Shangay Lily en el Teatro del Mercado en Zaragoza.

El humor es una forma de tomarse la vida y un mecanismo de defensa para que no se nos haga tan gravosa, un antídoto que nos permite continuar. El humor revela mucho de cómo pensamos, sentimos y nos relacionamos con los demás.

Para Shangay, desde luego, lo era. 

Hace falta tener una visión reivindicativa muy lúdica para plantarte en la Plaza Mayor de Salamanca con una escalera como de atrezzo a la que encaramarse para escupir en un medallón de Franco o para ir enturbantada a una rueda de prensa del PP a llamarles homófobos en plena cara a Maricomplejines Rajoy o para aprovechar que por fin te llaman de Telemadrid para romper una foto de Esperanza Aguirre en directo en el programa de Cristina Tárrega o, mi favorita, para enfrentarte con los peregrinos que invadieron Madrid y nos asfixiaron durante la visita del papa reivindicando a grito pelado en mitad de la Puerta del Sol tu derecho a ser ateo en un estado aconfesional.

Hace falta inteligencia y un gran bagaje cultural para seguir en el candelero, mantener un blog influyente, publicar libros hipercríticos como “Adiós, Chueca” que el mundo entero debería saber todo lo que pusiste en él, escribir y protagonizar aparentemente frivolonas obras de teatro, dirigir en televisión un programa ameno de literatura (en Onda6 del grupo Vocento, ¡eso sí que tenía guasa: la Shangay trabajando para el grupo del ABC!) y, mi favorita, dirigir una peli saltándote el eje

Hacen falta creencias fervientes, sólida conciencia social y toneladas de dignidad para reinventarte, abrazar las causas más intolerables y, vehementemente, ir a contracorriente de lo que se espera de uno.

Pero sobre todo hace falta mucho cariño y un gran sentido de la amistad para hacernos reír hasta no poder más incluso cuando nos tocaba ser el blanco de tus chanzas. Que se lo digan a Inma y a Olga. O a Miki y a Abraham. O a Antonio. O a mí que, como antídoto, tanto y tanto nos hemos reído juntos de nosotros mismos.

 

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