Fue hace unos días, aunque no importa la fecha exacta para recordarlo, porque su estala sigue indemne, como escrita con rotulador de esos permanentes, de los que ni con alcohol puedes quitarte los restos de las manos.

Se cumplieron 10 años, y parece que sigue vigente, que sus gritos y alharacas permanecen majestuosas, anquilosadas en un pasado que aun sigue tan presente que asusta lo atemporal que era aquel hombre, porque de ser algo, como decía Dalí, solo podría ser moderno, porque de eso seguro, no podría librarse.

En Youtube, ese arquetipo del mundo contemporáneo, aún se encuentran algunas de sus hazañas, en especial aquella en la que conminaba a la periodista punk por antonomasia, a hablar de su libro. Están al lado de otros coetáneos suyos, como el “Váyase usted a la mierda” de Fernando Fernán Gómez o aquellos en los que Camilo José Cela invitaba a demostrar sus capacidades de absorción anal, o aquel en el que corto ni perezoso, jugueteaba con una reportera al borde de una piscina –como era de esperar ella acabo en el agua-.

Es una década, pero sigue siendo poco, o tal vez mucho, porque nadie es consciente de que las columnas ya no regresaran, de que sus libros ya no volverán a caérsele de los brazos, año tras año, como las hojas de otoño. Ya no, y aunque siga muy presente, muchos se preguntaran que porqué todavía seguimos recordando a aquel malhumorado, del que su nombre real ni siquiera se sabía.

Su grandeza, a pesar de literaria, la dejó cincelada en el recuerdo y en las formas. En el arte de pasear el fular, el pelo canoso hacía atrás, y en esa pose de dandi desinteresado. Era el fiel retrato de eso que dijo uno de sus más fieles discípulos, Manuel Jabois: “Yo pienso que ser escritor no tiene nada que ver con escribir, sino con abrir el paquete de tus libros, verlos en un escaparate, comprar cocaína, ir a las universidades a acostarse con chicas y responder con cara de aburrimiento a los periodistas.” Y aunque creamos que por fidedigno se podría acercar a su ser, no tiene porqué arrimarse a la verdad, porque detrás de todo ese estereotipo, había un hombre enamorado de las letras, uno que tuvo que reinventarse para sentirse libre y satisfacer esa absurda necesidad, que se sacia comiendo.

Umbral, Don Francisco, Paco, son las caras de un mismo personaje que se maquiló, se remodeló y convirtió alejandrinos en novelas. Francisco Umbral fue genio y figura, y muchos lo seguirán imitando, aunque ya nadie pueda sentarse con su estilo en una silla de la Joy Eslava, aunque alguien pueda hacernos creer que teclear se hace en la vida lumpen, aunque ya ningún desvergonzado nos tratará de decir que sus palabras están viejas, porque sus reflexiones aunque duelan, siguen estando muy vivas.

1 COMENTARIO

  1. En fin, yo he leído la mayor parte de los libros de Umbral (muchos artículos de periódico también); aportó lo suyo ante tantísima corrupción, cobardía, falsedad, ignorancia, imbecilidad, analfabetismo, etc., etc., aunque (evidentemente) es esto lo que pervive aún.

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