Wild West

Bajo un cielo azul y un horizonte rojizo, McCloud divisaba la vasta llanura inabarcable a su posición. El suelo rojo, como las gentes que habitaban, años ha, aquellos inmensos campos semidesérticos. El espacio, plano, del que sólo sobresalen tres promontorios mesetarios, vestigios del antiguo paisaje horadado por el agua y el viento. Atado de pies y manos a un poste clavado en un minúsculo montículo, McCloud divisa un camino, que serpentea entre los promontorios y que se pierde en el espacio, por el que hace cuatro años llegó a aquel poblacho dónde desde el Río San José hasta el aire que respiran en el campo, es controlado por los Morgan y en el que, el jefe del clan, Wyatt, decide sobre la vida de las personas como quién decide cortarse el pelo en la barbería de John o tomarse un whisky en el saloon de Pat. McCloud repasa su vida presintiendo que le queda poco para abandonar este mundo. Observando que los buitres ya rodean el poste en el que permanece atado de pies y manos y que pronto empezarán por dejarle ciego, no quiere desaprovechar el momento para empaparse de esa inmensidad que tanto le atrajo, por la que quiso vivir y por la que, si algún viajero perdido no lo remedia, acabará muriendo.

No ha sido juzgado, por eso no está en la horca. No ha sido detenido, por eso no está en los calabozos del Sheriff. No ha sido acusado de ningún delito. En Shonto, dónde el comisario es uno de los Morgan y el Juez hermano del comisario, no hay delitos. Quién osa inmiscuirse en los asuntos de los Morgan es comprado y si el precio es elevado, abandonado, sin agua y sin caballo, en territorio Navajo. Si el sol no lo mata, los indios les hacen el trabajo sucio. Si los indios, que son los más civilizados del lugar, no tienen cuentas pendientes y el inerme logra sobrevivir, no volverá a importunar a Wyatt y su clan. Con McCloud han hecho una excepción. No sólo no tiene cuentas pendientes con los Navajos, sino que le darían refugio. De ahí que, para una mayor seguridad, le han dejado atado e inmovilizado en un viejo poste. El sol del mes de Julio será su faca y los buitres, los carniceros que lo acabarán despellejando.

McCloud sigue observando los promontorios. Cada vez hay más aves negras rondando las mesetas. Mira el horizonte, dónde el aire cálido cercano al mediodía confunde al viajero, mostrándole un lago inexistente. Él es consciente de que es un espejismo. Igual que su situación. ¿Qué delito u ofensa había cometido? No recordaba haberse enfrentado jamás a los Morgan. No era un cuatrero. No era ganadero como Emerson que se empeñó en que sus ovejas tuvieran paso a un río rodeado de cercas y que Wyatt y los suyos consideran de su propiedad. No era pistolero. Sólo era un médico de pueblo. Alguien que no negaba sus servicios a hombre, mujer o vaca. Tal vez era eso lo que le había llevado al poste. O tal vez el whisky de la partida de póker que se empeñó en reclamar los derechos de los indios a una tierra en la que llevaban siglos establecidos. O quizá la mujer que amaba y a la que el hermano pequeño de los Morgan consideraba como suya. Quizá no hubiera razón y el clan de Wyatt simplemente se estuvieran divirtiendo.

La boca, ya seca como la estopa. El sol, impregnando su cabeza. Empieza a ver un ángel y un arcángel revoloteando en su entorno. Son los últimos momentos de conciencia de McCloud y sabe que está abandonando para siempre Arizona. Sueña que va acostado en una carreta y que una bella muchacha le moja los labios con una jícara. Cierra los ojos…


 

Arbitrariedad, incapacidad y Parcialidad

Estamos soliviantados ante las últimas resoluciones judiciales que esculpan a la hermana del Rey, a la que el machismo más rancio le ha servido de eximente con los “no me consta”, “no recuerdo” o “no sé”. Igualmente, nos enfada mucho, las livianas condenas a su marido por delito continuado de prevaricación en concurso, falsedad en documento público y malversación de caudales públicos, fraude a la Administración Pública, tráfico de influencias y dos delitos contra la Hacienda Pública y de su socio al que, además de la condena por los mismos delitos que el yernísimo y cuñadísimo, se le añade el delito de blanqueo y dos años más de cárcel.

Igualmente y casi en la misma fecha conocíamos la sentencia de las Tarjetas Black. Seis años al amigo de Aznar, Blesa y cuatro años y medio para el que iba a ser el sucesor del Insufrible que nos llevó a la Guerra de Irak, Rodrigo Rato. Llama la atención que sustraer casi medio millón de euros tenga la misma pena que comprar artículos por 79,20 € con una tarjeta que Alejandro Fernández no sabía que era falsa.

Nos están intentando convencer de que hay una justicia para ricos y otra para pobres. Y no. No es verdad. No hay un Código Civil o un Código Penal para ricos y otro para pobres. Aunque la reforma de 2015 intenta que la interpretación sea la madre de la ciencia. Pero los jueces son personas. Personas con sus ideologías, sus miserias, sus deudas, sus andanzas, sus aspiraciones,… Y esas “miserias” influyen claramente en la confección de sentencias. Además, lo que sí que hay son abogados que tienen muchos amigos y a los que les deben favores y abogados a lo que no les conocen ni en su casa. Y también jueces que deben favores, lo que sin duda condiciona su trabajo, y otros a los que su talante les impide ser más o menos imparciales. También los hay, al parecer los menos, que intentan aplicar la ley conforme al principio de equidad, de discriminación positiva y sentido común y de aplicar circunstancias atenuantes de la propia vida, como ese juez que en Granada ha dictaminado que robar seis filetes para alimentar a unos hijos no es delito porque no se puede condenar a nadie en situación perentoria de precariedad que sólo quiere evitar la inanición de los suyos. Las presiones a sus señorías son muchas. Desde quiénes deberían garantizar su independencia y acaban echándolos de la carrera judicial, como a Garzón o a Elpidio Silva, hasta los que les invitan a peligrosas fiestas que acaban en situaciones inconfesables que sirven después para sutiles advertencias y control de la brida.

La justicia, o mejor dicho, la injusticia, no es nada más que otro de los indicios de la regresión de este país. Una de las evidencias de que estamos yendo a marchas forzadas hacia un nuevo medievo, dónde las personas importan bastante menos que cualquier bien material. He aquí unas muestras de indignantes acusaciones llevadas a los tribunales: Piden dos años de prisión por un brindis por los familiares de presos de ETA ; La Audiencia Nacional juzga siete casos por delitos de Twitter; La policía denuncia a un ciudadano por dirigirse a ellos en Valenciano ; Tres años y seis meses por un Rap contra los BorbonesUn año de Cárcel para Cesar Strawberry Abogados católicos denuncian ante la fiscalía al transexual que ganó el concurso de Carnaval de Las Palmas – ¿Qué tienen en común todos estos casos? Que los “acusados” muestran su disconformidad con este sistema.

Leía hace un tiempo que, en USA desde que se privatizaron las cárceles, la población reclusa aumentó en 30 años, en un 500% y que la población negra, que apenas supone un 13% de la población, llega a abarcar al 33% de los presidiarios. Hay que llenar las cárceles para el negocio y como se ve, parece que el estatus social y la pobreza tienen más que ver con las condenas, que la propia justicia.

Explica Rubén Juste en su libro “IBEX 35, Una historia herética del poder en España como hay un estado opaco detrás del Estado (o junto a) que conocemos del que salen todas las decisiones que nos han llevado a la situación calamitosa actual. Cómo la élite agrupada ahora en el Ibex 35, usó la transición como puerta giratoria para volver a adecuar el sistema hacia sus intereses. Bancos y empresas públicas fueron privatizadas, para caer en manos de las familias franquistas. Mientras a la población se le quitan todo tipo de derechos y necesidades, este tenebroso estado paralelo sigue impoluto, viviendo de las privatizaciones de empresas públicas o del traspaso de fondos de los servicios públicos (como la sanidad) a lo privado que ellos manejan. El caso Castor, la Desaladora de Escombreras o el Túnel de Pertús  son claros ejemplos del sostenimiento de lo privado a través del dinero recaudado de nuestros impuestos.

Por tanto, no parece casual que a una madre que se encuentra una cartera y decide usar la tarjeta para comprar comida y pañales para sus hijos pequeños, se le condene a casi dos años y medio de cárcel, o que a Alejandro Fernández se le haya condenado a CINCO AÑOS de prisión por gastar 79,20 € con una tarjeta que no sabía que era falsa. No soy leguleyo y por tanto no voy a entrar en si estas sentencias son conformes a derecho o no. Pero si llama la atención que Ochenta euros tengan la misma pena que medio millón o que la diferencia entre apropiarse de 79,20 € y de CUATRO MILLONES Y MEDIO que son los obtenidos por el cuñadísimo y su socio, sea sólo de un año (5 años por los 80 € y 6 por los 4.500.000 €). Y no me digan que lo que se condena es el hecho o la intención porque no hay color. Unos lo hacen para comer y otros para procurarse un alto nivel de vida.

Tampoco parece casual que la condena a Valtonyc sea de tres años y medio por un rap en el que se cantan las vergüenzas de la monarquía (Ni que al rapero, el Deutche Bank, le haya cerrado hasta la cuenta corriente), ni tampoco los sucesivos archivos del caso, hasta volver a juzgar algo para los que el TS no parece tener competencia (como haber modificado los hechos PROBADOS de una sentencia absolutoria en un recurso, dónde sólo se pueden volver a ver lo ya visto) y dictar el año de cárcel para César Strawberry. No pueden permitir libertad de expresión cuando pones en evidencia a los poderes establecidos.

Están acostumbrados a controlarlo todo. Sobre todo los medios de comunicación. Y no pueden permitir que otros medios y otras informaciones pongan en jaque ese estado sobre el que el otro, el oculto, hace y deshace a conveniencia. Nos quieren tontos, de ahí los recortes a la enseñanza pública mientras sostienen con nuestros impuestos los colegios PRIVADOS a través de los llamados conciertos educativos, incluso aquellos que no cumplen la tan traída Constitución, como los que segregan por sexos. Nos quieren pobres para obligarnos a ser esclavos y sumisos. Nos quieren ignorantes y adoctrinados para poder seguir viviendo de lo que tanto dicen odiar y que tanto desprestigian: lo público.

La segunda acepción de la RAE sobre la palabra justicia dice: “Derecho, razón, equidad”. Si no hay equidad, por tanto, no hay justicia. Si no hay derecho, tampoco. Y en este país dónde desde al menos la mitad de los ochenta PSOE y PP llevan repartiéndose como cromos los puestos en el CGPJ, en el Tribunal Supremo y en el Constitucional, la separación de poderes no existe. Y debo recordar que en época de Zapatero, causaba alarma que el CGPJ estuviera sin renovarse meses, incluso algún año, porque los señores del PP no quisieron, hasta que ganaron las elecciones e impusieron a sus candidatos. Hablar de independencia e integridad judicial cuando le debes el puesto a un partido, es como hablar de libre voluntad en un esclavo porque puede ir y venir a hacer recados.

España se parece mucho más a cualquier dictadura bananera que a un estado social y de derecho.

Y en las dictaduras, el principal foco de injusticia es un sistema judicial al servicio del sátrapa.

Blanco y en botella y no es chufa.

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Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.

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