martes, 23abril, 2024
20.4 C
Seville
Advertisement

Carecer de cara

Alejandro Jiménez Cid
Alejandro Jiménez Cid
Músico y ensayista
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

Vivimos en la creencia de que el rostro nos define. Que es, como dice el tópico, el espejo del alma. Plantamos la imagen (favorecedora, a ser posible) de nuestra sagrada jeta en los perfiles de las redes, en la cabecera de los currículos, en la solapa de los libros; o nos la tuneamos minuciosamente para diseñar los rasgos que queremos que luzca nuestro avatar mientras corretea por el metaverso de turno. Da lo mismo caras que caretas: no olvidemos que la palabra “persona” proviene del término con que los antiguos griegos se referían a las máscaras del teatro. Nadie conoce mejor la función del rostro como generador de identidad y comunicador de emociones que un dibujante de cómic. Fijaos en cómo los mangakas deforman por sistema las facciones de sus personajes, cómo les agigantan los ojos hasta convertirlos en piscinas reverberantes de reflejos para potenciar su emotividad. El repertorio estándar de gestos faciales que nació en las tiras cómicas ha devenido hoy en el esperanto millennial de los emoticonos. En esta cultura visual que nos rodea, tan saturada de pictogramas de caritas contentas y caritas tristonas, resulta maravillosamente transgresora la propuesta de Borja González, que dibuja novelas gráficas protagonizadas por chicas sin rostro: La reina orquídea (El verano del cohete, 2016), The Black Holes (Reservoir Books, 2018) y, ahora, Grito nocturno.

Esta decisión estética no es fruto del capricho ni de una búsqueda de originalidad a cualquier precio: Borja González no es ni siquiera el primero en dibujar personajes, literalmente, “descarados” (a bote pronto me vienen a la cabeza Keith Haring o el Cuttlas de Calpurnio). Pero es que en Grito nocturno esta turbadora ausencia de facciones no solo es justificada, sino que está preñada de significado, puesto que sus protagonistas se mueven en un espacio poético dominado por la sensación de vacío: la acción transcurre en una ciudad solitaria, rodeada de noche y de bosques desiertos, con el telón de fondo de una serie de desapariciones de chicas (revolotean sobre el asfalto carteles de “se busca”… con el rostro en blanco). En este escenario, deliberadamente teatral, se mueven las protagonistas, chavalas desorientadas e indefensas que viven en burbujas de soledad bajo la constante amenaza del olvido: ¿quién será la próxima en desaparecer de las calles y, aún peor, del recuerdo? Para paliar su vacío de identidad, viven entregadas a sus evasiones: la una se refugia en el esoterismo, la otra en el manganime y las fruslerías japonesas (su cuarto está lleno de pósters y muñecos de Sailor Moon… con el rostro en blanco). Son personajes que, pese a no tener cara, resultan inesperadamente tiernos, entrañables y, creedlo o no, expresivos. Este milagro es posible gracias al raro dominio que Borja González ejerce sobre la narrativa, los diálogos y la expresión corporal de sus personajes.

Grito nocturno rezuma melancolía pop por los cuatro costados. Sumerge al lector en la etérea atmósfera de ennui adolescente que envuelve a sus protagonistas, un frágil microcosmos cargado de ausencias y de espacios en blanco, donde la respuesta a los enigmas (si es que la hay) está en lo que no se ve y en lo que no se dice. Borja González se revela como todo un maestro de la elipsis. Esta novela gráfica no es una lectura banal, de esas de sentarse y ver qué pasa, pues reclama una implicación por parte del lector: para entrar de verdad en la historia, este tiene que mojarse, proyectando su propio rostro en los rostros vacíos de las protagonistas, rellenando los huecos de la trama (tanto los emocionales como los narrativos), tratando de encontrar una solución a sus acertijos. En entrevistas, el autor ha dicho que este enfoque inmersivo, que arrastra al lector a trascender su rol de mero espectador y a participar en la historia, le viene de su afición a los videojuegos; en todo caso, Grito nocturno es más una aventura gráfica que un arcade. Con su conclusión, deliciosamente abierta, este cómic excepcional deja plantada en las mientes del lector una semilla que germina y crece, y que persiste, como un suave bordón de melancolía, mucho después de cerrar las tapas del libro.

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
Advertisement
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído