Muchos fines de semana las calles de nuestros pueblos y ciudades se llenan de personas haciendo deporte. A veces, de forma organizada vemos corriendo a gentes de todo tipo y condición física. La mayoría de las ocasiones en tono festivo. Esbozando una sonrisa. Desprendiendo felicidad.

Cada vez proliferan más las causas benéficas que posibilitan o fomentan esta clase de prácticas. Por eso carece de sentido, desconocer o tratar de esconder, su visibilidad.

Si bien es cierto que procuran un buen número de incomodidades para los que habitualmente se desplazan por el asfalto, fundamentalmente en sus coches, no lo es menos que, con información y organización, merece la pena prescindir por unas horas de este tipo de desplazamientos. Además, normalmente se suelen preparar itinerarios alternativos para paliar las molestias.

No se trata de alcanzar grandes registros en los cronómetros de la mayoría de los corredores. Se persigue demostrar, promocionando la salud a través de la actividad física, que es posible conjugar movimiento y sensibilización. Que la unión de muchos permite soñar con grandes metas.

Esta es la razón por la cual sería recomendable que los responsables de las organizaciones procuren diseñar sus recorridos buscando el mayor apoyo posible. Y eso sólo se consigue atravesando las calles y avenidas más populosas. No escondiendo a los corredores.

No es cuestión, como apuntan algunos, de la mayor o menor dureza del circuito. No estamos hablando de atletas profesionales. A mi juicio, lo más interesante es la ventana que se ofrece al mostrar la solidaridad del esfuerzo compartido.

En caso contrario, probablemente irá disminuyendo el número de participantes, volveremos a encontrar este tipo de actividades relegadas a los deportistas de élite y privaremos a la ciudadanía de devolver, con la generosidad de sus loables intenciones, la posibilidad de sentirse a la vez que útiles, dichosos por la consecución, incluso, cada año, de metas particulares. Sigamos, pues.

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