Todo vuelve, los pantalones de pitillo, los remedios caseros de la abuela para curar enfermedades graves, la ultraderecha, el guerracivilismo y, por supuesto, faltaría más, Carlos Fabra Carreras. El expresidente de la Diputación de Castellón presentará el próximo viernes en la capital de la Plana su autobiografía, Fabra: ¿Y ahora qué?, una especie de memoria de santos escrita por el periodista Jesús Montesinos donde el que fue hombre fuerte de la política valenciana confiesa que el PP le da “pena” por haber perdido su capacidad de ilusionar. Por lo visto le produce tanta tristeza y amargura la situación decadente por la que atraviesa su querido partido que está sopesando pasarse a Vox. Así son los políticos de nuestro tiempo, siempre con la maleta hecha por si hay que pasar una temporada en el balneario penitenciario o cambiar de equipo en medio de la tormenta.

Por lo visto Fabra, condenado a cuatro años por fraude fiscal, ha hecho mucho más que jugar al mus cuando estaba en la cárcel y hasta ha aprovechado el tiempo escribiendo sus memorias. En ellas habla de la soledad de la celda, de los traidores que le dejaron tirado cuando los alguaciles llamaban a su puerta y del complot judeomasónico que un grupo de jueces, policías y periodistas organizaron para meterlo en la trena. Lo que haya de verdad y de ficción solo Fabra lo sabe.

¿Pero por qué este libro precisamente ahora? ¿Por qué el gobernante que fue capaz de construir un aeropuerto sin aviones, en una muestra de audacia sin precedentes, ha decidido poner su odisea política y judicial en negro sobre blanco? Es bien conocido que toda biografía, además de un tocho indigesto que suele quedar para sujetar estanterías y rellenar baúles viejos, es una manera de que el autor se saque unos dineros cuando ya ha dejado de estar en la cresta de la ola y el teléfono dejar de sonar.

Pero es que además el género autobiográfico supone siempre un evidente acto de vanidad en tanto en cuanto el personaje biografiado se termina creyendo el epicentro de la Historia. Sin duda, Fabra ha debido pensar que durante un tiempo todo el curso de la humanidad pasaba por sus manos, y de ahí que haya decidido que el mundo no podía seguir girando sin que se conociese su historia política y personal, que él debe considerar tan apasionante como la de Hernán Cortés.

Habrá que leer el libro para saber hasta dónde ha llegado el estriptis personal de Carlos Fabra, ya que otra de las características del género memorialístico es que quien lo escribe suele asumir que quiere soltarlo todo, desnudarse sin complejos, quedarse en pelotas ante el público. Mucho nos tememos que don Carlos no haya llegado a ese nivel de exhibicionismo literario, entre otras cosas porque hay aspectos de su trayectoria política que mejor no meneallos, como aquellas declaraciones de la renta que no cuadraban. “Cuando leas una biografía, ten presente que la verdad nunca es publicable”, decía el clarividente Bernard Shaw. En esa línea de pensamiento, el maestro Borges afirmaba que las biografías suelen quedarse en un ejercicio de la minucia, en un absurdo, ya que la mayoría “constan exclusivamente de cambios de domicilio”. Carlos Fabra ha tenido varias residencias, la más conocida su chalé de Oropesa, donde ofrecía hospedaje a Aznar en los años de las grandes victorias electorales. Aunque tampoco parece que unas tardes de verano jugando al pádel con el presidente del Gobierno puedan dar para un volumen en plan Churchill.

De momento se ha lanzado una gran campaña de marketing para vender el libro, que promete venderse bien. Ya se sabe que en el mercado editorial no hay nada que dé más dinero que un buen escándalo y de eso Fabra sabe mucho. Por cierto, la obra se define como “una visión de España, de la Comunidad Valenciana y de Castellón de quien fue máximo dirigente político durante más de dos décadas”. Ya será menos.

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