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Ayuso, teledirigida por Casado, opta por la desobediencia poniendo en peligro la salud pública

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análisis

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Díaz Ayuso ha dejado claro que no piensa acatar las estrictas medidas del Ministerio de Sanidad para controlar la pandemia, iniciando así el camino de la desobediencia civil. Pensábamos que la presidenta madrileña era una discípula aventajada de Donald Trump y resulta que sigue al pie de la letra los manuales de rebelión de Carles Puigdemont y Quim Torra. Curioso. La lideresa se ha convertido en una insumisa, una CDR a la madrileña, y en cualquier momento arenga a sus fieros comandos de “cayetanos” y “borjamaris” y los lanza contra las comisarías y edificios oficiales del Gobierno central. IDA se nos ha echado al monte y cualquier día monta las barricadas en la Castellana o la emprende a pedrada limpia y a cóctel mólotov contra los cajeros y contenedores, u ordena a sus insurrectos de los barrios bien que acampen en la Cibeles, como los independentistas ocuparon en su día la Plaza Urquinaona.   

Pablo Casado ha dado la consigna a su pupila aventajada de que se rebele contra el Estado, aquello del “apreteu, apreteu” que le dice Torra a la muchachada rebelde cuando la España mesetaria y centralista pisotea los derechos históricos de Cataluña. Madrid no tiene privilegios forales ni los tuvo nunca porque Madrid es España y lo demás tierra conquistada, pero IDA se ha obsesionado con defender hasta el último aliento de su vida su paraíso fiscal provinciano y su gran proyecto dumping para reventar las leyes del mercado y liberalizar mucho suelo, que es adonde en realidad pretende llegar la lideresa. Ayuso sueña con un Madrid privatizado, marbellizado y jesusgilizado con un millón de pisos vacíos para hacer negocio y contrabando con los fondos buitre.

Sin duda, Casado ha encontrado en IDA al personaje perfecto en su maquiavélico plan para propagar el caos y el infierno vírico por toda España, a ver si así cae Pedro Sánchez de una vez. La chica es dócil, maleable, sin criterio, una mujer fácilmente influenciable, y si tiene que darle un golpe de Estado al ministro Illa o declararse en abierta insumisión (Madrid contra Madrid en una última paranoia tan delirante como sublime) lo hará encantada y sin rechistar. Ayuso es una marioneta de Casado, un Pinocho muy bien construido y adiestrado que siempre hará lo que le diga el jefe, que para eso la ha puesto ahí. Y si Génova 13 le ordena que desobedezca la ley o que se tire por el barranco de la rebeldía, junto a Aguado −como hicieron Thelma y Louise en aquella película de Ridley Scott−, allá que irá sin pensárselo dos veces. A la presidenta autonómica los ideólogos “trumpistas” del PP la han debido incluir, como cobaya humana, en una especie de Proyecto MK Ultraliberal de control mental, uno de esos experimentos macabros de la CIA, y ya camina perfectamente reprogramada, zombificada, controlada y dispuesta para la desobediencia civil. Esos grandes ojos desnortados, esa fijación por leerlo todo en la chuleta de papel y esa imagen de antigua muñeca pepona comprada en el Rastro de Madrid, sugiere que ya es una autómata del partido, un ser inerte, sin voluntad propia. A Ayuso, Casado le ha dado a tragar una mala escopolamina o burundanga ideológica para convertirla en una trabucaire castiza, una rebelde bandolera de la Serranía Madrileña que ya solo piensa en hacer realidad su Dos de Mayo particular y en resistir a toda costa, hasta el final, contra el afrancesado y masón Sánchez. 

IDA ha llevado la trola libertaria neoliberal contra el comunista bolivariano demasiado lejos y ya no escucha a nadie, ni al prudente alcalde Martínez Almeida, que le advierte de la catástrofe sanitaria que se avecina, ni a su vicepresidente Aguado (que hace horas que no pone un tuit y anda escondido debajo de las piedras) y ni siquiera a su mentora, Espe Aguirre, que a estas alturas ya le habrá aconsejado que se deje la política y vuelva a la cuenta en Twitter del perro Pecas, que la tiene abandonada. Pero IDA no hace caso a nadie. IDA está descreída. Le han dicho que sembrar el país de caos y virus, empezando por Madrid, es una magnífica solución; la han aleccionado en largas sesiones de ultraviolencia anticomunista, como a aquel “drugo” de La naranja mecánica; y la han adoctrinado bien en la técnica de extender el virus por doquier como mejor remedio para controlar la imaginaria epidemia de sanchismo que le han metido en la cabeza.

La presidenta cumplirá fielmente con las órdenes aunque para ello tenga que llevarse por delante unos cuantos viejos de las residencias y unos cuantos obreros contagiados en el Metro. El jefe le ha susurrado al oído la famosa coplilla −“cuando llegues a Madrid, chulona mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés y alfombrarte con claveles la Gran Vía y a bañarte con vinillo de Jerez…”− y ella se ha zampado el cuento entero. IDA, la robotizada IDA, la teledirigida IDA, es un androide en manos de Casado en la apocalíptica Metrópolis madrileña, como ocurría con aquel engendro mecánico de Fritz Lang, y repite automáticamente, una y otra vez con los ojos iluminados en azul eléctrico, que no piensa cerrar Madrid bajo ningún concepto. Lamentablemente, los madrileños están perdidos porque los científicos locos neoliberales del PP le han metido el “chis” a la presidenta, como diría el catedrático murciano aquel, y ya se siente una luchadora por la libertad frente al Estado opresor, una patriota indepe contra la España fascista que le roba las ganancias a Madrid, una nacionalista de Leganitos capaz de todo para cumplir hasta el final las instrucciones del alto mando. Ni la amenaza del 155 hará que cambie de rumbo. Para cuando cumpla con su suicida misión y quede como chatarra política inutilizable, ya le han preparado un exilio dorado en el extranjero, un casoplón en Waterloo, frente con frente a la mansión de Puigdemont. Ese será su final. 

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