Los detuvieron cerca de la frontera.  Ella, con gafas de sol y peluca rubia y él con barba de tres días y gabardina. Fueron, como siempre, demasiado previsibles. Esposados, sentados en unas incomodas sillas, escuchan indiferentes al funcionario de turno que les lee el atestado. No responden a sus preguntas. Tampoco se miran entre ellos, no quieren dar pistas ni tan siquiera por sus gestos. Intuyen que a la policía les faltan aún algunos cabos por atar.

El interrogatorio ha sido largo pero llevaban la historia bien aprendida y no parece que hayan caído en contradicciones. Aparentemente son solo una pareja de amantes que pretendía pasar a Portugal con la máxima discreción y por eso viajan sin documentación. Si no hubiera sido por el maldito pinchazo ahora estarían tumbados en cualquier arenal del vecino país. Pero el coche patrulla se detuvo y la intuición del cabo de la Guardia Civil y sus nervios les había llevado a esta situación. Solo era cuestión de tiempo y en breve, el peso de la ley terminaría cayendo sobre ellos. Era un riesgo que tenían asumido desde que hacía cinco días habían emprendido la huida a la desesperada, durmiendo por las cunetas, viajando por carreteras secundarias, alimentándose solo de sandwich de gasolinera. Todo esto les pasaba ahora factura y, contemplándolos en aquella cutre oficina, su imagen no era precisamente la de Bonnie and Clyde. Cincuentones, aun les brillaban los ojos al recordar el momento en que tomaron la decisión y se lanzaron a aquella huida sin destino ni retorno.

  • ¿Así que son ustedes?  Han tenido a la mitad de los efectivos disponibles implicados en su busca y captura. Y caen por un simple pinchazo. Estas cosas nunca salen bien, a su edad deberían saberlo ya. Muchos ante lo han intentado y todos fracasaron Más antes que después.

Con frases como estas había entrado el comisario en el despacho y, aprovechando que estaban esposados se recreaba en su discurso de moralina barata sobre el Bien y el Mal, el largo brazo de la justicia, la eficacia de los cuerpos de seguridad y su larga experiencia y olfato.

  • Miren llevo cinco días y sus noches sin dormir persiguiéndoles por medio país pero no les tengo rencor, incluso me caen bien, les diría que les comprendo pero no se pueden saltar la ley a la torera, atacar al Estado de Derecho y a los principios mas elementales. Lo que han hecho, siendo –repito- algo casi justificable, no deja de ser un delito y pagarán por ello.
  • No se puede abandonar en el apartamento de veraneo a cuatro hijos entre catorce y veintidós años, una suegra, dos hermanas y sus correspondientes cuñados y sobrinos. Así, de repente, solo dejando una nota en el frigorífico. Entiendan que si permitiésemos un solo caso, los fundamentos sobre los que se asienta nuestra sociedad, aquellos que nos hacen indestructibles, podrían venirse abajo. Ese principio básico que no es otro que «o todos o ninguno» es la clave sobre la que se asienta nuestra sociedad. Por eso hoy mismo Señores de González serán devueltos a su apartamento con toda la familia propia y política y algunos más que se han apuntados después de ver sus fotografías por la tele.
  • ¿Cómo pudieron pensar que esta loca aventura podría salirles bien? Pasar las vacaciones los dos solitos, sin familia, sin tan siquiera sus propios hijos, sin saludar a nadie en el paseo, sin paellas y sin griterío, sin televisión del vecino y sin sablazos en el chiringuito. Qué locura.
  • Venga muevan el trasero que aún les espera un larguísimo verano por delante.

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