Decía Sócrates, o Platón puso en su boca, que la vida irreflexiva no es digna de vivirse. Un pensamiento sin metafísica siempre nos conduce a desandar tantos caminos como hebras tenía el ovillo de Penélope. Es una complejidad que añade irracionalidad al acto político que, desde la izquierda, las ideas ya no estén presentes en la realidad, configurando un escenario amplio y sistemático, a favor de un brumoso utilitarismo. Como afirmaba Ortega y Gasset, la utilidad no crea, no inventa, simplemente aprovecha y estabiliza lo que sin ella fue creado. Esta peritura regna de los mimbres ideológicos ha supuesto el paso del socialismo de un proyecto a un proceso de adaptación. Una adaptación que produce esa algarabía de la derecha que tiene como objeto acusar a los socialistas de las desdichas que genera la propia praxis liberal.

Los grandes espacios que acota ese pragmatismo indiferenciado en todos los órdenes y jurisdicciones insonorizan los ámbitos del malestar ciudadano y el mismo lenguaje metaestatal, el gran complejo de ser “partido de Gobierno”, clausura las capilaridades sociales, existenciales, la vida tal cual es. Resulta un brete tan inextricable como aquel que planteaba Francisco Ayala en un artículo periodístico: después de la muerte de Dios y del diablo ya no hay a quien pedir socorro ni contra quien rebelarse. Esta falta de tensión ideológica, sugiere que el socialismo se ha convertido en una organización burocrática modelo en el cual los objetivos van amoldándose a las condiciones existentes y a lo que se puede alcanzar en cada caso, careciendo de dominium rerum la capacidad ideológica de transformación y cambio social.

Y en este reino de lo contingente es donde los propósitos se pueden quedar en puro voluntarismo, sobre todo si ignoramos cómo conseguirlos y si pretendemos alcanzarlos de la misma manera que nos hizo alejarnos de ellos en un acto que recuerda al enterrador interrogado por Hamlet y que al cálculo del tiempo que un muerto tarda es descomponerse ponía la condición de que no estuviera podrido antes de morir. Y es que los ciudadanos tienen motivos suficientes para dudar y para cuestionarse si los socialistas siguen representando una alternativa de cambio –del sistema económico, de la política, de la ideología dominante, de la sociedad– y no una alternancia a los gobiernos de derechas.

En este contexto, el ejercicio de una oposición útil y responsable plantea el interrogante de ¿para qué y para quién? Singularmente cuando el Partido Popular somete a la ciudadanía al yugo del empobrecimiento, la desigualdad, la injusticia, el riesgo para supervivencia digna de la mayoría de la población, la quiebra de la ciudadanía como portadora de derechos, la demolición de los servicios públicos, el hundimiento de la calidad democrática, la agresión definitiva al Estado constitucional social y de derecho. Desde el socialismo no puede ser un acto de utilidad ni responsabilidad pactar la infelicidad y la miseria de la ciudadanía.
En realidad asistimos a una privatización generalizada de todos los ámbitos donde el civismo o el demos pudiera tener algún protagonismo. Es la suspensión drástica de la ciudadanía y la capacidad del Estado y la sociedad de regularse mediante principios éticos para circunscribir todas los asuntos morales y políticos a una cuestión de recursos inspirada en la equívoca ideología que se oculta bajo la máscara de teoría científica. El Estado mínimo y la democracia limitada son los instrumentos para evitar cualquier tipo de redistribución de la riqueza y empobrecer a amplias capas de la población. En este caldo de cultivo, la derecha en nuestro país se ha dedicado a aplicar su programa máximo en una agresión sin precedentes a los derechos sociales y cívicos y a las libertades públicas. La injusticia necesita negar la voz de las víctimas.

Por todo ello, estimados compañeros de la gestora, el problema es que parece que lo que realmente estorba para rematar un proyecto socialista es el socialismo. Un estado de ánimo, ante la falta de capilaridad con las mayorías sociales, que tiene su mejor analogía en la frase de Ingrid Bergman en la película Casablanca: «El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos». Los partidos de izquierdas, según López Campillo, han ido adquiriendo “un carácter eclesial, pero de una iglesia sin doctrina. Sin capacidad colectiva de analizar críticamente la situación.” En este complejo tecnocrático de la izquierda, ¿qué historia pueden hacer los náufragos frente a los tiburones? El problema actual del socialismo no es tanto a lo que se arriesga como hallar la manera de salvarse como tal socialismo, con todo lo que eso comporta. Necesita perentoriamente una tesis filosófica y política que debe extraer de sus cimientos ideológicos o gritar, como Lucano, que “también las ruinas perecieron.”

Porque la naturaleza es de derechas, podríamos afirmar, la naturaleza es la que dice que las cosas son como son. Pero Adorno nos advierte que la naturaleza es estiércol. El socialismo, en su sesgo humanista, nos indica como deben ser las cosas. Sin embargo, los intereses “políticos” de un pragmatismo acomodaticio, han hecho de la política en el partido una pieza separada de la vida, como si fueran cosas diferentes. Y a partir de ahí un déficit moral cuya coartada era la gobernación.

Las recetas rutinarias y los atajos no surten efecto, porque es imposible actuar con instrumentos de una realidad que ya no existe. En una agresión sin precedentes a la ciudadanía y a sus instrumentos democráticos de autodefensa, el socialismo no puede ser un matiz tecnocrático de un armagedón planificado por las élites de siempre y sus manigeros de la derecha. ¿Es posible un socialismo sin pensamiento? ¿Una organización política que viva en las hechuras comerciales de un eslogan? El socialismo se ha quedado sin sociología en virtud de una mercadotecnia que hace de la organización política un ente de gestión en un contexto en que la eficacia radica en alejarse del modelo de sociedad que propugna.

Por todo ello, queridos compañeros, hoy más que nunca es necesario que el valor de las ideas se vaya abriendo camino sin queremos que exista algún camino para las fuerzas de progreso. Como dijo Ortega, la vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser. Trabajar para el futuro es en la actualidad un acto revolucionario, un acto imprescindible donde la fuerza de los principios haga posible que la justicia, la libertad y la igualdad no estén en peligro.

 

Artículo anteriorEl PP vuelve a someter a un Fiscal General del Estado
Artículo siguienteReikiavik tampoco puede desaparecer
PREMIOS Premio Internacional de Poesía “Desiderio Macías Silva.” México Premio Internacional de Poesía “Videncia.” Cuba. Premio de Poesía “Dunas y sal.” España. Premio de Poesía “Noches del Baratillo.” España. OBRA IMPRESA Penélope y las horas sin retorno. Instituto Cultural de Aguascalientes. México. Todos los días sin tu nombre. Editorial Carrión Moreno. Sevilla. El origen mitológico de Andalucía. Editorial Almuzara. Córdoba. Socialismo en tiempos difíciles. Izana ediciones. Madrid. Breve historia de la gastronomía andaluza. Editorial Castillejo. Sevilla. La cocina sevillana. Editorial Castillejo. Sevilla. La cocina musulmana de occidente. Editorial Castillejo. Sevilla.

2 COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre