Boris Johnson, la degeneración del populismo ultraderechista

Scotland Yard abre una investigación sobre los guateques del premier británico saltándose la ley y las restricciones sanitarias

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El primer ministro británico, Boris Johnson.
El primer ministro británico, Boris Johnson.

Los mismos que votaron al clown, por rabia contra el sistema y miedo a perder sus privilegios, exigen ahora su cabeza. La figura política de Boris Johnson, gran emblema del supremacismo anglosajón, máximo impulsor de la estafa del Brexit y xenófobo de manual, se tambalea como un gigante con pies de barro. Sus juergas y parrandas nocturnas en plena pandemia, cuando millones de británicos eran recluidos en sus casas y sufrían los rigores de las medidas sanitarias más restrictivas, han terminado por agotar la paciencia de los británicos. Los tabloides de Londres lo caricaturizan como un cadáver político, la oposición laborista pide su dimisión y hasta la Reina Madre se ruboriza con el comportamiento del blondo premier, que podría estar viviendo sus últimos días en el 10 de Downing Street.

Desde que Boris Johnson llegó a la jefatura de Gobierno se vio que este hombre no era más que un guiñol, un grotesco bufón de circo al servicio de las élites, un fantoche llegado para dinamitar la democracia. Empezó negando la pandemia y después, tras agarrase el trancazo coronavírico del siglo y terminar con sus huesos en el hospital, vio la luz y se convirtió a la fe de la ciencia. Comenzó coqueteando con la lejía, con la falsa cloroquina y otros remedios caseros que no curan el virus y acabó pidiendo a los ingleses que se vacunen a mansalva. ¿Qué fue de aquel arrogante mandatario que invitaba a sus compatriotas a contagiarse alegremente unos a otros para alcanzar la inmunidad de rebaño de forma natural como mejor remedio contra la plaga? Nada. Boris es una gran mentira, un fraude humano como todos los libertarios de extrema derecha que recalan en la política para desgracia de la humanidad.

Hoy la prensa británica se despacha a gusto con el antes idolatrado y hoy odiado Johnson. El chaparrón político que le está cayendo al primer ministro es de tal calibre que amenaza con llevarse por delante su carrera política y su hermoso pelazo dorado y ario. Una ola de indignación recorre el país desde que se ha sabido que en lo peor de la pandemia el bueno de Boris convirtió la residencia oficial del Gobierno británico (una institución representativa de todos los ciudadanos, no lo olvidemos), en un pícnic furtivo para millonarios, en una rave salvaje para ricos, en un estúpido botellón que en inglés se traduce como BYOB (Bring Your Own Bottle, o sea, trae tu propia botella). Los últimos datos destapados por la prensa londinense apuntan a que no menos de cuarenta covidiotas (entre los que estaba también Carrie Symonds, la novia del premier) participaron en aquellas francachelas abundantes en comida, bebida, desfachatez y degeneración moral.

Scotland Yard indaga en los fiestones clandestinos organizados por el primer ministro, al que a partir de ahora dejaremos de ver como a un político para considerarlo un hostelero, un empresario de la noche neblinosa de Londres, un emprendedor discotequero. Sin duda, estamos ante un crimen de la alta sociedad británica, una novela policíaca digna del mejor Sherlock Holmes donde queda en evidencia la inmoralidad y la decandencia de las clases burguesas. Es preciso llegar hasta el final en este asunto gravísimo, es necesario desenmascarar a toda esta gentuza elegante que son lo peor que ha alumbrado la humanidad. No solo Inglaterra, sino el mundo entero, tiene derecho a saber qué clase de tipos y tipas se esconden tras el esmoquin del nuevo populismo xenófobo de extrema derecha.

Boris es solo una pieza más en el movimiento reaccionario de las grandes estirpes globales que aglutina a los personajes más siniestros, esos que mueven los hilos del mundo. Aquí, en la piel de toro, soportamos también a nuestros Boris patrios, gente sin oficio ni beneficio, fulanos sin escrúpulos que han llegado a la vida pública sin otro afán que medrar y enriquecerse; irresponsables que lanzan mensajes confusos a la sociedad para alcanzar sus perversos fines políticos; embusteros, charlatanes de feria y demagogos del populismo de la peor calaña que plantan la semilla del bulo y la mentira para tratar de acabar con la democracia liberal que no les gusta. Todos sabemos quiénes son esos Boris a la española que con el pretexto del patriotismo mal entendido seducen a los ciudadanos con falsas ideas sobre la libertad y supercherías acientíficas que contribuyen a la propagación fatal de la pandemia.

Ahora que No mires arriba, la magnífica película de McKay sobre el fin del mundo, pone al descubierto la inmoralidad de todo este linaje de demagogos, neofascistas y negacionistas que amenazan con acabar con el planeta Tierra, es el mejor momento para empezar a quitar caretas a todos estos embaucadores que tras la retórica y la verborrea insoportable practican una cínica doble moral riéndose del pueblo en sus propias narices. Basta ya de discursos vacíos y turras sobre el patriotismo, la libertad según la interpretación facha y otras monsergas con las que nos machacan cada día estos plomizos neofascistas. Boris y sus dinastías tories de la vergüenza, Boris y sus sucursales trumpistas internacionales repartidas por cada rincón de Europa y del mundo, no son más que monstruos atiborrados de mentiras, de vicios y corruptelas y de siniestras intenciones. Hay que echarlos del poder, como sea, cueste lo que cueste y por pura supervivencia, porque de lo contrario acabarán con todo, con la verdad, con la democracia, con los nobles ideales y valores, con la decencia y con la misma civilización humana. De momento, Johnson guarda un elocuente silencio. Es lo normal en esta gente marciana. Cuando no hay excusas ni justificación posible, callan o dan por concluida la rueda de prensa. Como los Djokovic, los supremacistas del tenis.

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