Ava Gardner, una mujer incómoda para Franco

La policía del dictador siguió los pasos de la diva por sus opiniones políticas consideradas peligrosas para el régimen

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Ava Gardner aplaude a Lola Flores durante la celebración del bautizo de su hijo en 1961.

Una exclusiva de la Cadena Ser viene a contarnos que Ava Gardner no solo fue “el animal más bello del mundo” sino también una amenaza constante para el franquismo. Un argumento que alimenta todavía más la leyenda de la gran diva de Hollywood, no solo en su dimensión artística descomunal, sino también en su faceta personal.

Los historiadores que han estudiado al mito han reconstruido sus pasos desde que en 1955 decidiera fijar su residencia de forma habitual en España, pero nos faltaba esta pieza esencial en la biografía de una mujer que jamás se conformó con ser un sex symbol y un hermoso engranaje dentro de la aplastante maquinaria del Star system sino que quiso vivir libremente, sin ataduras, rebelándose contra la industria, contra el poder macho y contra el plasta Sinatra, que la seguía a todas partes y se reconcomía de celos cada vez que Luis Miguel Domínguez le brindaba un toro a la actriz en medio de la plaza.

Ava llegó a España buscando refugio y sosiego espiritual al sentir que no encajaba en la vida loca hollywoodiense y aquí, en el anonimato de la España gris de posguerra, encontró un balneario ideal para escapar de los escándalos, de la prensa, de la dictadura que impone la fama. Fue así como en 1954 compró una casa en La Moraleja, a las afueras de Madrid. Años después se mudaría definitivamente a la capital, donde fue vecina del general Perón, expresidente de Argentina, quien acostumbraba a denunciarla a la policía por el alboroto que provocaban sus sonadas fiestas.

Fue en aquellos años cuando Ava destapó la condesa descalza que llevaba dentro, es decir, esa mujer de carácter fuerte que se bebía la vida, andaba con los hombres y mujeres que le daba la gana y no se sometía a ningún poder jerárquico superior más que el que le dictaba su instintivo corazón. Las juergas y borracheras en las que siempre acababa perdiendo algún pendiente o pulsera de oro; los amoríos con toreros y bailaores; y la presión de la España pacata de la época no impidieron que siguiera rodando éxitos menores en su filmografía (algunos de ellos con temática española). Para entonces el régimen franquista ya había puesto su diana en la estrella universal, una persecución que seguiría de forma implacable hasta que la actriz abandonó nuestro país en 1968.

Ava Gardner y la policía de Franco

¿Pero por qué la diosa se acabó convirtiendo en un problema para Franco, según se detalla en los archivos policiales que ahora publica la Cadena Ser? Para empezar, una mujer libre como ella no se callaba ni debajo del agua. Decía lo que se le antojaba, cuando quería y donde quería, ya fuese en un acto público o en un fiestón en la Moraleja rodeada de martinis y chulazos en bañador. Y ningún dictadorzuelo trasnochado de tres al cuarto iba a decirle a la diosa que mantuviera el pico cerrado y se dedicara a lo suyo, a poner su cuerpo serrano y su rostro bellísimo al servicio de los magnates de los grandes estudios. Por eso el régimen decidió seguirla de cerca. Era peligrosa, incómoda, letal para el franquismo. Y un problema para la jerarquía nacionalcatolicista imperante, que se horrorizaba al escuchar las cosas que decía Ava, como aquello de “joder es un buen deporte” o en Sinatra “hay 7 kilos de hombre y 43 de pene”.  

Desde su llegada a la piel de toro, a la diva empezaron a ocurrirle sucesos extraños

Así que la dictadura la sometió a vigilancia. Le siguió los pasos por los hoteles, bares y tablaos nocturnos de Madrid. La marcó estrechamente, día y noche, cuando estaba serena o cuando se descocaba por bulerías en Chicote. Según la Ser, consta una nota del Servicio de Información de la Dirección General de Seguridad bajo el epígrafe Actuación de la artista cinematográfica Ava Gardner enviada al ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias-Salgado, en la que se recogen extractos de una entrevista tras el rodaje de la película El ángel vestido de rojo y donde queda claro que Ava se había convertido en una preocupación para el gobierno de la dictadura. La película, dice el expediente, está ambientada en “nuestra Guerra de Liberación, por si a juicio de ese ministerio y como consecuencia de tal actuación se estimara la conveniencia de adoptar disposiciones restrictivas para la entrada en España de la referida artista”. Si tenemos en cuenta que la cinta trata sobre la relación de un sacerdote con una prostituta durante la Guerra Civil Española entenderemos fácilmente por qué saltaron las alarmas en El Pardo.

En realidad, no sabemos si Ava amaba España –esa España violenta, rural y caprichosa que la ponía cachonda–, o solo era un divertimento más, un parque de atracciones para sus aventuras sexuales. Quienes la conocían dicen que no sabía juntar cuatro palabras en castellano y mucho menos cuando le daba a la botella. En cualquier caso, desde su llegada a la piel de toro, a la diva empezaron a ocurrirle sucesos extraños. Para empezar alguien le robó su magnífico Ferrari de color negro tapizado en beige claro valorado en siete millones de pesetas cuando el vehículo se encontraba flamantemente aparcado a las puertas del Club de Tenis Puerta de Hierro. No fue el único coche de lujo que le sustrajeron.

También sufrió un extraño accidente en la autopista de Barajas. Al parecer su Mercedes se salió de la carretera y dio dos vueltas de campana y aunque el atestado es ciertamente irregular, ya que no consta la hora del siniestro, es cierto que la actriz conducía en condiciones etílicas algo sospechosas. Hasta su secretario personal fue objeto de una investigación exhaustiva, quizá para averiguar su filiación política y si era en realidad un infiltrado comunista al servicio de la Mata Hari actriz.

Hoy Ava Gardner sigue siendo un gran misterio. Siempre quedará como la mujer que pese a haber reinado en el Olimpo de los dioses no encontró la felicidad plena y completa. Llegó a España buscando un remanso de paz junto a la playa y un whisky y se encontró con la Gestapo de Franco, que no la dejaba en paz. “La fama y el dinero no dan la felicidad. Si no tienes un hogar feliz no significan nada”, dijo alguna vez. “No importa los esfuerzos que hago por autodestruirme, me las arreglo para sobrevivir”, imploró en otra ocasión. Ahora sabemos que no solo tenía genes de lozana campesina que la mantenían siempre bella, fuerte y saludable. También llevaba una rojaza dentro de sí. Otro motivo más para amarla.

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