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Anomalías innecesarias en la escuela

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Con alguna perspectiva del paso de las elecciones madrileñas escribo esto para lamentar que cada día voy de sorpresa en sorpresa, sin mantener estables mis ideas, que no permanecen en quietud, a causa del ruido ambiental, corrigiendo incluso a Heráclito, el denominado oscuro. “Dios no es ya día-noche, invierno-verano, guerra-paz, altura-hambre” (fragmentó 53), ni tampoco “el camino arriba y el camino abajo, uno y el mismo” (fragmento 49). Todo se va haciendo añicos sin parar

Primero fue Joaquín Leguina, que siempre ha ido a su manera, aunque ahora parece ir a la manera madrileña. Puede que haya sido abducido y le hayan convencido de que no vote a su partido, sino al de los rivales. Ni siquiera lo hace con discreción, porque se ha visto obligado a publicarlo para montar algún estruendo que lo haga visible. Felipe González dice que votará al PSOE, después de lo de Leguina. Es como si buscara una excusa para hacerlo, aunque sea sin ganas.

Luego llega Fernando Savater, al que cada vez le gusta más fluctuar. Reconozco que no ha tenido suerte en la política. Quizás es que este oficio no ha sido nunca el suyo, pero ahora, quizás porque está muy decepcionado, sale a explicar que va a votar a Ayuso. El mundo está desquiciado, como nos recuerda Shakespeare. Y tanto. Savater escribió que “los irresponsables son los enemigos viscerales de la libertad” y ahora votará precisamente por los irresponsables. Qué desquiciamiento, por Dios. ¿Dónde queda el rebelde Savater? Parece haber inyectado su acracia en la derecha política, a ver si así la salva. La libertad ha tenido muchos extravíos a lo largo de la historia, pero el mayor tiene su reflejo ahora en Madrid. Qué decepción

Por fin, Javier Marías también nos sorprende en su último artículo semanal, exponiendo, sutil y educadamente, que no votará el 4-M. Va destacando las formaciones políticas en liza hasta explicar por qué no lo hará. Parece que ya no se trata de un deber ciudadano, qué lástima. Ni siquiera votará en blanco o se abstendrá, es que ni pasará por su distrito electoral. Creo que tal proceder no sería aprobado ni por su padre.

Desde luego, a mí no me pudo influir nadie, porque voté por correo, aunque no me guste nada el ambiente político que nos queda, como un pozo tan viscoso y hasta irrespirable. Los dos bloques que se han creado tendrán consecuencias, que, quizás, no sean las mejores posibles. Ya sabemos con quien gobernará cada uno, aunque solo el bloque de izquierdas lo ha dejado claro. Esto, que implica ser decente, puede perjudicar a algún partido que cuente con un suelo más consolidado en Madrid, desdibujando expectativas, pero así han venido las cosas.

Estando en esto, aparece una nueva sorpresa, que tampoco me esperaba, pero ahí está. Álvaro Marchesi, el responsable de los decretos de aplicación para el desarrollo de la LOGSE, tan admirado como vilipendiado, especialmente por algunos sectores bien marcados, acaba de ganarse el siguiente titular en un periódico amarillista: “Hay que defender la escuela pública, pero respetando y apoyando a la concertada”. Defender, respetar y apoyar son verbos que están bien pensados. Me habría gustado que precisará de quién hay que defenderla y, consiguientemente, a quien habría que atacar para ello. La escuela pública es función del Estado y una necesidad de país. Está por encima de todo otro objetivo. Respetar podría valer, pero ¿también hay que apoyar a la concertada, cuando no dejan de hacerse trampas para mantenerla incluso incumpliendo las leyes? Parece excesivo.

Que los profesores estén bien pagados, como opina Marchesi, habría que confirmarlo objetivamente y para ello tendríamos que poner en paralelo lo que se cobra en otras profesiones. Esto nunca se hace para dejarlo en la generalidad, como siempre ha hecho la OCDE, de la que Marchesi se muestra muy partidario, aunque sugiere que debería depender de cómo hacen su trabajo estos profesores. Ahora toca aprender menos cosas, pero con mayor profundidad, para ponerlas en relación con el entorno. En esto llevamos ya décadas.

En cuanto a la enseñanza concertada, siempre me ha parecido una anomalía, establecida por el gobierno socialista, que carecía de suficientes centros públicos en su momento para cubrir esas necesidades. Después, se agarraron a ella las instituciones interesadas y ya no la sueltan en base a la libertad de enseñanza. Cuando el Estado ofrezca centros plurales con enseñanzas libres y diversificadas, todas ellas de calidad, será posible la elección no ideológica. Es necesario organizar equipos directivos autónomos por parte de la Comunidad educativa, que establezcan sus objetivos propios y diferenciados de acuerdo con el entorno para educar en igualdad y contribuir en lo posible a la superación de las desigualdades sociales. Aquí el pin parental está de más, porque ninguna formación política debería inmiscuirse en la escuela. Esto es absolutamente inaceptable desde cualquier punto de vista. Ahora se atreven hasta con la escuela, sin que parezca totalitario tal proceder.

Así podría reducirse la anomalía, poco a poco, no de golpe. Las instituciones religiosas deberían dedicarse a sus funciones esenciales y el dinero público se dedicará a establecer una verdadera escuela pública, sin desparramarlo generosamente en el personal de fundaciones que necesitan recursos y no saben obtenerlos por sí mismos. La singularidad de las anomalías cuanto menos, mejor. Todo tiene que funcionar regularmente en la democracia.

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