Como en la ya ejemplar película de Bill Murray, El Día de la Marmota, me siento reviviendo una y otra vez los mismos acontecimientos, repitiendo las mismas palabras, atrapada en este tiempo que ya se prolonga 30 o 40 años. Y no me refiero a la insoportable repetición de los debates de investidura, ni a las intervenciones de los candidatos, ni a los reproches, los gestos, las acusaciones y las promesas de los parlamentarios. Sino a mí misma, escribiendo el mismo artículo una y otra vez, uno y otro año, una y otra década.

Esa tarde de repetición de investidura, vuelvo a constatar que ninguno de los ilustres diputados y diputadas que dicen que nos representan ha hecho mención alguna de las mujeres asesinadas, violadas, desaparecidas, agredidas, que este año llegan a cifras escandalosas; que no les importan las marginaciones que sufrimos, las diferencias salariales, laborales, culturales, que sitúan a la mujer como la clase más explotada y oprimida.

Según las cifras oficiales la renta nacional se divide en el 82% para los hombres y el 18% para las mujeres. Estas ganan un 30% menos que los varones para el mismo puesto de trabajo, y el trabajo a tiempo parcial y los contratos eventuales son mayoritariamente femeninos. Las madres de niños pequeños están penalizadas para mantener su puesto de trabajo por la carencia de jardines de infancia, de ayudas a la natalidad, de subsidios a la maternidad, de permisos parentales. Y las viudas perciben el 52% del salario asegurado del marido. Dos millones de viudas cobran de media 350 euros de pensión. Y las jubiladas tienen pensiones 38% más bajas que los hombres.

Estas son las cifras que esbozan el mapa de la opresión femenina en España. Pero son muchos más los tintes sombríos de la realidad. El machismo domina la cultura de nuestro país. Desde la escuela, la enseñanza media, la Universidad, los medios de comunicación, la publicidad, los discursos políticos y sociales, la conducta cotidiana de los hombres en la familia, en la calle, en el bar, en el metro, en el trabajo. Ante la complacencia de políticos e intelectuales que ríen las gracias de acosadores sexuales y violadores.

Este es el discurso, ampliado, que habría deseado oír en el Parlamento estos días. Pero era imposible porque las formaciones políticas han impedido que hubiera diputadas y diputados feministas, y de haberlos desde luego no han subido al estrado. Con un lenguaje siempre masculinizado, excepto cuando alguno nos ha hecho el favor de repetir trabajadoras y españolas, el relato de las desgracias de nuestro pueblo no distinguía ninguna de las especifidades femeninas. Constatar que somos el 52% de la población, que tenemos la ardua e imprescindible tarea de traer a todos los seres humanos al mundo, y de criarlos y socializarlos, solamente lo hace el Movimiento Feminista desde hace cuarenta años, en esta última etapa. Y queda circunscrito a lo que se considera el gueto femenino.

La segregación entre hombres y mujeres es evidente. A las asambleas, reuniones y convocatorias del feminismo apenas acuden hombres, los temas del feminismo han quedado en una especialidad de las tozudas activistas. Los políticos hablan de cosas serias: los presupuestos del Estado, las órdenes de la Unión Europea, los subsidios sociales, los gastos militares, la OTAN, el TTIP y alguna vez hasta mencionan la República. Pero referirse a en qué medida todos estos temas trascendentales son determinantes de la vida de las mujeres, solamente lo hacemos las militantes del Partido Feminista. Y esos señores que dominan el panorama político español, aún los de izquierdas, no nos quieren. ¡Sería tan pesado tener que escuchar los discursos feministas!

Mientras tanto siguen sin ponerse de acuerdo en que mal gobierno nos va a regir. Recuerdo el cónclave papal que aconteció entre el 29 de noviembre de 1268 y el 1 de septiembre de 1271, en Viterbo, tras la muerte del Papa Clemente IV, y que fue el más largo en la historia de la Iglesia Católica. Duró 34 meses. Debido a la lucha política interna entre los cardenales. La elección de Teobaldo Visconti como el Papa Gregorio X fue el primer ejemplo de una elección papal por «compromiso«. La elección se llevó a cabo por un comité de seis cardenales acordado por los otros diez restantes. Se consiguió la elección cuando los habitantes de la ciudad, hastiados de tener que dar de comer y beber a los mangantes de los cardenales, que llevaban casi tres años reunidos, los encerraron, les redujeron las raciones de pan y agua y quitaron el techo del Palacio Papal de Viterbo. Cuando comenzó a nevar los cardenales decidieron escoger Papa de una vez.

¿Qué les parece si les damos una medicina igual a nuestros diputados? Encerrados en el Parlamento, sin comer ni beber. Sería una pena tener que destruir el tejado del veterano edificio, pero sí se les cortarían la refrigeración y la calefacción. Por supuesto no cobrarían los sueldos de estos meses, que tan mal se han ganado.

Si esta acción la protagonizáramos las mujeres, quizá, entonces, las ilustres señorías procederían rápidamente a legislar modificando la Ley de Violencia y el Código Penal para proteger a las víctimas de la violencia machista, a subir los salarios y las pensiones y las categorías profesionales. Y hasta dispondrían que los maridos fregasen y cocinasen.

Estoy segura de que es una buena idea, ofrecida por los sufridos habitantes de Viterbo, pero me temo que no habrá valientes que la pongan en práctica.

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