo para asistir a una mascarada más propia del Día de la Raza de 1958 que de una tranquila mañana de verano del siglo XXI daba por amortizada la entrada con el improvisado show facha de Pablo Casado.

Llegados a este punto, solo cabe decir que el revisionismo histórico, ese cáncer que extiende el fascismo de nuevo cuño por toda Europa, se ha apoderado también del eterno aspirante a la Moncloa. Todo el mundo ha podido ver, en prime time y con sus propios ojos, cómo Casado abraza el gran bulo de nuestra historia consistente en hacer creer a los españoles que el golpe de Estado nacional nunca existió y que los malos fueron los rojos de la Segunda República que pretendían imponer un régimen sovietizado en España. Esa tergiversación histórica, ese mundo al revés, no es algo nuevo que se hayan inventado Camuñas y los prestidigitadores y charlatanes de feria de la escuela de Pío Moa, sino que ya se puso de moda en la década de los 60, o sea que tampoco en eso son originales. En aquellos años desarrollistas, y después de que el fascismo hubiera perdido la Segunda Guerra Mundial, el régimen franquista entendió que era necesario acometer una operación de blanqueamiento para tratar de convencer al resto del mundo de que aquello era una “democracia orgánica”, ese eufemismo que ni Serrano Suñer se creyó nunca. Fue entonces cuando se impusieron fantásticos juegos de pirotecnia retórica como “cruzada” para maquillar lo que fue un movimiento fascista en toda regla y “alzamiento nacional” para enmascarar un golpe de Estado cruento y sangriento. Con su callo y otorgo, con su abochornante silencio, Casado demuestra lo que es y firma debajo de los disparates históricos, convirtiéndose en un negacionista/revisionista más. Este hombre es que lo tiene todo.

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