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Ante la fosa común de Quintanar de la Orden II

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análisis

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Ningún lugar mejor que este espacio de memoria y evocación para manifestar y denunciar la deriva que está tomando este país en cuanto a la pérdida de derechos y libertades, especialmente la libertad de expresión. Buen lugar y momento para denunciar a este neoliberalismo depredador que además de crear una desigualdad e injusticia social de proporciones intolerables, está arrinconando, judicializando y condenando a toda oposición y disidencia. Y este retroceso se ve claramente en que cada vez se tiene más miedo a expresar libremente la opinión en según qué casos.

El poder casi absoluto que está alcanzando este nuevo orden, esta nueva “cruzada”, como llamaron al golpe del 36, nos avisa que nos mantengamos callados y nos abstengamos de opinar en ciertas materias. O mucho nos equivocamos o según van las cosas, llegará a ser perseguido y castigado judicialmente acudir a este lugar a dejar un ramo de flores, o se podrá acudir pero sin decir una palabra porque habrá una especie de censor de guardia, de inquisidor que dirá lo que se puede y lo que no se puede decir. Y no se podrá decir, por ejemplo, que los aquí presentes murieron por defender la libertad y la democracia, que ellos fueron la resistencia, la oposición, el muro de contención al fascismo que se extendió como la metástasis de un cáncer por toda Europa.

Que fueron fusilados y enterrados en esta fosa común sin juicio  ni miramiento alguno por defender una república legítimamente constituida, que fue víctima de un golpe de Estado militar, orquestado por la oligarquía que no se resignó a perder ninguno de sus rancios e injustos privilegios y prebendas que ostentaban desde la edad media. La otra pata del golpe de Estado fueron unos cuantos  militares fascistas, guardianes de sus amos  oligarcas, que querían el poder, las manos libres para controlar al país reduciéndolo  a un odioso y repugnante cuartel, que era la única forma de gobierno que entendían. Y a lo largo de la interminable noche del franquismo el país fue un implacable cuartel  donde todo crimen, toda iniquidad e injusticia, todo abuso y atropello tuvo allí su asiento.

El golpe de Estado asentó un siniestro y pavoroso aparato de represión que cortó de raíz el progreso de este país y lo devolvió, como si de una máquina del tiempo se tratara,  a varios siglos atrás, a la época donde los señores de la tierra y las armas eran bendecidos y jaleados por la Iglesia, la tercera pata del golpe de Estado, una iglesia feroz de Trento, que también quería recuperar su antiguo esplendor y hacerse con el poder necesario, con su autoridad y prepotencia de antaño  para imponer la obediencia ciega y la sumisión absoluta de toda la población. Y de la mano de sus aliados recuperaron  un   poder absoluto para ejercer el control total, de cuerpo y alma, de sus fieles, que eran todos, y que debían someterse de buen grado o por la fuerza. Y esa desgracia por partida triple: oligarquía, militares e Iglesia, hundió a este país en una sima de atraso, de nacionalcatolicismo rampante de la que todavía no hemos salido del todo, y buena prueba de ello serían  el Valle de los Caídos y las calles y plazas dedicadas a militares y políticos golpistas, así como las placas de “Caídos por Dios y por España” todavía bien visibles en miles de iglesias, que deberían pesar sobre nuestras conciencias como las losas que son y sin embargo unos cuantos las veneran y las tienen como recordatorio de la “gloriosa cruzada” mientras una mayoría mira para otro lado creyendo insensatamente que lo que no se ve, o no se quiere ver, no existe.

Todo esto indica que no vamos por el camino correcto y que el avance hacia la luz, hacia adelante, está siento frenado por esta nueva cruzada desde el poder, un poder que a pesar de la muy sobrevalorada Transición, ha mantenido intactas las estructuras económicas, políticas y sociales del viejo régimen, que ha sobrevivido, y muy bien por cierto, al dictador. La prueba de este humillante y bochornoso continuismo es la monarquía, un estamento caduco y reprobable que a muchos nos avergüenza profundamente. Realmente es una rémora, un lastre y un obstáculo para el futuro de este país. Este país no recuperará la dignidad, la decencia y la respetabilidad perdida hasta que no se reinstaure la tercera República. Una República que nos gustaría decir que está cada día más cerca, pero la amarga realidad nos indica que todavía queda mucho camino por recorrer. Para nuestra desgracia, la poca concienciación, unida a la resignación y a la indiferencia que nos asuela, permiten que siga en el poder el  partido más corrupto de Europa.

Un partido cuyas políticas neoliberales van en contra de los derechos y las libertades de los trabajadores, cada vez más empobrecidos, más cautivos y desarmados, cada día más cansados de chapotear en unas convenientemente revueltas aguas rodeados por esos insaciables bancos de tiburones que forman las minorías financieras, las élites económicas cada día más ricas y poderosas. Sirvan como ejemplo las recientes declaraciones de un importante empresario hotelero que se negó a aplicar la reforma laboral a sus empleados porque según sus palabras “no es necesario echar mano de ella porque ya tenemos suficientes beneficios”. Sin embargo muchos otros hoteleros, la mayoría, siguen aplicándola sin pudor, vergüenza y moderación alguna hasta el extremo de que sus empleadas cobraban ochocientos euros al mes por hacer cuatrocientas habitaciones. Es decir, dos euros por habitación y a la que le parezca poco ya sabe donde está la puerta.

Los medios de comunicación a sueldo de este sistema que nos dirige con cada vez menos prudencia y respeto nunca hablan, y no digamos criticar, de estas prácticas esclavistas en pleno siglo XXI. Y no hablan de estos dramas sociales porque el encargo recibido de sus jefes es, además de ofrecer todo tipo de distracciones, de pasatiempos y entretenimientos a la gente, el de trabajar a destajo para borrar de la memoria colectiva todo lo que significó la República. Una República que, no lo olvidemos, ya empezó a modernizar este país, a hacer importantes avances en educación en sanidad, en derechos y libertades de los trabajadores. Y como muestra puede servir este dato: en los años que duró la República, los pocos que la dejaron existir, se construyeron más escuelas que en los doscientos años anteriores a ella.

Conviene recordar que las doscientas ocho mujeres y hombres enterrados en esta fosa común no mostraron resignación, ni indiferencia, ni pereza ni cobardía alguna, males que ahora nos aquejan más que nunca, y lucharon y murieron por proteger a la República de ese feroz intento por parte del viejo poder de conservar sus rancios e injustos fueros, sus prebendas, sus sagrados beneficios, su inmunidad e inviolavilidad, sus prerrogativas de siglos.

En estos tiempos infames que nos han tocado en suerte, se está instalando entre nosotos cada vez más, y casi sin que nos demos cuenta, la desvergüenza y la mentira. El poder quiere borrar la historia y reescribirla a su conveniencia y está haciéndolo, como ya hemos señalado, desde sus poderosos medios de comunicación. Y lo hace por medio de sus “historiadores” entre comillas, bien pagados y dispuestos a decir cualquier cosa, cualquier barbaridad, cualquier mentira por grande y vergonzosa que sea, siempre que se les pague bien. No podemos imaginar a Francia vendiendo una imagen idílica, satisfecha y orgullosa del régimen de Vichy. Ni a Alemania defendiendo a los jerarcas nazis, con Hitler a la cabeza. Sin embargo, la democracia española, vamos a llamarla así, y sus poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, todavía no han impartido justicia alguna en los lugares donde se veneran los símboles de un poder filonazi que tiene en su haber más de 140.000 desaparecidos.

Ni siquiera son capaces de aplicar en su totalidad una tímida, apocada y muy corta de miras Ley de la Memoria Histórica, porque apenas intenta hacer cumplir la citada ley, cambiar la calle de algún militar golpista, muchos de ellos criminales de guerra, o quiere exhumar los restos del dictador y de algunos de sus secuaces del vergonzoso lugar en que se le rinde culto y veneración, los tres poderes se le echan encima amenazando con querellas, que llevan aparejadas multas y cárcel a cualquiera que se atreva a pedir siquiera un poco de justicia y, sobre todo, sentido común, respeto y dignidad para las víctimas.

Desgraciadamente, no hemos pasado totalmente la página de la rebelión militar y la posterior dictadura. Todavía se sigue provocando un inmenso e incalculable agravio a las víctimas de esa dictadura el hecho de que se siga no solo permitiendo su existencia, sino financiando con dinero público la conservación y el mantenimiento de estos faraónicos panteones y basílicas de criminales históricos. No hace falta decir que seguimos insultando a esa España a la que arrebataron a sangre y fuego una República que progresaba adecuadamente de la mano de la libertad y la democracia

Este país, en general, que no sacó provecho alguno del Imperialismo, ni del Renacimiento, por culpa la Contrarreforma, que no tuvo ni Ilustración ni Revolución Industrial por culpa de una Monarquía retrógada que lo único que le interesaba era mantener el poder a toda costa, a cualquier precio. Y parece mentira que todavía hoy tengamos que mantener a la dinastía Borbónica que nos dejó el dictador como un componente más de su amarga y penosa herencia.

Pronto llegará Abril, el mes republicano por excelencia. Ochenta y siete años han transcurrido desde aquel 1931. Y cuando llega el 14 de Abril, se abren los claveles rojos, amarillos y malvas, recordando con emoción la historia de lo que pudo haber sido y no fue. Setenta y nueve años desde que el régimen franquista la fusilara y echara sobre ella todos los males, todas las falsedades que se le ocurrieron. Pero no es totalmente cierto eso de que la historia la escriben los triunfadores. Es la verdad, la evidencia y la exactitud de los hechos la que la termina escribiendo.

La República debería ser la alternativa natural  a esta situación inadmisible, con el barro hasta los ejes, en que nos hallamos, pero no termina de serlo. Cuenta con muchos y muy poderosos enemigos. Pero también hay que decir que cuenta con muchas fuerzas y simpatías por parte de una sociedad concienciada, moderna y progresista que no se resigna, ni permanece indiferente o acobardada ante la amarga y desoladora realidad que le rodea.                                                                                                   

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