Mucho se habla últimamente en esta postmodernidad de culto al cuerpo y de las modas pasajeras, sobre cuál es el mejor modo de alimentarse, para llevar una vida sana y equilibrada, y disfrutar de una apariencia atractiva. Se escuchan voces críticas con aquellos que no consumen alimentos de origen animal y se alimentan fundamentalmente a base de frutas y verduras, por las supuestas carencias de nutrientes esenciales para el correcto funcionamiento del organismo que pueden experimentar. Algunos en los últimos días incluso plantean encarcelar a los padres que alimenten a sus hijos de forma vegana. En sentido opuesto, hallamos críticas hacia ese grupo de personas fundamentalmente carnívoras, cuya máxima relación con las plantas es el regado de sus macetas, y que son acusados asimismo de no obtener los nutrientes necesarios a través de su dieta, añadiendo en este caso a la crítica, la teoría sobre los derechos de los animales.

El primer aspecto a tener en cuenta en este debate, es que tiene varias vertientes a analizar. Por un lado el tema de la salud, en el sentido de qué dieta nos proporciona una calidad de vida más alta, una mayor longevidad y un mejor rendimiento de nuestro organismo. Por otro lado, la cuestión de la sostenibilidad ambiental de la alimentación, es decir, si cualitativa y cuantitativamente nuestro planeta está preparado para seguir alimentando al ritmo y modo actual, a una población cada vez mayor, con unos recursos limitados. En tercer lugar, habría que analizar cuál es la forma de alimentarse más ética y respetuosa con el medio ambiente que nos rodea, adentrándonos en aspectos morales y/o culturales.

En cuanto a la salud, si observamos la Pirámide de la Alimentación Saludable de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, nos encontramos con que en la base (se necesita un consumo diario elevado de estos alimentos) se encuentran los cereales, las legumbres, frutas y verduras, y prácticamente en la cúspide los alimentos cárnicos y en general de origen animal (consumo moderado u ocasional). Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) “Una buena nutrición (una dieta suficiente y equilibrada combinada con el ejercicio físico regular) es un elemento fundamental de la buena salud” En este sentido, afirma que una dieta saludable ayuda a protegernos de distintas enfermedades, como la diabetes, las cardiopatías, o el cáncer, que las dietas insalubres y la falta de actividad física se encuentran entre los principales factores de riesgo para la salud en todo el mundo, y pone de manifiesto que los hábitos alimentarios sanos comienzan en los primeros años de vida, por lo que es clave la lactancia materna en los primeros seis meses de vida, favoreciendo el crecimiento sano, el correcto desarrollo cognitivo así como otros beneficios a largo plazo. En particular se debe prestar especial atención a la alimentación de los niños, que tienen derecho a una buena nutrición según la Convención sobre los Derechos del Niño, y deben recibir todos los nutrientes necesarios para su adecuado desarrollo. A pesar de que algunos padres optan porque sus hijos sigan una dieta vegetariana o vegana, la opción más razonable en este sentido sería atenerse a la pirámide nutricional mencionada, con un consumo moderado de productos de origen animal y una alimentación lo más natural posible, de forma que cuando el niño llegue a la edad adulta pueda decidir por sí mismo si seguir o no una dieta vegetariana, habiendo tenido la opción de elegir por sí mismo y probar una variedad de alimentos.

La OMS alerta sobre el aumento de consumo de grasas trans en la actualidad, alimentos procesados, azúcar, sal, y sobre el hecho de que muchas personas llevan un estilo de vida sedentario en la actualidad, y no consumen la cantidad necesaria de frutas, verduras y fibra dietética. Según esta organización la composición exacta de una alimentación saludable, equilibrada y variada depende de las necesidades de cada persona (por ejemplo, de su edad, sexo, hábitos de vida, ejercicio físico), el contexto cultural, los alimentos disponibles localmente y los hábitos alimentario. No  obstante, los principios básicos de la alimentación saludable son siempre los mismos” Estos hábitos consistirían en: comer frutas, verduras, legumbres, frutos secos y cereales integrales en cantidad suficiente (al menos cinco porciones de frutas y hortalizas al día), limitar el consumo de azúcares libres a menos del 10% de la ingesta calórica total, limitar aún más el consumo de sal, así como limitar el consumo de grasa (preferiblemente no saturada) al 30% de la ingesta calórica diaria. Las grasas no saturadas  se encuentran presentes en alimentos como el aceite de pescado, los aguacates, los frutos secos, o el aceite de girasol, canola y oliva, mientras que las grasas saturadas con las que contienen la carne grasa, la mantequilla, el aceite de palma y de coco, la nata, el queso, etc. (es decir, fundamentalmente alimentos de origen animal). Las grasas industriales de tipo trans, por su parte, están presentes en los alimentos procesados: comida rápida, aperitivos, alimentos fritos, pasteles, bollería, etc. y no forman parte de una dieta sana según la OMS.

Leyendo las recomendaciones de la OMS, uno se da cuenta de que el consumo de carne y/o pescado, se encuentra prácticamente ausente en el texto, a excepción de la referencia a la carne grasa dentro de la recomendación de no consumir grasas saturadas. Se reconoce asimismo que la alimentación evoluciona con el tiempo y se ve influida por muchos factores, como son: los ingresos, los precios de los alimentos, las preferencias y creencias individuales, las tradiciones culturales, los factores geográficos, ambientales, etc. alimentación.

Por tanto, más importante que elegir una dieta vegetariana o fundamentalmente carnívora, es el hecho de organizar la dieta de forma correcta, si es necesario con la ayuda de un profesional de la Nutrición, con el fin de diversificar y planificar de la mejor forma posible la ingesta de los nutrientes necesarios para cada persona en concreto, dependiendo de su estado de salud, peso, ritmo de ejercicio, hábitos, enfermedades, etc. Por ejemplo, no se recomendaría la misma dieta a una persona sedentaria y fumadora, que necesitará unos mayores aportes de vitamina C, frutas y verduras, y menos ingesta de grasas saturadas, para compensar sus hábitos no saludables, que a un atleta de competición, que necesitará un mayor aporte calórico y proteico para que su organismo funcione a pleno rendimiento. Muchas personas confunden, en este sentido, una alimentación vegetariana, con un riesgo para la salud. Estas personas no se dan cuenta de que la clave de una alimentación sana no consiste en la ingesta de alimentos de origen animal. Al contrario, el consumo de carne que se  da en la actualidad, excesivo en algunos países como Estados Unidos, así como una mala alimentación: hamburguesas, perritos calientes, pizzas, comida rápida en general, trae como consecuencia el aumento de enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes, etc, mientras que las dietas variadas ricas en frutas y verduras, con un consumo limitado de carnes, pescados y huevos, e incluso dietas vegetarianas o veganas bien planificadas, con suplementos vitamínicos en su caso, son las más recomendadas por los especialistas y traen como resultado un descenso en los niveles de colesterol, problemas coronarios, cáncer y otras enfermedades. En este sentido se pronuncia la Asociación Americana de Dietética y Dietistas de Canadá, que afirma que las dietas vegetarianas adecuadamente planificadas son saludables, nutricionalmente adecuadas, y proporcionan beneficios para la salud en la prevención y el tratamiento de determinadas enfermedades.

Dejando a un lado ahora el concepto de salud, hay que tener en cuenta también cuando hablamos de alimentación, lo que supone el modo de alimentarse de la especie humana para nuestro entorno. Sabemos que la población mundial se ha triplicado en el último siglo. En la actualidad, el consumo de carne de los más de siete mil millones de personas  que habitan nuestro planeta, tiene consecuencias ambientales, como la deforestación,  la escasez de agua potable, la contaminación atmosférica y del agua, o la pérdida de biodiversidad. La sobreexplotación de las tierras y los océanos es un hecho, y también lo es que para alimentarnos del modo que hoy lo hacemos, siguiendo la población elevándose al mismo ritmo, necesitaríamos otro planeta más como el nuestro en unas décadas para seguir alimentándonos. La cuestión de la obtención de las proteínas y calorías de alimentos de origen animal o vegetal tiene relación directa con el número de bosques y océanos a arrasar. Podemos darnos cuenta de la cantidad de recursos necesarios para alimentar al ganado, al pensar en el hecho de que “para producir un kilo de ternera se emiten veintisiete de dióxido de carbono equivalente, se necesitan 15.400 litros de agua y 100 kilos de su proteína que a su vez requieren 6.000 metros cuadrados de terreno. El mismo peso en lentejas requiere menos de un kilo de CO2, 5.854 litros de agua y 2.500 metros cuadrados de tierra”. La transición del forraje al pienso a base de cereales en la agricultura mundial, ha supuesto dejar de alimentar a buena parte de la población hambrienta con el fin de producir ingentes cantidades de carne para los países ricos, otra manifestación del capitalismo feroz en el que vivimos. El ganado también emite multitud de gases de invernadero, fruto de la digestión. El grupo ecologista Salvar la Tierra recomienda una reducción importante en la actual población mundial de ganado vacuno, productor de gas metano, de potente efecto invernadero, que asciende a 1.300 millones de cabezas.

En tercer lugar, las condiciones lamentables de hacinamiento y sufrimiento que viven los animales dedicados a la ganadería en las granjas industriales, deben despertar en el ser humano que posea una cierta empatía con otras especies, un sentimiento de protección y empatía que impida seguir explotando de forma cruel a nuestros compañeros de existencia, y nos lleve a tomar un camino más sano y equilibrado, no sólo a nivel individual sino también colectivo, porque ambas, la existencia propia saludable y las comunidades sanas, se necesitan mutuamente para complementarse y ser efectivas. Este camino pasa por una reducción radical en el consumo de carne a nivel mundial, una regulación de la ganadería intensiva para convertirla en extensiva y ecológica progresivamente, una limitación de la explotación de los bosques y océanos para proteger la biodiversidad y una mayor educación y promoción de hábitos alimenticios saludables.

Sólo espero que nos demos cuenta de lo que hay que hacer, antes de que se cumpla la profecía de los indios Cree: “Sólo después de que se haya talado el ultimo árbol, sólo después de que se haya envenenado el ultimo río, sólo después de que se haya pescado el último pez, sólo entonces se darán cuenta de que el dinero no puede comerse.”

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