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Camino a la normalidad de Euskadi

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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La Declaración del 18 octubre, leída en castellano por Otegi, coordinador general de EH Bildu, impulsa una perspectiva de normalidad política en la democracia española, después de 50 años de actuación armada violenta. Durante medio siglo ETA dirigió la política de España con la dictadura de Franco como Jefe del Estado. El terror era el marco dominante en el país y no digamos en Euskadi, donde la convivencia se hizo imposible.

Un hito intermedio fue el 20 octubre de 2011, cuando la organización proclamó el fin de su actividad, junto con su disolución. Han pasado 10 años ya y empezamos a creer que el asunto va en serio: constatamos “el cumplimiento íntegro de dicho compromiso. El fin de su actuación (de ETA) ha sido total y completo”, proclama el punto uno de dicha Declaración. El punto dos  establece la naturaleza de tal compromiso: aceptar “vías exclusivamente pacíficas y democráticas… responde a profundas convicciones éticas y políticas”.

Proclamaciones tan fuertes y decididas podrían dejar perpleja a mucha gente, lo comprendo, pero se trata de profundas convicciones, como se dice. Han sido 853 asesinatos y todavía hay unos 200 presos de la banda terrorista encarcelados. Quedan muchos crímenes sin resolver y aún se siguen haciendo homenajes (ogni etorris) a los excarcelados. Habría que resolver los crímenes y acabar con dichos homenajes en aras de la convivencia y normalización. De este modo se podría aliviar el pasado. El punto cuatro alude a los condenados y pide solucionar la política penitenciaria de excepción, dándole una solución integral.

Algunos dicen que es esto lo único que busca el nacionalismo independentista vasco, pero hay que pensar si tienen derecho a ello. Nuestra política penitenciaria se orienta hacia la integración social de cualquier condenado sin excepción. Acercar a los presos a la proximidad de sus domicilios es hacer sentir la aproximación familiar. La excepción debe ir acabando ya. Lo más importante se encuentra en el punto tercero de la Declaración. Aquí por primera vez se plantean las víctimas que ha causado la violencia de ETA. Otegi manifiesta “pesar y dolor por el sufrimiento padecido”, que “nunca debió haberse producido”. Reconoce que ya no tiene remedio el daño que se ha causado, pero acepta aliviarlo “desde el respeto, la consideración y la memoria”. Es un reconocimiento explícito, que carece de precedentes y supone un avance significativo. No coincido con quienes interpretan que con esto no se ha pedido perdón, ni se ha condenado a la organización criminal. Es cierto que no se ha hecho de manera explícita, pero el espíritu está ahí y debemos aceptar el paso tan importante que se ha dado por quien corresponde.

Siempre es necesario hacer autocrítica del pasado, porque mediante ella se rectifican muchas cosas, pero esto requiere tiempo. Lo que sí se ha reconocido ya plenamente es que en una democracia no se pueden alcanzar los objetivos propuestos mediante el terrorismo. Ahora ya se deben imponer las vías pacíficas desde la política. La llegada de lo que se ha llamado el régimen del 78, normalizando la situación dictatorial, resultó fundamental para la lucha armada.

La política conservadora popular habló con ETA para alcanzar la paz, pero no lo consiguió. Sin embargo, se resisten a reconocerlo. Me parece de justicia señalar a sus protagonistas de manera explícita. Jesús Eguiguren, presidente del Partido Socialista de Euskadi (2002-2014) se empeñó a fondo en su reunión con Arnaldo Otegi en un caserío. Eguiguren estuvo prácticamente solo, aunque contaba con el Presidente Zapatero, que se jugaba la presidencia del Gobierno. Igualmente se arriesgó mucho Rubalcaba, que ocupaba el Ministerio del Interior y fue su mano derecha. Ni el atentado de la T-4 consiguió derrumbarlos. Y siguieron todavía con más ganas de llegar al final. Puede decirse que el diálogo venció a las bombas, aunque parezca increíble. El horizonte quedaba despejado. Solo esto justifica una legislatura.

La oposición trató muy mal a Zapatero en esto, cometiendo una de las mayores injusticias. Actualmente la Declaración merece a Iturgaiz asco y repugnancia. Nunca podrá estar a la altura de los tiempos. Ahora acusa al Gobierno de vitorear a Otegi para hacerle demócrata y poder así justificar sus pactos con él. Hay que blanquear a Otegi a toda costa. No hay indicios de que alguna vez pueda superar este hombre su estrechez de miras y su corta perspectiva. Forma parte de un partido que todo lo ve negativo y no se esfuerza por situarse en un mínimo cambio. Tampoco se alegrará ni siquiera del triunfo de la democracia, como si se lo hubieran robado a ellos. Me parece demasiada mezquindad. Así no se puede gobernar un país. Nunca debió producirse la violencia de ETA, esto no se puede negar.

Euskadi está ya muy próximo a la normalidad. Seguro que todos sus dirigentes han gestionado políticas en esta línea, con mayores o menores aciertos. Nunca se niegan a colaborar con la política de Estado y ello les honra. Ya solo falta condenar a la banda terrorista, lo que, quizás, se haga no demasiado tarde. No es más de lo de siempre, como dice Fernández Vara, sino que es un paso más en el proceso de evolución.

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