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Ayuso es un bluf

La presidenta de Madrid puede decir una cosa y su contraria en el mismo párrafo y sin inmutarse

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análisis

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Según la Real Academia Española de la Lengua, un bluf es toda persona o cosa revestida de un prestigio que posteriormente se revela falto de fundamento. O sea, alguien que practica el engaño, la mentira, el artificio y el montaje. Isabel Díaz Ayuso es un bluf. No solo ha arrastrado a los madrileños a una catástrofe de proporciones babilónicas tras abanderar la peor gestión sanitaria de toda Europa sino que ni siquiera es capaz de sostener durante cinco minutos las cosas que dice. Ayer por la mañana IDA sorprendía a todo el mundo al anunciar que Madrid estaba dispuesta a resistir, incluso a desobedecer si era preciso, para no cumplir con las medidas de restricción propuestas por el ministro Illa. Emergía la heroína cañí; la Agustina de Aragón dispuesta a ponerse detrás de los cañones y la artillería contra el ejército invasor sanchista; la Mariana Pineda preparada para el garrote vil bolchevique, si era necesario, con tal de defender la libertad de sus súbditos amenazada por el absolutismo bolivariano. Sin embargo, a mediodía, apenas un cuarto de hora después, la presidenta aclaraba, rectificaba y reculaba al asegurar que ella “no está en rebeldía” de ninguna manera, qué va, pero quién ha dicho eso, de manera que cumplirá “todas las órdenes” de forma estricta, aunque haya anunciado que llevará a los tribunales las medidas de confinamiento de Pedro Sánchez.

Lo de esta mujer no es serio. Con esta muchacha voluble, cambiante y ligera de ideas uno no sabe a lo que atenerse. IDA es la peor pesadilla para los ciudadanos pero también para los periodistas, que no saben por dónde tirar en las ediciones matutinas. Mientras ella esté en el poder regional, preparar una portada con un mínimo de seguridad y rigor será prácticamente imposible porque lo mismo se declara insumisa como tan pronto acata el ordenamiento jurídico en vigor de forma obediente. Ayuso es la fiera leona por la mañana y la mansa gatita por la noche; la dura antisistema al amanecer y el establishment al crepúsculo; la rebelde e indómita “trumpista” a una hora del día y la chiquilla buena y sumisa un minuto después. Así es la doble personalidad, así el trastorno neurótico de incoherencia de una líder política que ni es líder ni es política. Por eso el lunes firma la tregua con Sánchez, pactando “diálogo y consenso”, y apenas un par de días después vuelve a declararle la guerra a Moncloa, así se rompa España.

Todo el mundo en Villa y Corte sabe a estas alturas de la película que si IDA está en el trono de Madrid es solo porque la colocó Casado a dedazo. El líder popular debió ver en ella algunas cualidades que ahora, en medio del huracán de la pandemia, no aparecen por ningún lado. Ni tiene criterio propio, ni preparación política, ni dotes de mando, ni un fuerte liderazgo. Ayuso era una joven becaria muy pizpireta y simpática que saludaba a todo el mundo, la carpeta contra el pecho, al entrar en la oficina. Llevaba una vida tranquila y feliz gestionando la cuenta en Twitter del perro Pecas y nadie se metía con ella. Pero de buenas a primeras el jefe Casado vio en esa joven discreta a la chica perfecta, la nueva estrella del momento, la actriz ideal para encarnar el papel que se debía interpretar, y la colocó en el centro de los focos. Su misión era precisamente esa: ser ella misma con todas sus excentricidades y locurillas adolescentes; mostrarse tal cual, con sus meteduras de pata, sus declaraciones sonrojantes de bombero torero y sus divertidas comicidades que ni Lina Morgan. Y la táctica del despiste ha funcionado a la perfección. Mientras Ayuso actúa los fondos buitre siguen llevándoselo crudo; mientras Ayuso suelta alguna de las suyas sobre lo hermosa que es la boina de contaminación madrileña o sobre las pizzas de los niños “jartos” de la dieta de siempre no se habla de la Gürtel, de la Kitchen, de las cloacas del Estado ni de Villarejo. IDA es la muchacha perfecta para el trabajo requerido. Sus vaporosos modelitos de seda son la cortina de humo ideal.

Y en ello está: ahora dice esto, ahora dice lo otro; ahora afirma una cosa y acto seguido su contraria. Ya ha vuelto locos a los madrileños y terminará enloqueciendo al país entero, que mira atónito el desmadre epidemiológico de Madrid. “Esta comunidad no está en rebeldía, este Gobierno no está en rebeldía y cumplirá todas las órdenes de manera estricta porque no somos como sus socios independentistas”, sentencia hoy (mañana será otro día y tocará otra actuación estelar en otro tipo de registro). Y entre bandazos y digosdiegos, su discurso es un revoltijo de ideas sin demasiado fuste dirigido a confundir e intoxicar a la opinión pública, un totum revolutum donde cabe todo: la falacia de que con ella los madrileños no pagarán impuestos; la delirante conspiración comunista contra Madrid que solo está en su juvenil imaginación; las corridas de toros mientras arrecian los contagios; la fe en los capellanes más que en los médicos; y en general toda esa filosofía del apartheid supremacista que lleva dentro de sí misma y que le permite, sin remordimientos, confinar los barrios obreros como guetos mientras los ricos siguen abiertos con normalidad. Sin duda, el personaje de Ayuso representa a carta cabal los tiempos líquidos y de posverdad que nos ha tocado vivir. Cualquier día Trump la llama para una entrevista en la Fox.

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