El libro Dirty Gold: The Rise and Fall of an International Smuggling Ring (Oro sucio: el auge y la caída de una red de contrabando internacional), de los periodistas de investigación Jay Weaver, Nicholas Nehamas, Jim Wyss y Kyra Gurney, muestra los entresijos de una investigación federal de los Estados Unidos contra tres corredores de oro con sede en Miami vinculados a una conspiración de lavado de dinero multimillonaria. 

Todo el esquema de la organización se origina en el mercado ilegal de oro de Perú, pero se extiende a los países vecinos ya que los comerciantes siempre iban un paso por delante de la ley.

El periodista Jay Weaver inició su investigación a través de una serie de noticias publicadas por el Miami Herald. «Miami es un verdadero centro», afirma Weaver, del fraude financiero, la corrupción, el terrorismo o el tráfico de drogas. En el caso de los tres comerciantes, la trama de blanqueo de dinero se elevó hasta los 3.600 millones de dólares.

La mayor parte del oro, si no todo, venía de Perú y era contrabandeado a otros países debido a que la policía peruana incrementó su actividad contra las bandas criminales, narcotraficantes, contaminación, degradación ambiental o el tráfico de mercurio.

Sin embargo, el comercio ilícito de oro había sido ampliamente investigado en Latinoamérica, pero no en Estados Unidos.

Esta trama tenía muchos tentáculos entre los que que no se podía pasar de largo la relación con la devastación de la selva tropical y la explotación de los mineros que, prácticamente, cobran para sobrevivir. Esos factores son claves para entender esa relación entre el tráfico de oro, el blanqueo de capitales y la explotación del hombre por el hombre.

En este caso ocurrió algo inesperado y muy poco común: se unieron periodistas con agentes federales en un verdadero ejemplo de colaboración dentro de un proceso complicado porque, para  poder presentar el caso, el fiscal tuvo que armar una especie de «Comunidad del Anillo» formada por agentes estadounidenses, periodistas y las fuerzas del orden de los países como Chile y Perú que se encontraban sobre el terreno. 

Uno de los periodistas consiguió entrar en contacto con un blanqueador de dinero peruano, al que denominaron «Peter Ferrari» que estaba proporcionando una gran cantidad de oro a los tres corredores, lo mismo que Harold Vilches, un joven traficante de oro que logró convencer a importantes empresarios para seguir haciendo negocios con él.

El problema es que el mercado ilegal del oro es un negocio internacional que despierta el apetito de las grandes fortunas ilícitas de países como Estados Unidos, China, India y los países de la Península de Arabia. La demanda es muy grande y las empresas, grandes fortunas, multinacionales y organizaciones criminales encuentran en él a un mercado que no está no está tan controlado como el sector financiero.

Además, como el oro proviene de minas ilegales, con  mineros explotados que reciben salarios de subsistencia, se hace muy difícil de rastrear, lo que significa que se puede blanquear mucho dinero sucio

En el caso relatado por el libro de estos cinco periodistas, el oro pasa por intermediarios en un pueblo que se llama Puerto Maldonado, que, a su vez, pasa por más intermediarios en Lima. El oro se exporta en vuelos comerciales a Estados Unidos y llega absolutamente declarado, pero sin conocer el origen, si es legítimo o del modo en que se ha obtenido. 

A los investigadores les resultó extraño que los tres corredores de oro, vinculados a NTR Metals, pudieran evadir los controles de la empresa. Sin embargo, se dieron cuenta de que existieron correos electrónicos y mensajes de texto donde se comprobó que intentaban engañar a su oficial de cumplimiento, un ex agente de aduanas con una larga trayectoria investigando casos de contrabando de oro y casos de blanqueo.

En un primer momento los tres corredores intentaron hacer  negocios con Peter Ferrari pero el oficial de cumplimiento les advirtió. Por eso crearon a hombres de paja que trabajaban para empresas fantasma, donde pudieron usar todas estas capas para ocultar su participación.

Este sistema tiene muchas ventajas para los contrabandistas de oro, puesto que, si hay redadas u operaciones para terminar con las minas ilegales en Perú, trasladan los lugares de entrega a la frontera con Chile. Si las operaciones se extienden a toda Sudamérica, entonces simplemente, venden su oro a través de los Emiratos, donde hay muy pocos controles. Se trata de arquitecturas criminales de muy difícil destrucción porque, precisamente, su fortaleza y lo que la hace atractiva para las grandes fortunas necesitadas de blanquear capitales es que es muy global y permite cambios rápidos para evitar a la Justicia.

Las zonas en las que se extrae el oro ilegal necesitan de miles de mineros pobres rodeados de indígenas que están literalmente fuera de la red del Estado. Estas personas viven en barrios marginales y solo están tratando de sobrevivir, por lo que son los que están en el extremo inferior produciendo una gran cantidad de este oro que termina colocado por estos intermediarios en las ciudades, que son los que ganan dinero exportando este oro.

Se trata de uno de los mejores ejemplos de la lucha entre el primer mundo y el tercer mundo. Estos miles de personan subsisten con cualquier bocado de oro que puedan vender. Mientras en África están los «diamantes de sangre», en estas zonas de Perú se podría hablar del «oro rojo». Hay pobreza, explotación del trabajo infantil, prostitución, contaminación con mercurio y cianuro que se utilizan para separar el oro de la roca y el mineral. Hay grupos de estas sustancias tóxicas y se introducen en la cadena alimentaria como, por ejemplo, a través del pescado de los ríos.

En Perú y Colombia se han realizado muchos esfuerzos para averiguar cómo legalizar a estos mineros ilegales, porque mientras permanezcan en esta zona gris, es muy difícil para ellos acceder a la financiación de los bancos y tecnologías más seguras. Por eso son una presa fácil por su vulnerabilidad a los grupos criminales que los explotan.

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