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Apuntes sobre el artista errante

Antonio Álvarez Gil
Antonio Álvarez Gil
(Melena del Sur, Cuba, 1947). Escritor cubano-sueco. Ha publicado artículos, relatos y novelas en Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Entre sus libros de cuentos figuran Una muchacha en el andén, Unos y otros, Del tiempo y las cosas, Fin del capítulo ruso y Nunca es tarde. Tiene, además, publicadas las novelas Las largas horas de la noche, Naufragios, Delirio nórdico, Concierto para una violinista muerta, Después de Cuba, Perdido en Buenos Aires, Callejones de Arbat, Annika desnuda, Las señoras de Miramar y otras cubanas de buen ver y A las puertas de Europa. Por su obra de narrativa ha recibido El Premio David, en Cuba, y los Premios Ciudad de Badajoz, Ateneo Ciudad de Valladolid, Generación del 27, Kutxa Ciudad de Irún y Vargas Llosa de Novela, en España. Tras haber vivido durante largos períodos en Cuba, Rusia y Suecia, Álvarez Gil se ha radicado en la provincia de Alicante.
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análisis

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La historia del arte universal está llena de nombres de creadores expatriados, de artistas desconocidos u olvidados en su país de origen que, sin embargo, alcanzan el éxito fuera de su entorno natural. Ha ocurrido siempre y seguirá ocurriendo en cualquier punto del planeta, pero se da con mayor frecuencia en las sociedades totalitarias, en las que el pensamiento que difiere del patrón oficial es objeto de coerción o de castigo. Lo tiene bien sabido el artista errante, ese que vive lejos de su patria, que contra viento y marea se mantiene fiel a su vocación y su trabajo creativo, que se sacrifica, sufre y, pese a todo, en ocasiones triunfa. Aunque también fracasa. Al principio sueña con no ser olvidado en su tierra, mas luego se conforma con su suerte y, arrojando de sus hombros el fardo de la nostalgia, sigue su camino con la vista puesta en un mundo más ancho.

Casi nunca regresa a su Ítaca natal, entre otras cosas porque la razón que lo hizo abandonarla se hace eternamente larga, más larga que su propia vida. El tiempo, sin embargo, capaz de obrar milagros, consuma algún que otro retorno, aunque sea in memorian. En cualquier caso, no deja de ser una ironía que, una vez muerto, la vuelta del antiguo paria sea administrada por las autoridades locales según criterios de un momento específico. Se lava lo que se pueda de la imagen del difunto y se recupera parte de la obra “tolerable”. Se oyen frases que hubieran sido insólitas un poco antes: “después de todo, no estaba tan en contra…”, “si no hubieran sido tan injustos con él…”, “eran otros tiempos…”, “las cosas han cambiado mucho en el país”. Y todos tan felices. El daño, sin embargo, ya está hecho. Me refiero al daño infligido al creador y a su propio país, que será siempre difícil de reparar. Bien analizado, nadie podría decir qué se gana con esconder parte de este legado cultural al pueblo, que tendría que ser el primero en disfrutar de él; pero eso parece no importar mucho a los guardianes que velan por la pureza de la ideología nacional.

En este proceso de combustión del patrimonio intelectual del país, todo son pérdidas, realmente. Pero ¿quién pierde más? ¿El artista o el estado totalitario que lo excluye de sus registros? Cierto que hay familias separadas, sueños extraviados, carreras interrumpidas, vidas destrozadas por la frustración, obras que naufragan en la profundidad de los cajones, ansiedad sin límites, zozobra capaz de consumir la vida de los creadores que vagan como almas en pena por el mundo. Y en muchos casos, olvido; nadie en su patria que los reconozca o los aprecie. Pero hay una pérdida mayor aún, porque es la suma de todas esas pequeñas pérdidas individuales: la que sufre la cultura nacional con la existencia de varias generaciones de artistas desparramados por el mundo, toda una purga genética que muchas veces se lleva una valiosa semilla para que vaya a germinar en otro suelo. Allí dará sus frutos y contribuirá al enriquecimiento material o espiritual de un pueblo que ya no será el pueblo del artista errante. Una enorme cosecha de talento que el país pierde, sin que su receptor natural se entere siquiera de que existe.

Si hablamos de Cuba, de todos los artistas que abandonan la Isla para salir al mundo, los escritores son los que peor lo llevan. Habida cuenta de que el escritor trabaja con la lengua escrita, y que la elaboración artística de la prosa y el dominio de los matices expresivos son parte importante del oficio, su futuro puede depender, entre otras cosas, del país adonde ha ido a parar. Las circunstancias del entorno pueden resultar muy duras, sobre todo si se trata de un idioma extranjero. ¿Qué puede hacer un escritor que de repente se ha quedado sin lengua? ¿Luchar por dominar el nuevo idioma y escribir en él, o bien aferrarse a su antiguo instrumento de trabajo y tratar de abrirse camino por el mundo? Cualquiera de las dos vías es en extremo abrupta. Por suerte, la pertenencia a un espacio lingüístico tan extenso como el nuestro y la existencia de las nuevas tecnologías y la globalización han permitido a muchos escritores cubanos continuar asidos a su lengua y luchar por hacerse un hueco en el mundo del libro en español, nuestro magnífico y universal idioma. Pero luego de encontrar su camino e imponerse a la adversidad, ¿cuántos de estos creadores no han muerto en tierra extraña, sin tener la satisfacción de sentir el cariño de los lectores de su pueblo? ¿Quién nos da cuenta de su sufrimiento, de sus noches en vela y de su frustración existencial? ¿Cuántos no han puesto voluntariamente fin a su existencia?

Hay muchos narradores y poetas cubanos que viven fuera de su patria. Viven y escriben. Andan dispersos por el mundo a causa de ciertas ideas que a tanta gente por ahí le caen todavía en gracia. Esos escritores han escogido el exilio, la marginación, el olvido, e incluso el riesgo de su eclipse profesional con tal de poder crear su obra en libertad, al menos de tener esa ilusión, esa posibilidad. Lo han decidido así, y luchan por su sueño. Estoy seguro de que la mayoría de ellos aún conserva intacto no sólo el amor por su tierra, sino también la capacidad de discernir y pensar y, sobre todo, de pensar en Cuba. Viven lejos de su isla, pero ella sigue habitando en su obra, y me atrevería incluso a afirmar que se preocupan por su patria tanto como los colegas que siguen viviendo allí. Estoy seguro de que el sueño de todos ellos es poner en alto el nombre de las letras cubanas y merecer el cariño, el respeto y la admiración de su querido pueblo. Y todo pese a que el país entero los ignora. ¿O puede que no?

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