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Ante la fosa común de Quintanar de la Orden

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análisis

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Esta fosa común, y los cientos de ellas repartidas por todo el país, ya no puede considerarse tanto una herencia de la dictadura, que lo es desde luego, sino el fracaso de una democracia que ha tenido cuatro décadas para corregir y reparar ésta y otras miles de injusticias y no lo ha hecho, al contrario, ha decidido, de una manera indigna y vergonzosa, mirar para otro lado, apelar al olvido, dejando que el tiempo haga su lento pero seguro trabajo de demolición. Esta fosa, con todo lo que significa, no puede apuntarse ya en el debe del dictador y su régimen, sino a la cuenta de la democracia. Dice el escritor Isaac Rosa que incluso aquellos elementos que son, en principio, indudablemente franquistas, tampoco lo son ya: el fascismo granítico del Valle de los Caídos donde reposa bajo el altar mayor, con toda clase de bendiciones civiles, militares y religiosas, el abominable verdugo. Las calles y plazas del Generalísmo y de los generales golpistas y otros siniestros jerifaltes que le secundaron, y que nadie ha cambiado en cuarenta años, y la reparación pendiente a las víctimas son responsabilidad nuestra. En fosas comunes como ésta, hay cadáveres que ya han pasado más años enterrados en democracia que en dictadura. Y aquí siguen. Hace tiempo que dejamos de tener cuentas pendientes con el franquismo, que ya no puede responder por ellas. Ahora son cuentas pendientes de esta democracia. Una democracia a la que, por éstas y otras razones, podemos calificar como mínimo de deficiente.

El poeta José Manuel Caballero Bonald dice: “La transición fue un apaño donde la derecha cedió algo para no perder nada y la izquierda aceptó algo para no perderlo todo”. Fue una soldadura de ocasión, uno de esos parches o lañas que se echan sobre la marcha para ir tirando. La ley de amnistía prohibió juzgar los crímenes del franquismo y ahí empezó el ciclo de la impunidad que llega hasta nuestros días. Tuvimos una larga cola de franquistas que amañaron sus biografías. Y resultó que todos eran demócratas. Quizás Fraga es el caso que mejor ilustra esto. Fraga navegó por toda la democracia casi dando lecciones de democracia, cuando fue uno de los cómplices más significados del verdugo.

Pero los crímenes no prescriben. La memoria histórica exige su propia vigencia. La justicia, si quiere seguir llamándose así, no puede olvidarse de las víctimas del franquismo, de tanta gente, tantas mujeres y hombres en las cunetas, en ignominiosas fosas comunes sin que todavía se haya hecho justicia a su memoria. Hay una cita del escritor y premio nobel William Faulkner que dice: “El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”. No le falta razón. El presente está hecho de ese pasado y nosotros estamos amasados con él. Lo peor que nos podía pasar es que se utilizara el franquismo, que ya hemos acordado que es historia, para eludir responsabilidades de esta democracia que no solo ya ha alcanzado la mayoría de edad sino que ha cumplido más años que la dictadura. Si esta democracia, ya cuarentona, quiere legitimarse del todo, asentarse de una vez, hacerse respetable, honorable y cabal, tiene que hacer  la necesaria, inaplazable e imprescindible tarea de justicia y acabar de una vez con la dejadez, el desinterés y el descuido que la caracteriza como uno de sus peores rasgos. Debe, en una palabra, asumir sus responsabilidades. La dejadez, el desinterés, el descuido y otros males que la aquejan, si no se atajan a tiempo, pueden hacerse crónicos y acarrearle a esta democracia un grave quebranto hasta el punto de hacer peligrar incluso su existencia. Ya está tardando la debida reparación y la justicia que tantas fosas comunes como ésta reclaman desde que existe la democracia. Ya va siendo hora que se someta esta democracia a un definitivo test de resistencia de sus materiales y estructura, que empiece a dar muestras de solidez, firmeza y entereza, de necesaria madurez. Los que acudimos año tras año aquí, a recordar y homenajear a los asesinados y arrojados a esta fosa, nunca nos cansaremos de reclamarle a esta democracia la debida justicia, mientras avivamos la llama del recuerdo y quitamos de un manotazo el polvo del olvido que el tiempo implacablemente va depositando sobre éste y muchos otros lugares donde la indiferencia, el desinterés y el abandono crecen sin parar como la mala hierba. Nunca nos cansaremos de darles nuestra voz a los que aquí  fueron asesinados y enterrados para acallar las suyas. Y que murieron precisamente para que un día esta democracia pudiera ver la luz. Una democracia que los sucesivos gobiernos, en vez de usarla como un instrumento para hacer justicia, para reparar tantos desmanes y tropelías a lo largo de tantos años, para garantizar, ampliar y desarrollar los derechos y libertades de nuestra Constitución, lejos de eso, la han llenado de minusvalías, la han hecho sorda, ciega, muda, torpe, perezosa, desmemoriada y desagradecida. Su vida actual, confinada en una residencia repartida en inútiles y obsoletas instituciones, es cada vez más precaria. Esta no es, desde luego, la democracia por la que tantos, incluidos los aquí enterrados, lucharon y murieron. No lo es ni lo será hasta que se haga la debida y necesaria justicia y reparación que exigimos y demandamos al gobierno de turno. No nos cansaremos de recordar y homenajear a los muertos de esta fosa y por extensión a todo el indigno y denigrante archipiélago de fosas comunes de este país, nuestra voz será siempre una voz de denuncia levantada contra la impunidad y el olvido.

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