Barahúnda

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Sentados en la mesa de la cocina, frente al televisor, Luis Carlos y su madre Aurelia, sorbían la sopa. Él lo hacía con sumo cuidado aunque no lograba comer en silencio. Ella, ya mayor, acostumbrada a las manías de toda una vida y un poco sorda, ruidosamente. Tanto, que él tuvo que llamar su atención porque no podía escuchar lo que estaba diciendo el tertuliano de turno.

Siempre comían en silencio. Ni un “¿qué tal la mañana?” Ni un “¿Y tú?” Ni tampoco cotilleos sobre los vecinos o sobre las cosas del barrio porque Aurelia no salía de casa y, con su sordera, ya ni escuchaba la radio y él estaba continuamente cabreado con el mundo y siempre lo acababa pagando con su madre. Así que mejor comer en silencio.

Ese día tenía especial interés en lo que se decía en la tertulia de ese programa de televisión. Porque estaban comentando un suceso del que él había sido testigo directo. Hablaba un tipo encorbatado, repeinado, con pinta de trilero vendedor de enciclopedias. Según ponía en un rótulo que le habían colgado bajo su imagen era un catedrático de seguridad vial en la Universidad Juana I de Castilla. Una universidad para niños pera, famosa por sus titulaciones y másteres a cuarenta mil euros curso. Con ese precio se decía que lo importante para estudiar allí no era tener suficiente madera, sino un padre con la cartera llena.

El vendedor de enciclopedias del Reader’s Digest, comentaba en ese momento en la tele que, aunque no se tenían datos del grave accidente que había acabado con un autobús de pasajeros en el Jarama, por la situación del vehículo y las roderas marcadas en la calzada, según su opinión, se trataba de un error humano del conductor. Seguramente se había quedado dormido en una cabezada ligera y cuando había visto que se iba directamente al abismo, pisó el freno bruscamente lo que hizo que el autobús culeara y acabara girando desde atrás adelante y tras romper la valla quitamiedos, precipitarse al río.

¡Pero no es eso lo que ha ocurrido!, le chillaba Luis Carlos a la televisión. Y ellos deberían saberlo porque éramos muchos los testigos, y todos habían coincidido en lo mismo. Un Audi A8 con los cristales tintados, zigzagueaba por la autopista a toda velocidad. Al llegar a la altura del autobús, habían cambiado bruscamente de carril, cerrando el paso del vehículo de pasajeros a cuyo conductor no le quedó otra opción que frenar bruscamente y pegar un volantazo para no chocar con el Audi, con tan mala suerte que entre, giro y giro de volante para intentar estabilizar el bus, había chocado su parte trasera contra el pretil del puente, haciéndolo girar y emprender la marcha recto contra el quitamiedos de la parte interna de la calzada cayendo al río. El Audi ni siquiera se había detenido y cuando llegó la guardia civil, ante la insistencia de los testigos, Luis Carlos les había escuchado decir que los ocupantes eran policías, escoltas de un político que no habían parado porque estaban de servicio.

Sin embargo, ahora la tele decía que se desconocían las causas y el vendedor de enciclopedias aseguraba, con gráficos y todo, una teoría inverosímil. Sobre todo para él que lo había visto desde tres coches detrás y que milagrosamente había salido indemne del accidente.

La madre, cansada ya de que Luis Carlos le llamara de todo al presunto catedrático, que no le escuchaba y cuyos gritos iban a alertar a los vecinos, le espetó de repente:

  • ¡Cállate ya! ¿No ves que el de la tele no te escucha?

Luis Carlos, sorprendido y un poco avergonzado porque su madre llevaba razón, bajando ya la voz, le replicó que lo que estaba diciendo el tipo de la corbata y el pelo “repeinao” era una soberana memez. Que él había sido testigo directo del accidente y que la versión que estaba dando la tele, no se parecía en nada a la realidad, salvo en el resultado final. Un autobús en el río, dos muertos, diez heridos graves y veinte heridos leves. Y encima le van a cargar el muerto al conductor del autobús, volvió a subir el tono Luis Carlos, cuando es uno de los fallecidos, no puede defenderse y no ha sido culpa suya.

Dos días más tarde comentaba Luis Carlos el suceso en el trabajo. Un compañero, le dijo que si ya por fin, él que venía todos los días contando cuentos chinos que había visto en la tele, siempre del mismo personaje político, se había dado cuenta de que la tele es un medio de manipulación que no informa sino que relata las cosas según el interés que tengan en el asunto.

Juan Carlos, en lugar de reconocer que puesto que en el suceso del que había sido testigo era efectivamente así, lo habían edulcorado para no implicar a los policías, le espetó:

  • ¿Y para qué se supone que van a manipular? ¿Cuál es el interés en este caso? También la Sexta y Cuatro, que son canales de izquierda manipulan.
  •  

Su compañero, triste y cansado simplemente le dijo, “¡No hay peor ciego que el que no quiere ver!”, se dio media vuelta y le dejó con el café en la mano.

*****

Barahúnda

 
  
 “Nuestra guerra es espiritual, 
 nuestra gran depresión es nuestra vida. 
 Hemos crecido con la televisión, 
 que nos ha hecho creer que algún día seremos millonarios, 
 dioses del cine o estrellas del rock. 
 Pero nunca seremos millonarios, ni estrellas 
 y eso nos hace estar muy cabreados”
 Tyler Durden, 
 narrador de la novela Fight Club de Chuck Palahniuk 

Se preguntaba el gran Juan Tortosa, el sábado en este artículo de Público, ¿En qué momento se jodió Madrid?

La pregunta no es en qué momento se jodió Madrid, sino en el que se nos jodió España entera. El problema no es la degeneración desde Ruiz Gallardón, hasta Isabel Díaz Ayuso pasando por Aguirre, Ignacio González y Cristina Cifuentes. Porque a Leguina, como dicen los de mi pueblo, también hay que echarle de comer aparte. El problema es la degeneración de España que empezó tolerando las corruptelas de Filesa, los fondos reservados de Roldán, Los Gal, el PER, y ha acabado aplaudiendo las financiaciones ilegales, las cuentas en B, las comisiones ilegales, los cohechos, las cuentas en Suiza, los amaños de elecciones, el desvío de fondos de la lucha antiterrorista, los barriles de petróleo, el Ave a La Meca y un sin fin más de corruptelas y aberraciones políticas que son invisibles para millones de españoles.

Nunca se puede saber el punto de no retorno de un cambio de modelo como el que hemos sufrido, pero sin ninguna duda, hay un punto de inflexión en todo esto del que parten todos los males. Y ese punto de no retorno se llama José María Aznar. El individuo más maléfico, ruin, zafio y despreciable que ha parido este país. Un personaje enjuto, prepotente, ególatra y megalómano que supura odio por todos sus poros. Sin el protagonismo que le dio el ministro franquista fundador del PP y su posterior llegada al gobierno, este país no sería la cochiquera social en la que estamos viviendo.

Todo cambio, para que no sea perceptible, debe de hacerse poco a poco. Y lo que creímos que era un traspaso modélico desde una dictadura de casi cuarenta años a una democracia occidental, en realidad sólo fue un espejismo. Una fachada de cartón piedra con la que disimular los males que durante el franquismo convirtieron a este país en un nido de mafiosos personajes corruptos que vivían y ejercían al margen de la ley. Una pátina de barniz democrático para que por debajo sigan con sus chanchullos y corruptelas dentro de esta pseudo democracia dónde uno de los poderes va por libre y ejerce omnipotente sin control, ni sumisión y dónde los que deberían proteger al ciudadano se dedican a tomar partido político y a mirar para otro lado ante ciertos comportamientos fascistas, o ejerciendo una violencia impune contra la ciudadanía. Dejamos a los asesinos del franquismo sin castigo. Dejamos que nos metieran en la OTAN a la fuerza, mediante un referéndum con una pregunta capciosa y una manipulación televisiva de manual (aun recuerdo aquella burda participación de José María García en el programa de la Milá, en el que contaron que había ido para una entrevista, que luego no salió porque el programa se alargó demasiado pero si le dejaron decir su perorata a favor del OTAN Sí. A la siguiente semana, ni apareció por el programa y eso que se suponía que la entrevista se posponía a una semana después). Dejamos que nos cerraran toda la industria del país para convertirnos en un país de camareros. Mientras algunos se hacían ricos con los fondos reservados, dejamos que nos cercenaran las condiciones laborales hasta convertirnos en trabajadores basura. Dejamos que nos aumentaran los años de cotización para poder jubilarnos y que nos mutilaran derechos adquiridos. Dejamos que nos metieran por los ojos los planes de pensiones privadas. Dejamos que nos impusieran la semana laboral de 7 días, sin horarios, sin condiciones mínimas y con salarios de miseria. Miramos para otro lado ante las denuncias de torturas en Itxaurrondo, porque eran Vascos  “y algo habrían hecho”. Agachamos la cabeza ante el “a por ellos Oé”, porque eran catalanes e independentistas. Y ahora, cuando, como muchos preveíamos, estamos en el grupo de catalanes y vascos, descubrimos de repente que el fascismo no respeta a nadie. Dejamos que actuaran con impunidad en nombre de la democracia. Y sobre todo, dejamos que nos convirtieran en una sociedad infantilizada con individuos egoístas, a los que han convencido de que cualquier capricho o costumbre es un derecho y que no hay deberes a cambio y menos si estos van en consonancia con la protección de los derechos de verdad de los demás.

Nada cambia de la noche a la mañana sin que nos demos cuenta de ello. Si sales desnudo a la calle en un día de diez grados bajo cero, enseguida notas el frío. Pero si crees que vas abrigado, te puede el cansancio y poco a poco reduces la velocidad hasta quedarte sentado, morirás congelado sin que te percates de ello. En eso ha consistido la transición. En convencernos poco a poco de que el franquismo murió con el genocida eunuco en el 75 y que estamos en un régimen distinto. Un régimen con igualdad de oportunidad, justicia social y derechos. Y nos dicen que vivimos en una democracia plena, pero los fascistas campan a sus anchas como en el 75. Se expulsa del ejército a quiénes reclaman democracia o se posicionan en contra de Franco pero se tolera que militares en la reserva comenten la necesidad de fusilar a 26 millones de ciudadanos porque no piensan como ellos. Un crucifijo preside las reuniones del Consejo General del Poder Judicial y en la escuela sigue presente el catecismo. Se sigue encarcelando artistas y sigue habiendo exiliados que viven con tranquilidad en Europa porque los delitos de los que aquí se les acusa, no sólo no se han demostrado, sino que allí consideran que no lo son.

Y para colmo, estamos pagando el trapicheo bancario que provocó un agujero de 90.000 millones que hemos asumido como propio, con nuestros impuestos, mientras los directivos bancarios cobran bonus millonarios y las entidades no han devuelto ni un céntimo de lo recibido. Y ahora viene asumir la quiebra del SAREB, del que, de nuevo, seremos los rescatadores mientras los bancos se quedan con el negocio rentable, sus directivos cobran más bonus, dejan en el paro o lo que es aún peor cobrando de la Seguridad Social a 100.000 empleados bancarios, y a la vez que cargamos con sus hijoputeces, exprimen a los pobres a los que obligan a tener cuenta bancaria dónde recibir subsidios por las que les cobran 400 euros al año de mantenimiento.

Hemos permitido que mientras los políticos cruzaban la puerta de las eléctricas para auto incluirse en los consejos de administración y cobrar salarios indecentes, nos multiplicaran por quince el recibo de la luz, dictaminaran leyes en contra de los consumidores y en favor de las eléctricas que les permiten cobrar el precio del Kw/h al de mayor conste de producción aunque de ese precio sólo se haya producido un kilovatio de un total de dos millones. Y ahora, a partir del 1 de junio nos van a pegar otro hachazo. El Kw/h en hora punta va a subir un 194 % y el de llano un 215 %. Porque al parecer no les es suficiente con 5.000.000.000 de ganancia en 2020 (un 36 % más que en 2019).

A esto, querido Juan hemos llegado porque somos un pueblo de catetos. Un pueblo al que distraen con mensajes de libertad, de niñeras, de chalets, de comunistas con móvil de última generación, de menas, de invasión de migrantes, de ocupaciones de casas cuando vas a la compra, con Venezuelas  endemoniadas, mientras dejamos que nos roben la cartera, la decencia y la vida. A esto hemos llegado porque hacemos más caso a la anécdota de que jetas sindicalistas se dediquen a tomar marisco en grandes comilonas, y no a la lucha de Juan Carlos y sus compañeros de Coca-Cola en lucha o a los de la General Motors en USA. A esto hemos llegado porque seguimos haciendo caso a la puñetera televisión. Unos para creerse a pies juntillas todo lo que allí se dice y a otros, para estar todo el día cabreados despotricando por su manipulación, en lugar de apagar el aparato. A esto hemos llegado sobre todo, porque no estamos dispuestos a perder aquello que no sólo no tenemos sino cuya posibilidad de tenerlo es la misma de la que te toque el gordo de la primitiva. Hasta para eso somos idiotas.

Algunos siguen creyendo que es más importante un trapo de colores y un sentimiento de pertenencia a un estado que poder comer todos los días, poder calentarte en invierno o que tus hijos puedan estudiar en igualdad, aunque no tengan posibles económicos, o que te puedan curar aunque no tengas seguro médico privado.

Spain is still different.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

2 COMENTARIOS

  1. Jesús, casi siempre de acuerdo en todo contigo. Creo, de todas formas, que te ha faltado nombrar también a Felipex González aunque sí detallas algunas de sus fechorías.

    Salud, feminismo, república.
    Y más escuelas laicas
    y, por supuesto, publicas.

    Y a Pablo, si nos lee: Cuídate, y a los tuyos. La honestidad es muy perseguida en esta «superdemocracia»

  2. Jesús, casi siempre de acuerdo en todo contigo. Creo, de todas formas, que te ha faltado nombrar también a Felipex González aunque sí detallas algunas de sus fechorías.

    Salud, feminismo, república.
    Y más escuelas laicas
    y, por supuesto, publicas.

    Y a Pablo, si nos lee: Cuídate, y a los tuyos. La honestidad es muy perseguida en esta «superdemocracia»

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