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Bhagavad Gita: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos»

Javier López Astilleros
Javier López Astilleros
Guionista audiovisual y analista político
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análisis

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La capacidad de amar y de renacer es ilimitada, y la prueba está en la superación de una gran variedad de guerras y armas destructivas que todavía se exhiben como logros en los desfiles militares. Tal es el caso de las armas nucleares. Oppenheimer, director del proyecto Manhattan, halló el modo de crear esa arma total capaz de descomponer el núcleo de la vida. Desde entonces, se han producido más de 2.000 ensayos nucleares y dos explosiones oficiales y directas sobre inocentes, lo que no ha servido de nada: todavía los Estados exhiben estas armas como la cola de un pavo real, aunque las patas estén pringadas de barro.  

Las consecuencias de estas detonaciones son como un cuento totalitario sin moraleja, un punto 0 de ira desprendida sobre la atmósfera, los mares y los desiertos. Es una de las paradojas de las democracias: la creación de un arma definitiva e indiscutible: ¿qué clase de fundamentalismo es este? Una desmembración de núcleos atómicos pesados subvierte el orden armonioso de la naturaleza y de las sociedades.

En Hiroshima (6 de agosto de 1945) y Nagasaki (9 de agosto) fue tal la explosión, que las siluetas de los inocentes quedaron como negativos impregnados sobre las paredes y las escaleras pétreas. El resto, los que no dejaron señal alguna, se disolvieron en la ciudad de sus antepasados ¿sufrieron esos cuerpos y almas algún tipo de agonía? ¿qué se les concedió a los moribundos en las afueras de la ciudad implorando agua?

Hay quienes llevan la señal de la radiación en sus entrañas: son los hibakusha. Algunos fueron descritos en los inicios de la explosión como caimanes que caminan como hormigas: sin boca, sin ojos, sin piel en el cráneo: exhalan un alarido tan irreconocible como sus rostros sin rasgos. Y los que sobreviven buscan sus casas reducidas a líneas bidimensionales marcadas en la tierra como otro negativo, este urbano: tal vez sus familiares se disolvieron en un hongo de cenizas a unos 3.000 grados centígrados: su ascendencia está desaparecida, su descendencia es inviable y su presente es un sello violento completamente interiorizado. ¿Qué clases de criminales cometieron un acto así? Uno de sus protagonistas fue el general Curtis Le May, quien mandó arrasar decenas de ciudades japonesas con sus B-29, construidos especialmente para recorrer miles de kilómetros desde las Marianas. Hasta 67 ciudades fueron quemadas con saña.

Tal y como escribe Malcolm Gladwell en su El clan de los bombarderos, el general Stilwell se regocijaba en Yokohama: “Qué gran momento ver a aquellos bastardos arrogantes, desagradables, con cara de pan, dientes separados y piernas arqueadas y comprobar lo que habíamos hecho con ellos. Muchos soldados recién desmovilizados. La mayoría de los policías nos saludaron. Aquella gente parecía apática. Nos regodeamos en aquella destrucción y llegamos a las 3.00 sintiéndonos bien”.

Décadas más tarde, el imperio desparrama bombas con uranio empobrecido en Irak y Afganistán. El objetivo era reproducir los efectos de una super explosión: los cuerpos se desecan; la sangre brota de ojos y boca, los edificios se funden. Incluso hay dudas sobre el uso de una tercera bomba nuclear de cinco kilotones en Basora (21 de febrero del 1991). Los cánceres, los niños con malformaciones se multiplican desde entonces.

Durante décadas se ha inoculado un terror devoto a una guerra nuclear. Y lo sucedido en estos dos últimos años va en ese sentido: vivimos unas maniobras civiles colosales, una forma encubierta de militarismo por fascículos, solo que disfrazado de amenaza biológica.

¿Estaría el imperio dispuesto a sacrificar una de sus polis para mantener su omnímodo poder 100 años más? Todo ha cambiado. Son muchas las naciones que forman parte del lumpen nuclear, por lo que hay que preparar a los civiles, depositarios últimos de las conquistas y humillaciones de la guerra: ¿Cómo proceder ante un ataque nuclear? La gestión de emergencias de la ciudad de Nueva York (NYC Emergency Management) da tres consejos: entra en un edificio, quédate dentro, permanece conectado y sigue a los medios. Y toma una ducha si te ha alcanzado la lluvia negra y pegajosa tras la detonación.

Pero ¿cómo mantenerse informados mientras la radiación se filtra por las micro fisuras de los vanos domésticos? ¿y si los propios medios y periodistas estuvieran contaminados por esta nube radiactiva también?  Solo quedaría la intuición: los campos de cultivo se llenarían de familias en busca de una precaria seguridad. La vuelta al ager, el culto a la tierra sustituye la incertidumbre de una ciudad bombardeada con neutrones.

Es difícil concebir un mundo así, pero la ficción ayuda. Por ejemplo, se aprende mucho tras el visionado de la serie de Chernóbil (2019). Quedan en la retina aquellos héroes y heroínas de esta planta nuclear terrible, la abnegación de sus trabajadores anónimos, su capacidad para el sacrificio mientras un resplandor de fuego y luz ilumina la central día y noche hasta su completa extinción. La serie es un monumento propagandístico de la incompetencia soviética y del heroísmo de un pueblo, el ruso, escéptico y sacrificado. Y también una advertencia: ¿qué pasaría si los ríos contaminados destruyeran toda vida a su paso, incluidos los acuíferos, sus estuarios, sus industrias y ciudades asociadas? ¿qué hubiera sucedido si llega al Dniéper todo ese material radiactivo procedente de Chernóbil?

¿A qué se debe esa ira? ¿cómo es posible que una sociedad se vuelva a reconstruir? En este pueril deseo de completa seguridad se acepta el consuelo del verdugo, como aquellos maltratadores que piden el abrazo de la víctima tras la humillación.

Desde hace algunos años las autoridades advierten de todo tipo de catástrofes en anuncios que son como cartas de descargo de responsabilidad. Los gobiernos se imaginan como un Hermes transmitiendo órdenes de un poder abstracto auto referencial que no asume sus deberes.

También la Oficina federal alemana de protección civil y ayuda de emergencia (BBK) anuncia los prolegómenos de la próxima catástrofe en los siguientes inviernos. En este anuncio, una anciana sola y helada se trata de abrigar. Suena el timbre en un piso sin electricidad, sin gas natural, sin el contaminante diésel como combustible, y aparecen los vecinos, una pareja. Juntos, el frío se sobrelleva. Los ancianos necesitan de compañía y los vecinos de comprensión y solidaridad ante los tiempos difíciles profetizados. Es preciso volver a la caverna

¿A qué se debe esta auténtica coreografía global de apagones, falta de combustible, racionamiento y amenazas nucleares?

Desde finales del 2019 se realiza un ensayo de guerra mundial. Las pistas son evidentes: el lenguaje militar empleado; las maniobras sobre población civil, el confinamiento de la población sana, estados de alarmas ilegales, nuevas leyes de seguridad nacional, control absoluto de los movimientos, guerra en Ucrania, China, Rusia, conflictos civiles. Sin embargo, el pueblo, como la naturaleza, son extremadamente sabios; la canción del verano sigue sonando; los días 6 y 9 de agosto se conmemorarán sin pena ni gloria. Además, la guerra sucia entre el Imperio y Rusia se estabiliza mientras que la energía nuclear es verde.

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