Buscando mi machista interior

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Por primera vez acudí al Salón Erótico celebrado en Madrid. Debo reconocer que no había ido nunca a un evento de estas características y la emoción me embargaba, aunque mi objetivo era reconciliarme con mi machista interior e incluso actualizarlo en un ambiente tan favorable. Al entrar, un cartel de dos metros de alto anuncia mamadas gratis, lo que desató la locura entre los visitantes masculinos. Yo me uní a la algarabía en la búsqueda de mi soterrado ser, aunque debo advertir de que luego un refresco cuesta tres euros. Concluí, por tanto, que esto es una apuesta por la vida sana ya que las bebidas gaseosas son peores que el esperma. Primer rasgo: la esencia masculina es saludable. 

El salón básicamente se compone de stands en los que se venden productos de todo tipo para el disfrute del sexo, lubricantes mágicos, dildos, vaginas vibradoras,  e incluso algunos tenían sección outlet con bolas chinas de otras temporadas, me gustaron mucho unas de Naranjitos. Las tiendas que venden productos para el sexo se me asemejan a los horizontes, visto uno vistos todos. Salvo el stand de Nacho Vidal que tiene un producto cuya patente está en sus cojones y cuyo tronco del molde transmite la misma empatía que el original. Segundo rasgo: no debes tener mayor empatía que tu falo. Siempre soñé con un molde del culo de Jennifer López para usarlo como atril de lectura.

Como hombre debía conocer al tótem humano, al hombre hormiga, aquel capaz de levantar siete veces su peso,  Nacho Vidal, que deambula de un lado al otro con un andar nervioso, saludando a todas las actrices amateurs que se encuentra con un efusivo abrazo y un lenguaraz golpe de pelvis. Lo saben y lo sabe, esas chicas necesitan hacer su escena con Nacho para poder entrar a formar parte de la industria. El tipo es un manual de cómo llevarte bien con tu machista interior, se muestra cercano y no pone ningún impedimento a realizarse fotos con la gente, y no sujeta su cercanía cuando la foto se la piden las hembras, y su hosquedad cuando son varones. Tercer rasgo: no generes dudas sobre tu condición. 

El mayor cebo para que la gente acuda en masa y pague la nada despreciable cifra de veinte euros por entrar, es la posibilidad de sexo gratis. Ya no sólo la mamada de oferta, sino que, de repente, una mujer entrada en años y en carnes comenzó a desfilar por la feria con un letrero escrito en edding sobre un cartón de Biofrutas que rezaba: esta mami necesita un polvo.

¿Será ese trasunto de zumo y azúcares la kriptonita de las feministas? Supuestamente eligió a un tipo al azar y se lo benefició allí delante de todos. Todo impostura, el tipo elegido era un amigo de un amigo con el cual tuvo que terminar el trabajo después, tras un photocall y un cubo de basura, aquello parecía Telecinco.

Y llegamos al verdadero motor del salón, varios escenarios con luces y música tecno en los que desfilan hombres y mujeres practicando sexo explícito en vivo. Se percibe que en esta feria está muy inteligentemente separado el grano de la paja. Y comienza el show, sale primero ella, agita su cuerpo como una barra de pan mojada y se desnuda con gestos bruscos, mientras el actor masculino calienta en la banda preparando su instrumento. Una mayoría del público se compone de solteros con motivo, milenials sonrojantes, parejas heterosexuales, y tatuajes que caminan, y tampoco falta el típico minusválido de todos los festivales eróticos. Su cénit es la foto con las chicas. Su mirada rezuma respeto a la diosa, y cuando la tiene sentada en sus piernas le susurra: “Sonríe nena, y muévete un poco para enseñar más el chocho”.

Esto que puede parecer muy desagradable, esconde un quinto rasgo: es importante evidenciar tu jerarquía. 

Huelga decir que en los aleñados de los escenarios ronda un olor fuerte a macho ibérico, que hace sobrevolar el espíritu de José Antonio Camacho.

Abandoné el recinto con unas nuevas bases sobre las que asentar mis ideales machistas tan denostados por los años, la educación y el pensamiento crítico. Mi única conclusión es que el machista no nace, se hace, y por más salones que visite, ayer me sorprendí otra vez leyendo a Carmen Laforet.

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