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Antifascismo

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Una mañana difícil en la oficina. Y ahora, preocupado porque, de madrugada, en el viaje desde casa ha agotado el único billete que le quedaba del bono, y solo lleva 50 € en la cartera. Según se acerca a la parada contempla que el tipo, que desde hace tres días le quita el único asiento que hay en el bus cuando llega allí, se encuentra ya en la parada. Otro día más de pie, piensa, mientras mira con cara de pocos amigos al subsahariano que espera el autobús y que le sonríe al acercarse. El bus acaba de estacionar en la parada. Sube primero el chico de color porque estaba antes. Es la ley no escrita de la buena educación. Veridiano introduce el bono en la máquina por si acaso aunque, automáticamente el aparato emite el chirrido delator de que no hay billete. Abre la cartera y saca los cincuenta euros para pagar. El conductor le dice que no tiene cambio y que por tanto tiene que bajarse del autobús. Su vecino, un policía que va charlando, como todos los días, con el conductor, se le queda mirando con cara de circunstancias y no dice nada. Cuando el bus para y el chofer abre la puerta, desde el segundo asiento, en el que habitualmente se sentaba antes Veridiano, surge una voz. El muchacho negro viene con una moneda de dos euros en la mano. Toma le dice. Ya me lo devolverás. Veridiano le da las gracias y le promete que al día siguiente se los devuelve.

Entrar en el cuarto de Pedro Luis es como entrar en una sede de las SS en la Alemania de finales de los treinta. Salvo que en lugar de la bandera del III Reich está la del régimen franquista. Por lo demás, pocos cambios. La bandera roja con la cruz gamada sobre un círculo blanco. Una bandera con cuatro cantones separados por una cruz negra y una cruz de hierro en cada uno de los cuatro cuadros formados por las bandas negras. Bufandas del Real Madrid y la bandera de España con el escudo del Madrid. Un gran póster de Hitler que preside el cabecero de una litera con cajones debajo. Y dos carteles publicitarios en verde en los que se puede ver al líder del partido.

Pedro Luis es uno de esos chavales que dejaron el instituto sin acabar el bachiller y que en lugar de buscar trabajo o ponerse a estudiar un módulo de FP preferían estar en el parque con los colegas, los canutos y las birras. Mientras su padre y su madre trabajaban esa fue su rutina de vida. Pero primero su madre y después su padre en ocho meses pasaron de estar activos a figurar en las listas del INEM. La fábrica dónde trabajaba su progenitor se trasladó a Polonia y la tienda en la que su madre era dependienta cerró porque su dueño prefirió vender el céntrico local a una de esas franquicias que despacha agua manchada de café a cuatro euros el vaso.

Desde pequeño Pedro Luis tuvo sentimientos homófobos. Era de los que a los débiles les insultaba llamándoles “maricón”. Con once años, ya tenía la bandera del Madrid cruzada por una banda con la bandera de España y el águila de los Reyes Católicos colgada en su habitación. En el colegio, a los niños hispanos, para dirigirse a ellos lo hacía con el apelativo de tachuela o panchito, a los marroquíes con el de puto moro y a los del África subsahariana como negrata. Un vocabulario que igual expresaba en casa que en la calle sin que sus padres le dijeran absolutamente nada. Claro que el padre durante toda su vida ha hablado mal de los migrantes comentando en la mesa, mientras comían o cenaban, que tal o cual vecino eran unos vagos y sólo estaban aquí por la paga.

Todo se retorció con la necesidad de los padres. Cuando se acabó el subsidio del paro y tuvieron que vivir de las ayudas, Pedro Luis empezó a odiar a todos los colombianos, marroquíes y peruanos que había en su barrio y que tenían trabajo. Algunos de ellos salían de casa a las cinco de la mañana y volvían a las nueve de la noche porque tenían dos horas de camino al curre. Pero a Pedro Luis se le metió en la cabeza que el paro de sus padres y las necesidades que ahora padecían eran por causa de los que venían de fuera a trabajar. Porque les quitan el trabajo a los de aquí, se decía.

Así que comenzó a chatear con grupos fascistas por internet. En poco tiempo, visitó sus locales. Allí le trataban bien y le daban treinta euros para gastos. Y así poco apoco, comenzó a militar, a sentir cada vez más odio hacia los extranjeros y hacia algunos de sus convecinos de barrio, con los que había ido al colegio, que militan ahora en formaciones antifascistas.

Es sábado por la tarde. Veridiano se ha encontrado en la calle a Agnimel, el muchacho de los dos euros con el que ha entablado amistad a raíz del suceso en el bus. El marfileño le presenta a su novia española con la que vive, Expiración. Una morena menuda y fina con ojos vivarachos y cara sonriente. Se saludan, se preguntan cómo están porque hace tiempo que ya no coinciden en el autobús y tras una charla intrascendente se despiden. Al doblar la esquina, Veridiano oye voces. Se vuelve para atrás y ve como Pedro Luis y otros cuatro tipos de cabeza rapada, cazadora negra y botas militares están acosando a Agnimel. Veridiano les vocea y les dice que los dejen en paz. Pero ya es tarde. Pedro Luis ya le ha pegado el primer puñetazo en la cara al marfileño mientras otro le soba el pecho a su novia y ríe como un tarado. Veridiano corre hacia ellos porque Agnimel está en el suelo y los nazis le están pateando. Su novia llora y pide auxilio desesperada.

Cuando llega Veridiano siente un sabor metálico en el vientre, que pronto pasa a dolor punzante. Se lleva la mano al costado y siente como la humedad va rellenando su mano.

Todo se funde a negro.

*****

Antifascismo

“Cuídate de los medios de comunicación,

porque vas a terminar odiando al oprimido,

y amando al opresor”.

Malcon X

La historia nos dice que, para que el fascismo crezca, primero debe haber un caldo de cultivo. Y que ese caldo de cultivo no es otro que la pobreza, la necesidad y un nacionalismo enfermizo. Como ya he repetido hasta la saciedad, la sociedad alemana de los años treinta del pasado siglo era una sociedad empobrecida por el tratado de París del 28 de junio de 1919 y crack de la economía en el 29. Una sociedad exacerbada porque en París le habían quitado el 13 % de su territorio y el 10 % de sus habitantes, encontró la vía de escape en el nacionalismo radical que acabó echándose en los brazos de un fracasado escolar convertido en vendehumos pirado, un oportunista que se escaqueó de hacer la mili en el ejército austro-húngaro y que, quizá por azar, quizá porque los malos siempre saben utilizar la coyuntura en su beneficio, acabó alistándose voluntario en el ejército alemán en la Primera Guerra Mundial y recibiendo dos cruces de hierro.

El fascismo no es nada sin las políticas de empobrecimiento de los ciudadanos. En la Alemania de los veinte y treinta fue el machaque indecente de los aliados. En la España actual, el hijoputismo despiadado que desde 2008 lleva cercenando los derechos de las personas para empobrecerlas, explotarlas y exprimirlas con el único fin de que los ricos no bajen ni una miaja su tren de vida. El odio se cultiva con la pobreza y con nacionalismo. Tanto en la Alemania pre Segunda Guerra Mundial, como en la España posfranquista, el nacionalismo ha sido el gas tóxico con el que se ha ido llenando de presión la sociedad, retrasando lo inevitable. Hasta que han llegado los vendehumos fracasados. Los vagos que como Hitler, se escaquearon de la mili, no saben hacer nada y que han vivido toda su vida de los chiringuitos públicos. Los indecentes que difunden mentiras xenófobas  acusando a los menores acogidos por el estado, a los que denigran llamándoles Menas, de cobrar lo que no sólo es mentira, sino que además ellos se llevan en un trapicheo, ya sea con sus ventas de pisos fraudulentas, ya con sus chanchullos de naves industriales recalificadas ilegalmente como lofts, ya sea falsificando el visado del colegio de arquitectos, ya con la paga de diputado o de asesor.

Pero, para que las mentiras que alimentan el odio crezcan y se expandan como la espuma de poliuretano, y lleguen al pobre que está pasándolas canutas por las políticas del hijoputismo que le han dejado sin trabajo, sin casa, que le han echado de su vivienda que un político indecente ha vendido a un fondo buitre o que le hacen trabajar diez horas y cobrar seis, o quitado el descanso de los sábados y los domingos, o que para poder alimentarse tienen que recoger las viandas en un banco de alimentos, necesitan un medio difusor que, además de contarles las mentiras de salvación de los nazis, le calienten la cabeza para que prenda la semilla del odio. Así, mientras invitan a tertulias y programas de prime time a los vagos mamandurrias, le dicen a sus asqueados televidentes, en los inventodiarios, que toda la culpa es del Coletas que tiene asistenta en su chalet de la sierra, que ha utilizado a una asesora como niñera, que se va de una entrevista en un súper cochazo (un Golf GTI) que es un acosador y que las mujeres en su partido sólo promocionan tras un affaire con el líder. Luego, cuando todo eso se queda en agua de borrajas, cuando los jueces dictaminan una y otra vez que todas las acusaciones de corruptelas son falsas, pasan de puntillas o de largo y a inventar otra.

La prensa del régimen es la culpable del clima de odio que se vive en la actualidad. Porque al nazismo, ni agua y como decía el gran Jonathan Martínez, si tiene sed, polvorones. Sin embargo, como les ha venido bien hasta ahora darles cancha, porque el enemigo de mi enemigo puede ser mi amigo, han estado coqueteando, dando voz y alas a la mentira, a la exageración y al victimismo de quiénes ejercen la violencia y sin embargo se inventan agresiones. Hasta el punto que tras el bochornoso espectáculo dado del otro día en la Cadena Ser, en la que todo saltó por los aires por el empeño de la periodista equidistante en considerar que se es más demócrata por dar voz y dejar actuar como una niña malcriada a quién no sólo no cree en la democracia, sino cuyo empeño está en destruirla para volver al estado aún más impúdico como el del general cobarde, creen que el problema está en abandonar el estudio, llamándolo caer en su trampa, y NO en haberle dado voz a los miserables fascistas. La desvergüenza es tal que todos los debates previstos se han cancelado porque se prefiere evitar el espectáculo chulesco de quién no deja hablar, en lugar de hacer esos debates sin la presencia de estos energúmenos.

Cuando hablamos de silenciar el nazismo, de hacerles el vacío, nunca debemos olvidar que nadie se encuentra a salvo ante ellos. Siempre hay que tener presente el poema de Martin Niemöler: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, ya que yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que yo no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté porque yo no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie que pudiera protestar.Y tener siempre presente esto que decía Hibai Arbide Aza (@Hibai_) en relación con los nazis de Amanecer Dorado en Grecia. Estos tampoco eran considerados por los medios de comunicación como peligrosos. También cierta policía miraba para otro lado, mientras amenazaban y ejercían su violencia. Y también los jueces eran condescendientes con sus actos. Pero un fuerte movimiento antifascista y la ayuda de numerosos juristas, impulsaron la persecución judicial, de tal manera que los medios que les daban cancha, empezaron a sentir el peso de la gente y dejaron de invitarles a sus programas y silenciaron sus propagandas. Todo eso no sucedió de la noche a la mañana sino con un esfuerzo sobrehumano de cientos de activistas antifascistas. Cientos de horas de lucha, cientos de pleitos emprendidos hasta que en octubre de 2020 fueron declarados organización criminal.

Los medios de comunicación que difunden el odio nazi, son los que durante años han intentado minimizar las corruptelas del PP. Unas corruptelas de tal gravedad que hace tiempo que debería haber sido disuelto como partido político (tras la sentencia de complicidad a título lucrativo). Los mismos que ríen las “gracietas” de la presidenta de la Comunidad de Madrid, una falangista, según el periodista militante de la Falange Eduardo García Serrano, cuyo crapulismo lo disfraza como libertad. Una persona que mientras supura odio, emitía protocolos aconsejando no hospitalizar enfermos covid que estuvieran en residencias de ancianos en función de su esperanza de vida y su pronóstico. Una “offtelectual” que asegura mamarrachadas como que Madrid es lo mejor de España porque tiene museos y teatros y que la libertad y la vida fetén están en tomarse una caña en una terraza tras salir de trabajar, aunque no tengas trabajo o ganes 700 euros por diez horas diarias de trabajo y el alquiler te cueste 600.

En realidad todo parte de la misma base y tiene el mismo fin. La base es que se usa el nazismo contra los que creen que son enemigos de su modo de vida, porque les viene bien. El fin es conseguir que los que viven de la pobreza generalizada, puedan seguir haciéndolo. Pero habitualmente es una mala idea prenderle fuego a la casa del vecino para que la tuya sobreviva, porque el fuego, cuando se vuelve incontrolable, no distingue y lo arrasa todo.

Los pasos para evitar que los repugnantes vagos del moco verde acaben quemándolo todo se tienen que dar todos los días y no sólo el día de las elecciones. Sin conciencia antifascista, no hay futuro democrático.

Y un consejo si vives en la Comunidad de Madrid:

Quizá votar no solucione los problemas de justicia social. Pero quedarse en casa, beneficia siempre a quienes nos están jodiendo la vida. Si no votas, ya has perdido.

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2 COMENTARIOS

  1. España es el país numero uno en el mundo en cuanto a tolerancia sexual y el siete en aceptación de la emigración, por delante de Alemania, Francia, Reino Unido o Suiza.

    Si las cosas fueran como usted las cuenta las estadísticas serían muy diferentes. En España hay muchos menos fascistas de lo que parece.

    La abundancia de supuestos fascistas se debe a que los neocomunistas de Podemos y sus amigos nacionalistas tienen como norma llamara fascista a cualquiera demócrata que no comulgue con su catecismo, y desde esa perspectiva en España se cuentan los fascistas por decenas de millones.

    Seguro que con este comentario ya se me cuenta entre ellos.

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