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Barcelona, ciudad corrompida

La ciudad, que en tiempos pasados fue una urbe industrial e industriosa que se divertía en cabarets, revistas musicales y teatros de calidad, hoy es un parque temático de Gaudí

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análisis

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Este verano he contemplado con indignación y tristeza el zafio, soez y pornográfico espectáculo en que se ha convertido Barcelona. Aquella que para don Quijote era “archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única,” se ha convertido en una urbe envejecida sin reparación y donde el mar, esa belleza que la distingue, está arrinconado en un extremo de su periferia del que no disfrutan más que los que hasta allí se desplacen, entre las colillas de cigarrillos y basuras que dejan los usuarios, y donde es preciso soportar y sortear las piedras que hieren los pies para entrar en el agua. Porque no está en el ánimo del Ayuntamiento proceder a retirarlas. Allí donde toda mala contestación y grosería tienen su asiento, donde se desprecia, se denigra y se teme a los extranjeros, aunque saquen su beneficio de ellos -considerando al resto de españoles en esta categoría-, donde los pobres se arrebujan y sobreviven en las aceras, los portales y los cajeros de los bancos, tapados con unos harapos, entre orines, moscas y restos de comida, sin que ningún vecino ni ciudadano ni paseante los vea ni se digne darles una limosna a la par que una mirada de compasión, ya que los servicios sociales del Consistorio no cree que deba ocuparse de ellos. Allí donde todas las cobardías caben –vean a la ilustre expresidenta del Parlament, Laura Borrás aplaudiendo a quienes pretendieron reventar el acto de homenaje a las víctimas de los atentados del 17 de agosto de hace cinco años, sin que haya suscitado la repulsa que se merece; donde las ofensas y humillaciones de que se hace víctima a quienes no comulguen con las ruedas de molino de la autodeterminación, la identidad, la independencia y la república catalana,  y aplaudan la eliminación de la lengua castellana del programa educativo, son cotidianas.

Desde el espectáculo sorprendente de la llegada de miles de personas al puerto, que descienden de los monstruosos cruceros turísticos, e inundan las Ramblas con las pandillas de mozos y mozas que por sus atuendos y peinados, sus gritos estentóreos y sus gestos y visajes, los empujones que propinan a los demás viandantes, las latas de bebidas que arrojan al suelo con los restos de comida y los papeles grasientos,   parecen llegar para conquistar y arrasar la ciudad como los antiguos bárbaros, la ciudad se llena hasta el parque Güell de visitantes indeseables, y ansiosamente deseados porque son los que dan de comer a los barceloneses, una vez destruido el tejido industrial que la hizo la más rica de las urbes españolas.

Esas masas de zafios e ignorantes turistas que acuden a la ciudad lo hacen no precisamente para disfrutar de las virtudes que Cervantes la atribuía, sino porque las campañas publicitarias de los sucesivos alcaldes socialistas la han situado en el objetivo de esos viajeros, a partir de las Olimpiadas de 1992, que puso en el ranking internacional a la ciudad, y sobre todo porque es el objetivo de la prostitución, la droga y la pornografía.

Barcelona se ha convertido en el paraíso de los narcotraficantes, camellos, proxenetas, chulos, macarras, “voyeurs”, pedófilos, pederastas, sádicos,  productores de pornografía y de sus consumidores. Antes de recorrer doscientos metros desde el muelle, el Museo del Erotismo en mitad de las Ramblas, ofrece a los desembarcados de esos transatlánticos cruceros una muestra de los placeres que ofrecerá a los varones en sus diversas variantes. No hace falta que los puteros busquen los lugares donde desfogar sus irreprimibles impulsos sexuales, porque allí mismo, los alcahuetes se dirigirán a ellos y les indicarán los balcones donde se pueden ver claramente las actitudes salaces de las mujeres medio desnudas que se ofrecen. También pueden ser muchachos para otras aficiones.

Es la única ciudad de España que ha creado una escuela de prostitución que ofrece clases on line y presenciales para instruir a amas de casa y jovencitas licenciadas en las sofisticadas artes del sexo pagado. Las propias profesoras advierten a las alumnas que deben protegerse de posibles agresiones. Y esta clase enseñanza está financiada por el Ayuntamiento de Barcelona.

Y en la Plaza Cataluña, no ha habido que recorrer medio kilómetro desde el malecón del puerto donde han pisado tierra, los “voyeurs” disfrutarán del espectáculo de unas escenas de pornografía filmadas en plena calle. Una mujer desnuda, a cuatro patas, atada con cinchas de caballo, que sostienen unos hombres vestidos con una somera tanga y una capucha negra, avanzará dificultosamente mientras sus verdugos la azotan, para asombro, sorpresa y divertimento de los peatones que coincidan con tal espectáculo. No sé si alguien se escandaliza.

La alcaldesa, la ilustre Ada Colau, de cuyo meritorio gobierno disfruta la ciudad en su segundo mandato, nos contestó a las militantes del Partido Feminista de España, cuando le escribimos pidiéndole explicaciones de que semejante perversión se exhibiera públicamente sin control ni prohibición alguna, que la libertad de filmar en la vía pública era total, excepto que exigiera alguna clase de interrupción del tráfico.

Gracias a las progresistas ideas de la alcaldesa, la prostitución se ha multiplicado por mil desde los tiempos de mis vivencias en la ciudad hasta hace unos años. Niñas, niños, adolescentes, mujeres jóvenes y menos jóvenes,  embarazadas incluso, se ofrecen, o son ofrecidas por los intermediarios, en todos los establecimientos de hospedaje y restauración, y también en las calles, en los paseos y en los callejones. A ella se acompaña la drogadicción, como compañera inevitable.

La suciedad que avanza en cada estación, convirtiendo en un basurero los barrios de El Raval, Ciutat Vella, Gracia, deja ver una manada ratas en la Plaza Cataluña; la pobreza, el abuso de los emigrantes, el racismo de los vecinos y el abandono de las mujeres. Los sin techo se acogen al abrigo de los soportales de las Ramblas y de la Plaza Real, sin que se sepa que misión tienen los servicios sociales del Consistorio.   

Aquella que fue en tiempos pasados urbe industrial e industriosa, imperio de la fabricación textil de alta calidad que competía con la grandeza inglesa; aquella Barcelona donde la noche se divertía en cabarets que pretendían ser elegantes, revistas musicales y teatros de alta calidad, y discusiones literarias, políticas y filosóficas, que seguían la estela de los maestros franceses, es hoy un parque temático de Gaudí, donde manadas de turistas que jamás oyeron hablar de él y a los que menos importa lo que hizo y lo que fue, hacen colas interminables al sol para poder disfrutar unos minutos de la monumental obra que se deteriora con el mal uso de sus visitantes, gritones, sucios y maleducados, que llenan de latas los edificios adornados de obras de arte. Aconsejo a personas mayores, discapacitadas y niños que no acudan al Parque Güell porque recibirán tantos empujones que les impedirán acceder a los lugares más hermosos.

Los cabarets y teatros se han sustituido por discotecas donde las prostitutas se exhiben sin disimulo, por más que los dueños de los locales lo nieguen, la música atruena y las diferentes sustancias psicotrópicas que destrozarán en poco tiempo las neuronas y el hígado de los consumidores, convirtiéndolos en inútiles para toda labor industriosa, se distribuyen con el conocimiento y el acuerdo de la dirección y los empleados, que para eso cobran su mordida.

De las promesas de Ada Colau, la activista contra la especulación inmobiliaria y a favor de las familias desahuciadas,  para construir miles de viviendas de interés social, no se sabe nada. Las cifras oficiales hablan de cientos de lanzamientos, como en los tiempos pre modernos. Lo que sí ha propiciado la alcaldesa es la instalación de cientos de pisos turísticos, con licencia o sin ella, que ha aumentado astronómicamente el precio de la vivienda, y donde también se han instalado puntos de venta de droga. Los narcopisos de El Raval son bien conocidos no solo por los clientes sino también por los vecinos, desesperados ante la afluencia continua de muchachos macilentos y peligrosos, entre broncas y peleas y las razzias periódicas de la policía.

Espero que en la próxima contienda electoral los y las barcelonesas quieran lo suficiente a su ciudad para elegir otro Consistorio que le devuelva la dignidad perdida.

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