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Barrios sin banderas

Delfí Roca Roche
Delfí Roca Roche
Ciudadano mediático. Andorrano. Activista social y político. A favor de de las personas, de los animales, de las abejas, de la paz y del planeta. Ha colaborado en asociaciones ecologistas y humanitarias de ámbito nacional y internacional. Fue impulsor y miembro del consejo director del European Mountain Forum. Creador de dos series de TV sobre el mundo de las montañas, (A peu, Muntanyes de Vida). Preside la asociación catalana Muntanyes de Vida para el desarrollo sostenible de las zonas de montaña. Dos veces emprendedor, dos veces defraudado, actualmente trabaja en el ámbito de la comunicación empresarial. Fue candidato por el partido progresista andorrano SDP, donde milita; también lo hace en DIEM25, el primer partido paneuropeo transfronterizo. Ahora escribe, porque la palabra también es acción.
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análisis

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Recorrer España de norte a sur implica comprobar como ondea, omnipresente, su bandera nacional. Se mece al viento, patriótica, en ventanas y balcones, en fincas y en portalones. Quiero pensar que son la reacción analógica de aquellos que, no siendo digitales, su única fuente de información son los medios de persuasión oficiales. Los mismos medios que llaman a defender la patria, alimentando miedos irreales, para así poder desplegar, sin ruborizarse, su enorme cortina de humo informativo. Los medios del “A por ellos!”. Aquellos que abren sus noticiarios con vanas noticias del extranjero.

Atravesar hoy esta nueva España, tan rojigualda, puede desasosegar al viajero. Creyendo visitar un país de paisajes diversos, de costumbres variadas, prodigiosamente rico en lenguas y en culturas, tal vez se pregunte a qué viene tanto símbolo de alineación. Por qué su población cree necesaria tanta afirmación de su identidad. Además, si el viajero es culto, puede preguntarse si la guerra civil acabó de verdad.

A pesar de todo, con algo de suerte podrá descubrir algunas excepciones. Por ejemplo, en la tercera ciudad de Cataluña en población, Terrassa, todavía se puede visitar un barrio sin banderas. No lucen ni las unas ni las otras. Se trata de un barrio humilde, de gente trabajadora, construido en origen con sus propias manos, domingo tras domingo. A causa de la fiebre constructora de los años setenta, en una gran parcela se yerguen torres de pisos. Eso era el progreso, les dijeron.

Hay más barrios sin banderas por el resto de la península. Barrios habitados por personas de pan entrado en harina, de gente de mucho madrugar. Que laboran sin descanso para llenar el plato y procurar que a los suyos no les falte “de na”. Para muchas de ellas, así como para la gran mayoría, los tiempos de soñar se han ido apagando. Ven como se agranda sin mesura la distancia entre los que mucho tienen y los que tienen poco, o casi nada. Saben perfectamente que solo aquel que algo tenga podrá hacer un poco más y mejorar. Pero que aquel que nada tiene, nada podrá hacer ya para progresar.

Mientras tanto, para evitar el estallido social, los poderes políticos y económicos se conjuran para mantener un cierto equilibrio social. Aparentan esforzarse, procurando unos servicios mínimos públicos, en la sanidad y la educación, en una dinámica de una tarifa plana social. Y procurando que hay futbol, mucho futbol, en televisión.

Después de todo, o quizá por ser uno más de los que al oír la palabra patria, se nos dispara instintivamente la mano a la culata, preferiría poder recorrer una España con escudos de fútbol en sus ventanas y balcones, en sus fincas y portalones. O, mejor aún, pudiendo leer más reivindicaciones sociales, recorriendo un paisaje de pancartas desplegadas.

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