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Ardón, el último rey de los Visigodos

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análisis

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A principios del siglo VIII en la anterior provincia romana de Hispania se asentaba un reino cuya historia se remontaba, con cambios y matices, desde como mínimo dos siglos antes, el reino de los visigodos. Este reino, heredero directo de la civilización romana en casi todo, lengua religión e instituciones, abarcaba en ese momento la casi totalidad de la Península Ibérica (con la excepción de algunas zonas norteñas más o menos leales dependiendo del momento) y también la zona de la Septimania en la antigua Galia, que es la zona aproximadamente del Mediodía francés, con ciudades como Carcasona o Narbona. Si bien este reino se podría considerar como un estado consolidado en aquel momento para los estándares de la época, la Alta Edad Media y los llamados «siglos oscuros», lo cierto es que políticamente era muy vulnerable, se regía por u régimen de monarquía electiva y debía hacer frente a sublevaciones, intrigas, asesinatos regios e incidencias de todo tipo por doquier.

Por lo tanto, decir que el reino godo era débil no es correcto si tenemos en cuenta la realidad europea de la época y lo comparamos con los reinos merovingios de la Galia o con los Lombardos en Italia, hablamos de la Alta Edad Media. Desde siempre, desde la historiografía internacional, se ha considerado al fin del Imperio Romano de Occidente en el 476 como el momento del inicio de la Edad Media, mientras que la historiografía nacional pospone tal momento hasta el 711, momento de la invasión musulmana de la Península Ibérica; actualmente gana fuerza la idea de que el mundo antiguo no pasó directamente al medieval en 476, sino que derivó hacia un mundo tardoantiguo en el que, más o menos, se siguió con las cosas igual que hasta el momento, relaciones comerciales, cultura, legislación, etc. Un mundo de la antigüedad tardía que terminó de manera abrupta con la aparición de un poder novedoso que lo trastocó todo en un siglo entre los siglos VII y VIII, el Islam y la posterior expansión musulmana por Egipto, el norte de África e Hispania.

Por lo tanto, si no hubiera aparecido este contrapoder inesperado, seguramente la transición al medievo hubiera ido de otro modo, pero la aparición de esta nueva potencia victoriosa envió al traste a todo lo establecido hasta la fecha, rutas comerciales incluidas, y obligó a Europa a cerrarse en sí misma. En ese momento, a principios del siglo VIII, nos encontramos con que el reino godo de Hispania (o, como ellos mismos decían, de Spania), no era aquel reino decadente que se nos ha explicado, sino que era una realidad política acorde a su época y, como tal, no estaba exento de luchas intestinas entre distintas facciones. En aquel orden de cosas aparece la figura de Rodrigo, tradicionalmente considerado como el último rey visigodo y cuasi encumbrado a los altares por ciertas figuras y estudiosos, sobre todo, a partir del siglo XIX; ¿quién fue Rodrigo? por lo que se sabe, quizá fuera el Duque de la Bética que accedió al trono por elección en 710 aunque tuvo que hacer frente a una gran oposición desde el principio, cosa que hace dudar a bastantes historiadores sobre si realmente se le podría considerar como a un rey legítimo a como a un aspirante a la corona o, directamente, como a un usurpador. Lo que se sabe a ciencia cierta es que en 711 Rodrigo fue derrotado y muerto por los musulmanes de Tariq en una batalla campal en la que se le sublevaron las dos alas de su ejército, comandadas por los líderes de la facción rival, propiciando una victoria aplastante de los invasores y la consecuente pérdida del reino.

Muchos hemos leído alguna vez la historia del último rey godo, el rey Don Rodrigo, de cómo fue traicionado, vencido y muerto en la Batalla de la Janda (o Guadalete) y cómo la Península Ibérica fue invadida casi totalmente por los invasores árabes y bereberes poco después; esta historia ha sido repetida hasta la saciedad en innombrables libros de texto y repetida en el sistema educativo hasta calar de manera profunda en el imaginario colectivo, y es que lo tiene todo, épica, traición y muerte en batalla. Ahora bien, resulta que las últimas investigaciones relatan que en la época de Rodrigo no había un único rey godo en Spania, sino dos, ya que la Tarraconense y la Septimania, según parece por las evidencias halladas, estaban gobernadas por otro rey, Agila II, un rey que falleció en 713 y que fue sucedido, según parece, por Ardón, rey que gobernaría un reino visigodo cada vez más exiguo hasta su fallecimiento en combate, seguramente defendiendo Narbona, en 721.

Por lo tanto, tenemos por un lado una figura que se convierte en legendaria, Rodrigo, cuyo reinado duró un escaso año y del que no se sabe de iniciativa legislativa o de gobierno alguna y que fue derrotado en una batalla campal debido a la traición de los suyos y, por el otro, tenemos a un rey, Ardón, al que le tocó luchar por defender lo que iba quedando de su reino durante unos ocho años y del que no se sabe nada excepto las fechas. Si comparamos los ocho teóricos años del reinado de Ardón con la duración del reinado de otros reyes godos, veremos que la duración de su reinado, de haberse producido, sería superior en duración al de algunos reyes godos «consolidados», y ello, teniendo en cuenta que muchos reyes eran depuestos o asesinados, nos podría indicar que fue un líder capaz y que supo resistir durante ocho años a una invasión a todas luces imparable, y ocho años es tiempo, sea en el siglo VIII o en el XXI.

Desgraciadamente, no sabemos nada sobre Ardón, no sabemos qué hizo aparte de defender un territorio cada vez más pequeño, ni tampoco sabemos cómo murió, aunque se pueda suponer que no fuera de manera plácida. Y ello me induce a hacer una reflexión, si una figura como Rodrigo, con los componentes que antes he relatado, ha sido casi glorificada por una historiografía romántica e interesada y otra figura como Ardón, que debería tener su parte del pastel en este relato, ha sido casi totalmente olvidada, ¿qué parte de la Historia que se nos cuenta y referida a épocas diversas será realmente cierta? o, yendo un poco más allá, si lo valoramos en atención a la tarea desarrollada por una u otra figura, ¿quién se merecería más el calificativo de último rey de los visigodos, Rodrigo o Ardón?

Permitidme que por esta vez haya cambiado la temática de mi artículo, pero es que la dicotomía entre Rodrigo y Ardón también se puede llevar a otros órdenes de la vida, ya que desgraciadamente no siempre quien más hace acaba consiguiendo el reconocimiento a todas luces merecido y tendemos a glorificar figuras y situaciones quienes quizá no lo merezcan por lo que, a veces, hay héroes anónimos que realizan el trabajo sucio y son simplemente olvidados. Así es la vida y así lo era también en el siglo VIII.

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