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Anónimos

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Camina sin rumbo fijo por el Bulevar Hassan II.  A su derecha, la playa y el inmenso mar que casi le mata tres días atrás. Va con ojo avizor porque es zona prohibida para quién no sea turista. Y a él se le ve a la legua que sólo es un pobre nigeriano en busca de algo que llevarse a la boca, algo con lo que obtener beneficio para comprar comida o una nueva oportunidad de cruzar la frontera.

En una amplia terraza semivacía del Café California, dónde tres hombres blancos, cada uno en una mesa (uno en cada lateral de la terraza y otro en el medio), leen la prensa mientras toman café y una bollería fina, que él cree que jamás podrá permitirse, una imagen fijada en la televisión que hay en una de las esquinas, junto a la acera, le llama la atención. Una chica con un chaleco de la cruz roja, le abraza mientras él llora desconsoladamente porque ha pensado que iba a morir ahogado, y tras mucho luchar contra la corriente de unas aguas más bien frías, acabó siendo rescatado por una lancha que le lleva a la playa. Allí, una chica blanca, rubia, joven y amable le habla con delicadeza y calma. El no entiende lo que le dice, pero su dulzura y la mirada de compasión le provocan una enorme tranquilidad. Por eso se derrumba. Tras dos años de penalidades en los que había estado varias veces a punto de morir mientras cruzaba el Sáhara por territorio de Níger, Mali y Argelia, había conseguido llegar a Europa a través de la frontera de Ceuta con Marruecos. Allí, en esas calles de Fnidek, dónde ahora se mira en la pantalla del televisor, llevaba más de seis meses esperando el momento oportuno para cruzar. Y ese momento se produjo la mañana del 18 de mayo. La policía marroquí les rodeó mientras el y sus compañeros deambulaban cerca de la playa en espera de una oportunidad para echarse al mar. La policía les iba golpeando y acorralando contra la línea de costa. Como si quisieran que acabaran engullidos por las olas. No les quedó otro remedio que nadar e intentar llegar a nado al otro lado de la alambrada. Pero no fue fácil. Hubo que bracear mucho y vencer una tremenda resaca. Al final lo consiguió. Cuando ya estaba exhausto, una pequeña lancha de la cruz roja les recogió del mar y les llevó a tierra firme.

Ahora, se ve allí en la televisión, en una imagen fija y sin sonido dónde la chica le abraza. No sabe lo que están contando aunque deduce que están hablando de la chica porque intercambian la imagen de su abrazo con la de la cara de ella. Deduce que se llama Luna porque es lo que pone en el rótulo bajo su cara. El no sabe que ella es una heroína a los ojos de quién cuenta la historia en el canal Faro TV, o una denostada, para los fascistas españoles que ven en él una amenaza. Desconoce que su gesto ha levantado una oleada de simpatías hacia ella o que, por el contrario, ha tenido que bloquear sus redes para evitar que los que viven para odiar, para creerse mejores que los demás y como dueños exclusivos de algo etéreo e inexistente como la patria, la sigan insultando y amenazando.

Tampoco se imagina que, sobre él, la sociedad española ha pasado página sin ni siquiera haberla leído. Él no sabe que mientras la chica era amenazada e insultada por los fascistas, todos los que ovacionaron su actitud humanitaria, desconocen que él, el otro protagonista de una imagen que ha dado la vuelta al mundo, fue deportado una hora después del abrazo, sin mediar palabra, sin escuchar su caso, sin cumplir la legislación internacional y los acuerdos de Derechos Humanos que impiden las mal llamadas devoluciones en caliente.

El no es consciente de que sólo es un desconocido al que todo el mundo ya ha olvidado cuando ve su imagen en un aparato de televisión situado a pocos metros de dónde partió a nado. El nunca pasará a ninguna historia porque a nadie parece importarle que es un nigeriano sentenciado a muerte por Boko Haram. Nadie sabrá nunca que toda su familia fue asesinada cuando se llevaron a su hermana a la que encontraron asesinada varios días después. Nadie sabrá que para llegar a ser abrazado por una chica blanca, dulce y llena de humanidad, estuvo a punto de morir por falta de agua en un lugar inhóspito de Argelia o de la picadura de una serpiente en Níger. Que en los seis meses que lleva deambulando por Fnidek o Castillejos como se conoce a la ciudad que limita con Ceuta en España, ha recibido ya tres palizas de la policía marroquí de los que huye como de la peste. Porque él, el migrante sin nombre solo es eso, un pobre negro nigeriano que tuvo la desgracia de que la policía marroquí le obligara a echarse al mar, la suerte de llegar al primer mundo vivo y, de nuevo, la desdicha de que, cuando se derrumbó pensando que había conseguido la libertad de poder vivir en un espacio mejor, fue devuelto a los infiernos de Marruecos dónde la policía, como una costumbre, le recibió a base de porrazos.

Tal vez, en una próxima huida a nado o tras el salto de las vallas, logre regresar al mundo que él cree que le resolverá la vida, pero que en la mayoría de los casos, sólo le convertirá, con suerte, en un esclavo más o en un indigente del que todo el mundo se aprovecha. Tal vez, con mucha suerte, logre llegar a la península, y vencer el racismo que nos inunda. Quizá, un día todos los que saben que la chica rubia se llama Luna Reyes, puedan conocer no sólo el nombre de ese muchacho que, huyendo de la muerte llegó un día exhausto a una playa de Ceuta, sino todas sus calamidades y su odisea hasta llegar al abrazo. Tal vez, esa instantánea del abrazo, deje de estar coja y tenga también un yacente y no solo una piedad.

*****

Anónimos

Decía John Lennon que la vida es aquello que te pasa mientras estás entretenido haciendo otros planes. Y yo añado que habitualmente esos planes no dependen de ti, sino del sitio dónde naces, la situación en la que se encuentra tu familia y tu entorno y la cantidad de inmoralidad que seas capaz de aceptar.

Muchas veces imagino cómo sería vivir en la edad media siendo siervo. Supongo que también entonces habría quién se daba de bruces una y otra vez contra la pared de la tiranía del señor, que se llevaba la flor de sus hijas, la mayor parte de la cosecha sin haber movido un sólo músculo en el proceso agrícola, o que disponía de sus vidas como quién cría un cerdo para la matanza y dispone qué día y a qué hora le toca morir. Cuando me pongo en la piel del labriego al que el señor le deja cultivar sus tierras como favor y le permite vivir mientras no suponga un peligro para su estatus o para su hacienda y le reporte puntualmente los beneficios, sin preocuparle si los ha habido o no, siempre acabo con la misma conclusión: con la diferencia del tiempo, de la evolución de algunos derechos inalienables y de los descubrimientos tecnológicos, en esencia, no debía ser muy distinta a la vida de un pobre en África, Asia o incluso en uno de los extrarradios de una de esas populosas ciudades del primer mundo. Nosotros, los que somos pobres pero no de solemnidad somos los cortesanos que en la edad media que veían a los labriegos como algo lejano, una gente insignificante que a ellos no los incumbía (obviando que si comían era gracias a lo que esa plebe cultivaba y cazaba). Los pobres del tercer mundo son los labriegos a los que se les permite vivir mientras no hagan ruido, estén en su sitio y no amenacen con querer una vida más justa. Y los ricos, los dirigentes, los prebostes del hijoputismo, siguen siendo los señores que sólo ven en los pobres los ceros que le van a añadir, a la derecha, a su cuenta corriente.

El dirigente israelí Netanyahu, un tirano encausado por corrupción que debería estar hace tiempo detenido y ante la Corte Internacional respondiendo de sus actos de genocidio, ha estado más de diez días acabando selectivamente con la vida de decenas de palestinos. Hospitales y escuelas, niños y mujeres amas de casa, no se han librado de esa sentencia de muerte selectiva. El mundo, mira a regañadientes, escondido tras un cristal traslúcido, como si no fuera con él y asume la excusa de este mal nacido de que es defensa propia o una guerra entre dos iguales. No puede haber guerra cuando uno tiene ejército, misiles guiados por ordenador, bombarderos cuyas unidades valen más que toda la economía palestina y los otros tienen lanzagranadas y piedras. No puede ser defensa propia cuando Israel lleva anexionándose tierras que no le corresponden desde 1948 y Hamás se fundó cuarenta años después. Es como si un ejército de neonazis se viniera a vivir al bajo de un edificio alquilados y poco a poco empezaran a desalojar, para meter más neonazis, primero el otro bajo, luego el primero A, más tarde el B, el C,… y cuando llegaran al tercero, los del cuarto, se organizan y empezaran a lanzar escombros, agua caliente o jabón contra los ocupas y estos respondieran a tiros de Kaláshnikov.

En este mundo en el que nos ha tocado vivir, la ley, los organismos internacionales y las intervenciones militares sólo son la justificación de intereses espurios. La riqueza es el salvoconducto para que puedas realizar las mayores barbaridades contra la humanidad sin que te pase absolutamente nada y la pobreza, la diana que te condena en cuanto te mueves. Los pobres nunca tienen el derecho a la legítima defensa. Israel es un pez gordo necesario para el que el sheriff del mundo pueda controlar Oriente Medio.

Y al igual que Israel, Marruecos, dónde reina un sátrapa absolutista que está matando de hambre a sus súbditos mientras despilfarra la fortuna que les saca en París, dónde reside casi habitualmente, es otro aliado del gran Sheriff. El único país árabe que siempre se ha comportado como un verdadero súbdito del Imperio aunque con ello haya tenido que denostar a sus hermanos de religión e incluso entrar en guerra con ellos.

Desde que Franco las estaba espichando en el Hospital de La Paz y el que iba a ser el nuevo rey necesitaba el apoyo del Gran Imperio americano (al gran Sheriff le interesaban los negocios que podrían sacar de ese territorio rico en Fosfatos, hierro, petróleo y gas), España le ha permitido a Marruecos numerosos chantajes. Y cuando uno cede al primer chantaje de un extorsionador, acaba acumulando deudas para poder pagar los siguientes. España, o mejor dicho los sucesivos Gobiernos de España, se desentendieron del Sáhara, negándoles lo firmado para su independencia, dejándoles al libre albedrío de otro sátrapa, el padre del actual rey de Marruecos manchado por los asesinatos y condiciones inhumanas de Tazmamart y el genocidio de Um Draiga. España, a través de un poder impunicial cuya independencia lleva en entredicho desde que el odiador insufrible traspasó todas las líneas rojas de la democracia y comenzó a convertir ese poder en lo que parece un departamento del Palacio del Pardo en el 73, vuelve a rendirse al chantaje del extorsionador genocida imputando al líder del Frente Polisario, Brahim Gali por presuntos delitos de Genocidio, que precisamente fueron cometidos por el sátrapa marroquí en Um Draiga, donde en febrero de 1976 el ejército marroquí bombardeó con fósforo blanco y napalm (prohibidos por todos los acuerdos internacionales que califican su uso como genocidio) a miles de saharauis que escapaban de la invasión marroquí en la Marcha Verde.

Mientras nuestra sociedad iluminada por el dios televisión, dirige, en el mejor de los casos, su mirada hacia la Piedad que sujeta a un yacente anónimo, desconociendo por completo quién es ese que yace, por qué yace y cuáles van a ser las consecuencias de su sufrimiento, olvidamos justamente lo importante de la Humanidad: los Derechos Humanos.

En España la situación es mucho peor porque tanto el dios televisión como la mayor parte de los medios tradicionales de prensa escrita, a los que no lee ni dios, sirven de apuntadores (como los que pintaban las dianas en Euskal Herría con el nombre de aquellos considerados enemigos del pueblo), para centrar todos los tiros (de momento solo imaginarios) en las personas peligrosas para su estatus inicuo, ya sean Pablo Iglesias o Luna Reyes, aumentando e infundiendo considerablemente el odio hacia el distinto sin ningún tipo de empatía ni memoria. Empatía porque deberíamos ponernos en su lugar. Nadie se hace 5.000 kilómetros entre tierras desérticas y peligros naturales para llegar a la puerta de Europa por capricho. Y memoria, porque desde el descubrimiento de América, si un país se ha volcado en buscarse la vida en lugares remotos ese, ha sido España. Por no hablar de nuestra historia más reciente en los años 60 dónde invadimos de destripaterrones Alemania, Suiza y Francia en busca de una vida mejor y dinero para la familia que se quedaba aquí.

No me gusta en lo que se ha convertido el ser humano. Que el 60 % de los jóvenes europeos se declaren partidarios de impedir por cualquier medio las migraciones, que el 76 % de esos mismos jóvenes no soporten lo que llaman «ecologismo antidesarrollo» o que el 71 % considere que las ayudas sociales son demasiado beneficiosas porque la gente podría trabajar (aunque el paro juvenil sea uno de los grandes problemas del hijoputismo del primer mundo), según una encuesta realizada en Francia, Alemania, Reino Unido e Italia por fondapol.org nos está indicando que este hijoputismo que sólo crea pobreza, además está creando una sociedad cada vez menos humana, más egoísta, más fascista y menos solidaria. El egoísmo de esta sociedad nos aboca hacia un final con extinción. Porque cuando lo que prima es la riqueza de unos pocos sobre todo lo demás, ni se cuida el medioambiente, ni mucho menos las relaciones humanas. Si seguimos creyendo que ser piadosos consiste sólo en tener empatía por quién es un poco mejor que los demás y demuestra algo de humanidad haciéndose voluntaria de la Cruz Roja y se funde en un abrazo humanitario, si creemos que luchar por la igualdad es que nos den pena los niños asesinados palestinos, mientras obviamos por qué se producen las migraciones, por qué el genocidio palestino, cómo van a crecer esos niños que han visto como bombardeaban el hospital dónde han muerto sus hermanos, cómo destrozaron su escuela o como asesinaron a sangre fría a sus madres,  merecemos todo lo que nos pase. Si encima creemos que el que ocupa las tierras para echar a quién lleva allí toda su vida, la de sus padres, abuelos y tatarabuelos, porque esa tierra se la dio dios en el principio de los tiempos a los judíos y están en su derecho a defenderse, si creemos que lo que hay que hacer es construir muros, fosos y cárceles para luchar contra la necesidad de vivir de los africanos, entonces merecemos el sufrimiento eterno hasta la extinción.

Hay que ser muy estúpido para pensar que siempre vas a estar en el lado de los ricos y que nunca vas a necesitar la ayuda de los demás.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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